¿Que pensarían ustedes si, caso de recibir una carta de amor, comenzara con la frase "me pica muchísimo el culo"?. (!!!)
Allá cada cual, pero personalmente no me parece algo erótico, ni la mejor forma de empezar una carta dirigida a nuestra amada... Claro que si, junto a esta carta, se uniera una partitura como la nº40 del autor, quizás cambiaríamos de criterio y pensáramos que los cretinos somos el resto de mortales, por no hablar con propiedad de las cosas cotidianas. Porque esta carta y esta sinfonía, junto a otras, fueron compuestas por el gran Amadeus Mozart. Hasta 626 obras hay catalogadas de este genio de la música, pero a la hora de dirigirse a su amada (y prima) la fogosa Thecla Mozart, no tenía pudor alguno en decirle que nada le gustaría más que estampar en el culo de la joven su membrete. Así era él... ¡de vulgar y escatológico!.
Gente endiabladamente erótico-escatológica la ha habido siempre y sigue habiéndola. Valga como ejemplo la carta que el príncipe Carlos de Inglaterra le mandó a su entonces amante Camila Parker en la que, entre otras cosas, le decía: "quisiera ser tu tampón". Madre mía del amor hermoso, que concepto más escaso tienen algunos personajes de la vulgaridad más recalcitrante.
A Aristóteles, profesor del más afamado conquistador de todos los tiempos (Alejandro Magno) lo que más le gustaba era el "eqqus eróticus", es decir, dejarse cabalgar desnudo por sus amantes, recibiendo los consiguientes golpecitos con la fusta que requiere esto de la hípica. Es lo que actualmente denominaríamos sado-masoquismo con todas las de la ley.
Total, que el mundo está repleto de gente rara. El sociólogo John Ruskin, ya muy mayor, descubrió horrorizado que las mujeres tenían el pubis lleno de vello. Quizás le hubiera convenido vivir en la época actual...
Tampoco el sublime Chopin hacía mucho más, ya que su amante George Sand le acusó de tocarla mucho menos que a sus pianos. Y así, cientos y cientos de ejemplos de personajes peculiares, unos por demasiado eróticos y otros por demasiado poco.
Tales peculiaridades no creo que reflejen perversidad alguna, sino infinita riqueza y variedad erótica de la humanidad.
No hagan caso pues y olviden las opiniones de los moralistas, con o sin sotana, y disfruten de la vida mientras puedan. Porque todo esto, con viagra o sin ella, llega un momento en que se acaba. Sí, sí, se acaba...
RAFAEL FABREGAT