Federico Bellés Pauner era, junto a sus hermanos, mi familia más querida.
Cuando tomé mi primera comunión Federico fue, con 16 años de edad, el único invitado a mi casa. Miserias de gente pobre. No recuerdo que hubiera entremeses en aquella mesa de granito que teníamos en aquella cocina-comedor, en la que mi madrastra había preparado una cazuela de arroz con tordos del invierno anterior que guardaba fritos en una pequeña tinaja de barro cocido, con aceite de oliva. No era frecuente que en mi casa se añadiera carne de ningún tipo en las comidas calientes, pero mi padre era cazador y siempre solía traer alguna cosa cuando salía de caza. Normalmente los tordos solía venderlos al Bar Toni o a algún particular con posibles, pero los pajaritos y algún tordo sobrante alegraban nuestras comidas en época de caza y si el año era bueno incluso ponían alguna cantidad en conserva.
La casa en la que nosotros vivíamos, en el número siete de la calle de Las Eras, era de toda la familia "dels Pardos" y por lo tanto también de mi abuela materna.
Allí murió calcinado uno de los hermanos soltero que, dormitando junto a la chimenea, se le pegó fuego a la ropa e intentando escapar hacia la calle para pedir ayuda quedó en mitad de la escalera sin poder llegar a la salida.
Años después mis padres se pusieron a vivir en aquella casa y con el tiempo fueron comprando a los tíos su parte correspondiente, hasta hacerla suya.
También yo nací en aquella casa, en la que viví con mi padre y su segunda esposa hasta el día de mi boda.
Hijo único y sin apenas familia, todos los hermanos Bellés Pauner (y digo todos sin excepción) me han apreciado hasta considerarlos como aquella familia cercana que no tuve.
Artemio, Manuel y Federico han sido, desde mi punto de vista, mucho más que los primos hermanos de mi madre, que eran en realidad. Para mucha gente eso es poco menos que nada pero para mí, que era huérfano de todo y tan estimado en su casa paterna, era simbólica y fraternalmente la familia cercana que me había faltado. Cada cual hizo su vida y su camino, pero de ellos he recibido tanto cariño como si auténticos tíos hubieran sido y también yo les he estimado como tales. Hace unos meses nos dejó Artemio, el mayor y una bellísima persona. El pasado viernes lo hizo Federico, un gran profesional en su campo y otra gran persona que hizo cuanto pudo por arreglar su casa y la de los demás. Para ambos siempre mi recuerdo y gratitud. Para Manuel, una persona insuperable que todavía sigue con nosotros, mi deseo de salud y larga vida...
RAFAEL FABREGAT