El pasado año 2013 se cumplieron 300 años del Tratado de Utrech, un conjunto de acuerdos sobre la Guerra de Sucesión Española, que enfrentaba a España y Francia por un lado y a Inglaterra, Alemania y Holanda por otro. Aunque en teoría el Tratado ponía fin a la guerra, en el territorio español las hostilidades siguieron entre los partidarios del archiduque Carlos de Habsburgo y Felipe V de Borbón. Las autoridades catalanas, partidarias del archiduque por las concesiones que éste había otorgado a la Generalitat de Cataluña, no acataron la autoridad del rey Felipe V y Barcelona fue sitiada por las tropas reales.
Sabiendo el empuje que el archiduque Carlos había dado a la Generalitat Catalana y el apoyo incondicional que éstos le debían, en la fase final de la Guerra de Sucesión se reunieron en Barcelona todos los partidarios del archiduque, llegados de todos los rincones de España. Sin embargo el 11 de Septiembre de 1714 las fuerzas de la Generalitat fueron derrotadas y la ciudad tomada por las tropas leales al rey. Con la caída de la capital catalana, las autoridades y supervivientes del enfrentamiento se dispersaron rápidamente evitando represalias.
Negándose a acatar la autoridad del nuevo rey, marcharon del país buscando refugio en territorios como Nápoles, Sicilia, Cerdeña o Flandes, a los que la Corona española había renunciado con la firma del Tratado de Utrech. A pesar de ello Felipe V de Borbón no se resignó a la pérdida de estos territorios y en 1733 reconquistó Nápoles y Sicilia. Nuevamente los emigrantes catalanes allí refugiados se vieron obligados a huir, esta vez a Viena. Sin recursos y sin forma alguna de ganarse la vida, vagabundeaban por las calles, motivo por el cual las autoridades austriacas buscaron su realojo. El lugar elegido fue un territorio pantanoso, recientemente conquistado, que actualmente ocupa la ciudad serbia de Zrenjanin.
Con esta medida los austriacos se quitaban de encima a los pedigüeños y al mismo tiempo repoblaban la zona fronteriza que les separaba de los turcos otomanos. Financiados por el Sacro Imperio Romano Germánico, unos mil catalanes fueron embarcados en el Danubio y llevados al nuevo emplazamiento. Allí fundaron una ciudad a la que llamaron Nueva Barcelona y plantaron moreras para intentar sobrevivir con la producción de seda, aunque las moreras no llegaron a producir pues el nuevo y definitivo hogar no llegó a cumplir los tres años de vida.
La guerra entre los Habsburgo y los otomanos se reanudó y los turcos atacaron a aquel nuevo emplazamiento poblacional. El hambre y las bajas trajeron rápidamente la peste a la ciudad. Los supervivientes abandonaron la nueva ciudad marchando a Buda o regresando a Viena. El rastro de aquellas gentes se perdió definitivamente puesto que Nueva Barcelona se incendió completamente en 1808 y ninguno de los habitantes que habían permanecido allí logró sobrevivir. Hoy la ciudad de Zrenjanin, cerca de Belgrado y situada en el mismo emplazamiento, recuerda con sus moreras la existencia del sueño truncado de aquellos catalanes que desafiaron a España en 1714.
RAFAEL FABREGAT
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