Sin embargo este castillo tuvo más suerte que algunos otros, puesto que fue recuperado en el siglo XIX por la emperatriz francesa Eugenia de Montijo que le devolvió su aspecto original. Actualmente, ya en el siglo XXI, sigue habitado y se puede visitar, además de organizar anualmente un campeonato de lucha medieval. Es especialmente interesante la visita al sótano y a sus mazmorras, filmadas en varias películas como "Juana la Loca", "Los señores del acero", etc.
Además de un interesante castillo, es museo y lugar de celebración de eventos, lo que nos permite poder visitarlo en profundidad. Es un castillo de planta pentagonal y unido a las murallas que descienden hacia la población. En su interior se conservan habitaciones, capilla, galerías y arcos originales, aunque otros fueron reconstruidos en la reforma neogótica del siglo XIX.
En salones y galerías luce techumbre mudéjar que hace de este castillo español uno de los más emblemáticos. Desde su construcción en 1465 ha pertenecido siempre a la misma familia, en cuya cuna nació el 5 de Mayo de 1826 María Eugenia Palafox Portocarrero, condesa de Teba y emperatriz de Francia a los 27 años, al casarse con Napoleón III. Su inquieta y ambiciosa madre había abandonado a su esposo marchando con sus dos hijas a París para vivir una vida más acorde a su carácter. En 1839, a la muerte del conde de Teba y Montijo, la esposa regresó a España y dio rienda suelta al mucho dinero heredado organizando bailes y banquetes en su Palacio de Ariza. Sus hijas estaban en edad de comprometerse y ella era buena casamentera. En 1844 casaba a su hija mayor (Paca) con el duque de Werbick y Alba, uno de los grandes de España.
Mientras tanto la joven María Eugenia de Montijo se había convertido en una auténtica belleza de 18 años que se había enamorado del joven Marqués de Alqueñices que la engañó con malas artes. Desengañada quiso tomar los hábitos pero la superiora del convento la disuadió diciéndole: "una mujer tan hermosa como usted es más propia de sentase en un trono que de habitar un convento". En 1849 la condesa de Montijo regresó nuevamente a París con su hija María Eugenia y cuando Luis Napoleón la conoció quedó prendado de ella. Madre e hija conocían la vida licenciosa del pretendiente a la corona imperial pero la joven, a sus 23 años, se sintió atraída por el heredero de tanta gloria y se dejó galantear. En Noviembre de 1852 Luis fue aclamado como emperador de Francia e inmediatamente se pensó en casarle pero la obsesión de la corte francesa de casarle con alguna de las muchas princesas europeas dejaba de lado a la española. A pesar de tener 20 años más que Eugenia, el nuevo emperador había inspirado en la joven un sentimiento que, si bien no era de amor apasionado, sí era de tierna estimación.
El día 14 de Enero de 1853 Napoleón III pedía la mano de María Eugenia a su madre y el día 26 se casaban en Notre Dame, pasando la luna de miel en Saint-Cloud, en las mismas habitaciones que ocupara en su día la guillotinada María Antonieta.
María Eugenia no había nacido princesa pero pronto supo adaptarse a las circunstancias. Sin embargo las continuas aventuras del esposo y emperador irritaban a la joven esposa que entró en gran melancolía pero, aún así, el 15 de Enero de 1856 nacía el esperado heredero, que no impidió el inicio de una irreversible separación.
Napoleón cayó enfermo y buscaba la soledad mientras María Eugenia estaba pletórica de energía y preparaba el porvenir de su hijo que inició su regencia en 1859.
De poco valió todo ello pues en 1867 se vislumbraron los últimos estertores del imperio. El emperador era ya un hombre inútil y las voces clamaban a favor de la República.
El 19 de Julio de 1870 la turba llegó a la Plaza de la Concordia al grito de ¡Viva la República y muerte a la Española!. La emperatriz y su hijo pudieron escapar a Inglaterra mientras el emperador fue encerrado en el Castillo de Wilhemhöhe. Tras su puesta en libertad viajó a Inglaterra para reunirse con ellos. En 1873 moría el emperador en el exilio y su hijo lo haría en 1879 guerreando contra los zulús africanos. María Eugenia tenía entonces 53 años. Vivió 40 años más, pero de sobras, pues nunca recuperó lo que la vida le había anteriormente deparado. En 1914, casi centenaria y prácticamente ciega viajó a España y se puso en manos del Doctor Barraquer que le devolvió la vista, pero su cuerpo casi centenario era muy frágil y en Junio de 1919 se sintió indispuesta y murió con 94 años de edad, sin apenas enterarse de que había llegado su hora. Su cuerpo fue llevado a la cripta imperial de la Abadía de Saint Michael de Farnborough (Inglaterra) donde ya reposaban los de su esposo e hijo.
RAFAEL FABREGAT