¡Ay amigos, que malo es hacerse viejo!. Aunque peor debe ser no llegar. ¡Cuantos recuerdos, no todos para bien...! Recuerdo perfectamente a mi primer barbero (Diego Mulet) aquel que semanalmente afeitaba a mi padre y al que me mandaba de niño para recortarme el cabello de vez en cuando... Fuertes apretones en la cabeza para cambiar su posición o para corregir los despistes de niño inquieto. Fuerte escozor al recortar las patillas y el cuello con la navaja mal afilada y sin enjabonar previamente. Áspero carácter el de un amargado soltero con padres viejos. Todos murieron. Mis padres, los suyos y después él, todos viejos carcamales. Queda uno, yo. El niño que recibía los pescozones. Sin embargo hoy quiero viajar más atrás en el tiempo. Ya no queda ninguna de aquellas barberías de antes. Obligatoriamente uno tiene que afeitarse en su casa pues el servicio de afeitado ha quedado en deshuso. No les interesa a los peluqueros. Demasiado tiempo empleado para tan poca compensación económica. De todas formas, ya no saben ni coger la navaja... Es un decir, claro está. Estos establecimientos eran antiguamente lugar de encuentro y tertulia, tanto o más que los bares y tabernas.
Un poste pintado de blanco, rojo y azul en la fachada, mostraba al transeúnte que el local interior era una barbería donde uno podía solicitar cualquiera de los muchos servicios que se ofrecían. En la Edad Media los barberos eran verdaderos profesionales no solo en lo de eliminar el vello sobrante, sino también en lo de aliviar diferentes dolencias menores. La más popular era la de extracción de muelas, pero también la de aplicar sangrías primaverales a fin de equilibrar el exceso de presión sanguínea. Las sangrías eran con un pequeño corte en el brazo o con aplicación de sanguijuelas.También perforaban cráneos como alivio de la migraña y hasta para solución de la locura. Como podemos suponer el remedio sería peor que la enfermedad. Estos "profesionales" eran ambulantes y no empleaban anestesia por lo que aquellos clientes-pacientes debían sufrir lo indecible y sin visitas posteriores que dieran solución a las infecciones.
Ante la falta de sanguijuelas, para llevar a cabo una sangría se sumergía el brazo del paciente en una jofaina con agua caliente a fin de que las venas se pudieran ver mejor. El barbero, metido a cirujano, hacía una incisión en la vena elegida y la sangre brotaba dentro de un pequeño recipiente que hacía de medidor. Según la edad y el peso del cliente se extraía más o menos cantidad. Cuando estos barberos-cirujanos se establecieron en local fijo, para dar a conocer su actividad a los transeúntes el gremio aconsejó la instalación en la calle de un cartel con el dibujo de un brazo sangrante. Tal anuncio resultó repulsivo a los clientes y se cambió por un poste pintado de rayas blancas, azules y rojas.
Así quedaron señalizadas las barberías a partir de entonces y así lo estuvieron hasta mediados del siglo XX. Con la llegada de la modernidad estos símbolos desaparecieron por completo. Llegó la rotulación con la palabra "barbería" que después sería sustituida por la de "peluquería de caballeros", pero también esa denominación sería rápidamente eliminada. Ante la falta de profesionales barberos y de hijos que siguieran la profesión de sus padres, quienes actualmente desempeñan esta labor suelen ser estudiantes de peluquería, que trabajan con hombres y mujeres. El afeitado fue eliminado de las barberías del siglo XXI y éstas se rotulan como "Peluquería UNISEX", o sea, que en ellas se corta y arregla el cabello tanto a hombres como a mujeres.
Quedaron guardadas en el más oscuro de los cajones las maquinillas mecánicas de cortar el pelo; el peine con el que igualar a contrapelo el corte de las tijeras primero normales y después dentadas; el cepillo con el que eliminar los pelillos del cuello aplicando posteriormente los polvos de talco. También la brocha de cerda para el enjabonado de la cara, previo al afeitado y por supuesto la loción FLOYD posterior. Ya ni hablemos de la correa de cuero en la que se afilaba la navaja o el cacharrillo en el que se limpiaba el jabón de la navaja... Siete barberías tenía Cabanes en la década de 1960 (Caragol vell, caragol jove, Sento Claro, Ricardo el Barberet, Diego Mulet, Eleuterio Tejedor y Pepe el de Tineri). Ninguna desde treinta años a esta parte. Demasiado rápido camina el mundo actual. Los estudios que hoy son el futuro, están obsoletos cuando has acabado la carrera. ¿Hacia donde va el mundo, con tantas prisas?.
RAFAEL FABREGAT
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