Dado que no toda el agua recogida era apta para el consumo humano, desde principios del siglo XIII el uso del agua se diferencia, según tramos, en potable o artesanal y se sanciona fuertemente a quien use el agua pura para aprovechamiento industrial. El Madrid medieval crece en dirección opuesta al río Manzanares y para atender la necesidad de agua se excavan nuevos pozos pero el agua encontrada es salobre lo que obliga a redirigir la expansión de la ciudad hacia el Noreste. Múltiples soluciones se ponen en marcha para atender la demanda creciente, pero todo resulta insuficiente y el agua escasea debido al continuo incremento poblacional.
La tala y rápida destrucción de los montes durante el reinado de Felipe II (1527-1598) aumenta la aridez del suelo y el desecamiento de algunos manantiales. Solo los viajes del agua se mostraban útiles, aunque cada vez más lejanos. Estas conducciones recogían el agua de múltiples puntos de la región y la llevaban a las fuentes públicas, para abastecimiento de la población y también para el uso privado de aristócratas, órdenes religiosas y hospitales que pagaban según el diámetro de la conducción solicitada y no del consumo que realizaban realmente. La población en general tenía que recoger el agua de las fuentes existentes mediante cántaros o tinajas.
Para evitar conflictos llegó a habilitarse una serie de caños para profesionales y otros para particulares. También se reguló que los cántaros no superasen los 10 litros de capacidad.
La idea que se tenía de los aguadores (gallegos, asturianos y franceses) era que eran pendencieros y frecuentemente reñían entre ellos y también con el público en particular, puesto que usaban también los caños destinados al público en general. También por la suciedad que, junto a las fuentes, provocaban los burros o mulas que usaban para la carga y reparto del agua, así por los muchos accidentes que provocaban los animales.
Con la llegada del siglo XIX y las mayores necesidades higiénicas hace que los viajes del agua se tornen insuficientes. El frecuente desplome de las galerías y las filtraciones de los pozos ciegos son dificultades añadidas que provocarían en breve la ejecución de un plan de saneamiento y la sustitución de los viejos conductos de cerámica por otros de metal, que impidan la contaminación de las aguas destinadas a aplacar la sed de la población. Finalmente a mediados del siglo XIX se decide poner en marcha el proyecto.
Las aguas del río Lozoya de muestran candidatas a proveer de agua potable a Madrid, desestimando los antiguos y obsoletos "viajes del agua".
Madrid tenía en ese momento unos 200.000 habitantes y cada día era más demandada la llegada del agua a las viviendas particulares.
La obra inicial duraría siete años. Una conducción de 76 Km. de longitud, formada por canales, túneles y sifones traería el agua suficiente a la ciudad, pero la solución era mucho más compleja...
En 1.851 se pone la primera piedra en la presa de captación del "Pontón de la Oliva" y siete años más tarde las primeras aguas llegan a Madrid, concretamente a la calle de San Bernardo donde se procede a la inauguración oficial. A partir de ese momento el Canal de Isabel II es una empresa pública con amplias garantías para el suministro.
Tras diferentes concesiones administrativas a otras tantas sociedades, finalmente queda a cargo del Ayuntamiento de Madrid.
El Canal de Isabel II cuenta en la actualidad con 14 embalses con una capacidad de almacenamiento de hasta 946 millones de m3. Con ellos se abastece no solo a la ciudad de Madrid, sino también a toda la región. Cuenta con varias estaciones de tratamiento de aguas y un laboratorio central con las más modernas tecnologías, que garantiza la pureza de las aguas que suministra a los madrileños. El Canal cuenta además con 22 grandes depósitos, 240 de menor tamaño y 18 estaciones de elevación. La red actual de distribución cuenta con 14.500 Km. de conducciones.
RAFAEL FABREGAT
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