Aunque la higiene personal hace ya mucho tiempo que está extendida, hasta hace bien poco, lavarse todos los días no era en absoluto recomendable por los médicos. Todavía hoy existe la creencia médica de que los animales y también los humanos, generamos de forma natural sustancias que nos protegen de posibles infecciones, tanto o más que la propia higiene corporal, hoy tan absolutamente necesaria. Lo de la ducha diaria es una moda lanzada al viento por los fabricantes de jabones y cosméticos, que a cuenta les está el venderlos de forma masiva. Claro que esto no tendrá marcha atrás puesto que, en la actualidad, nuestras narices ya no están acostumbradas a percibir el olor corporal que cada uno de nosotros emana quizás sin saberlo y que no tiene el por qué ser desagradable.
Se llama "color isabelino" tanto a esta fragancia personal como al tono con el que puede manchar la ropa si no la lavas con la frecuencia suficiente. El motivo de denominar "isabelino" a este fenómeno viene de mediados del siglo XVI, cuando el rey Felipe II de España entregó a su hija Isabel Clara Eugenia de Austria los Países Bajos y el ducado de Borgoña como dote por su boda con el archiduque Alberto de Austria. El año 1601 los Países Bajos se alzaron en armas contra la Corona en respuesta a los elevados impuestos y a las imposiciones religiosas. Sitiada la ciudad de Ostende (Bélgica) Isabel pronunció aquella famosa frase de que "no se cambiaría de camisa hasta que no se tomase la ciudad" pero la conquista duró más de lo esperado.
Los Tercios del Imperio Español no consiguieron conquistar Ostende hasta tres años después (1604) y con un saldo de más de 100.000 muertos.
No sabemos si cumpliría su palabra, pero la leyenda da por hecho que la archiduquesa Isabel no se había lavado en esos tres años con lo cual, por mucho cuidado que pusiere, el color de su ropa interior habría dejado de ser blanca para tornarse en un blanco cremoso que a partir de aquel momento se llamó "el color Isabelino".
Bromas aparte y aunque nadie ponga en duda el buen gusto de la soberana de los Países Bajos, en la Europa del siglo XVII la higiene brillaba por su ausencia ya que incluso los palacios carecían de lugares de aseo, puesto que no había agua corriente ni alcantarillado y las aguas residuales discurrían sobre calles y plazas.
Naturalmente el pueblo llano no era mejor y solía emplear el agua solamente para beber. A lo sumo solían restregarse "en seco" la suciedad, apoyada esta forma de actuar por los propios médicos que desaconsejaban la limpieza en profundidad. Desde la propia medicina estaba extendida la creencia de que la salud dependía del equilibrio entre los diferentes "humores" que se integran en el cuerpo humano. Ya que los malos humores son evacuados de forma natural, lavarse no era aconsejable puesto que abría los poros y favorecía la entrada de enfermedades. De hecho en la obra Don Quijote de la Mancha, éste solo se lavó tres veces en toda la larga novela. Sin embargo sí aconsejó a Sancho Panza que se cortase las uñas diciéndole: "algunos no lo hacen, pensando que hermosean sus manos, pero yo lo veo asqueroso".
RAFAEL FABREGAT
No hay comentarios:
Publicar un comentario