Por extraño que pueda parecer, en pleno siglo XXI todavía quedan en nuestro planeta algunas tribus caníbales, aunque ya escasas y localizadas. Aunque queden todavía gentes que viven totalmente al margen de la civilización, son pocos los que no han visto jamás un cubo de plástico, un mechero, o una camiseta del Barcelona o del Real Madrid. Con la particularidad, nada notable, de que todo ello ha sido fabricado en China.
Sin embargo parece ser que en algunas regiones escondidas de Papúa Nueva Guinea quedan aún algunos pueblos aislados en los que la civilización todavía no ha llegado y es allí donde se tiene por seguro que sobrevive alguna tribu caníbal. No en el sentido de matar a otros seres humanos para comer, como se hacía antaño, sino comerse a los enemigos abatidos en las peleas que tienen entre ellos. En el acto de comerse al enemigo derrotado, parece ser que creen destruirlo eternamente, a la vez que reciben con esa ingesta todos los poderes que éste tenía en vida.
Se cree que el pueblo de los Korowai es uno de los últimos en practicar esta costumbre ancestral. Los Korowai, también conocidos como Kolufos son aborígenes del sureste de Papúa Nueva Guinea. Se cree que son alrededor de tres mil indivíduos repartidos en varios poblados que constituyen territorios independientes y es en esas luchas entre ellos cuando se produce el hecho antropófago motivo de esta entrada. Hasta bien entrada la década de 1970 no tenían contacto alguno con otras gentes que no fueran las de su comunidad o las de los pueblos vecinos, no siempre amigos.
Los pocos extranjeros que podían vislumbrar en alguna de sus correrías eran para ellos especie de demonios de los que convenía apartarse, lo cual sería sin duda una suerte para los curiosos que deambulaban por aquellas tierras desconocidas. Se trata al parecer de cazadores-recolectores de vida itinerante. Su primer contacto con la civilización tuvo lugar en Marzo de 1974 debido al descubrimiento de resina de agar (o gaharu) en la zona. Producto escaso y de gran fragancia, utilizado en cosmética y como incienso. Algún Korowai más sagaz facilitó el primer material y el interés occidental por el producto no se hizo esperar. Los Korowai aprendieron pronto el valor del dinero.
En 1997 el valor de 1 Kg de resina de agar para el recolector era de 4 dólares USA, cuando en Oriente Medio y Europa costaba 1.000 dólares. Podrá parecer vergonzoso el bajo precio pagado a los recolectores, pero para ellos aquello era un precio tan colosal que la prostitución se disparó en todas las selvas de Papúa provocando la desastrosa epidemia de SIDA que veinte años después está todavía diezmando a la población. Los jóvenes Korowai fueron empleados en compañías turísticas que ofrecían la visita de la región mostrando los maravillosos paisajes y las fiestas y costumbres tradicionales.
Su arquitectura es de características especiales puesto que viven en mitad de la selva sobre las copas de los árboles. Casas grandes en las que conviven grupos de 10/12 indivíduos. Las casas se sostienen por grandes varas que hacen la función de vigas sobres las que se asienta este habitáculo común y que, por su altura, les protege tanto de las inundaciones, como de los depredadores, de los mosquitos y de sus propios enemigos. Ningún ataque puede llegarles por sorpresa. Todos los vecinos ayudan en la construcción de una nueva casa y en la defensa de cualquier ataque a la comunidad.
En poco más de 30 años las costumbres ancestrales de aquella civilización aborigen de Papúa están a punto de extinguirse. Sin embargo, en lo más profundo de la selva quedan algunas tribus Korowai que nunca quisieron entrar en el juego de la modernidad. Ellos son pues el último reducto de aquellos caníbales que quedan sobre el planeta. No recomiendo a nadie un viaje que sin duda debe ser toda una aventura, solo vista en el celuloide. Son muchos los peligros naturales que acechan en aquellas penumbrosas selvas y uno de ellos es que todavía se puede encontrar a un Korowai que te confunda con el diablo...
RAFAEL FABREGAT
No hay comentarios:
Publicar un comentario