29 de marzo de 2013

0965- BAJO LAS CENIZAS DEL VESUBIO.

Ruinas de Pompeya y Vesubio al fondo.
La ciudad de Pompeya se cree fundada en el siglo VII a.C. por los Oscos, aunque ampliada por los griegos del siglo V a.C. El agradable clima de la bahía de Nápoles atrajo unos siglos más tarde la atención de personajes de la nobleza romana y Pompeya se convirtió en una rica villa, repleta de palacios, jardines y monumentos. A finales de esa época de plena prosperidad, la comarca sufrió un gran terremoto que dañó seriamente la ciudad. En el año 79 a.C. y cuando aún persistían los trabajos de reconstrucción, los habitantes de Pompeya y del próximo Herculano, unos 20.000 en total, fueron sorprendidos por la erupción del Vesubio. No hubo tiempo para nada. Inesperada y vertiginosamente, un flujo de roca líquida y gases ardientes se precipitó sobre los confiados habitantes de las laderas del Vesubio. Unos murieron aplastados por los techos de sus propias casas, pero otros quedaron asfixiados por los gases tóxicos y abrasados instantáneamente por las altas temperaturas de una erupción que envolvió las casas en segundos. 

Tanto fue así que muchas de aquellas gentes quedaron exactamente en la misma posición en las que el fuego les encontró. Unos de pie, otros sentados, otros durmiendo o haciendo el amor. Fue un instante. Pocos tuvieron tiempo de cambiar la posición en la que se encontraban antes del siniestro... En un instante personas y pertenencias quedaron sepultadas por un flujo incandescente de lava y cenizas. Quienes quedaron inicialmente protegidos por la distancia o más sólidas viviendas, vivieron unos minutos más. Solo unos minutos, puesto que la oscuridad de la nube volcánica y el infierno que corría por las calles de aquellas otrora bellas ciudades, les impidió la huida. Los gases abrasadores hicieron el resto. En 24 horas ambas ciudades y todos sus habitantes desaparecieron de la faz de la tierra, sepultados por la erupción. Aquel mundo idílico de casas de buena fábrica, en calles ordenadas y habitadas por gentes de buena posición, quedaron petrificados por el mar de lava y envueltos para siempre con sus cenizas.

Herculano.
La bella imagen del Vesubio que tenían a sus espaldas y el plácido mar Mediterráneo quedaron después en silencio, sin que ni siquiera se oyeran los gemidos de un  perro lejano o el graznido de las gaviotas. Todo quedó en silencio, sin edificio alguno a la vista, ambos pueblos cubiertos por la inmensa costra de lava y las cenizas que cayeron posteriormente. El desastre fue de tales dimensiones que todo quedó allí tal cual el volcán lo había dejado. Nada se hizo por recuperar cuerpos ni riquezas. Los que dormían, durmiendo quedaron y los que intentaron reincorporarse no pudieron hacerlo. Solo las costras huecas quedaban cuando fueron hallados sus cuerpos. En el interior hasta los huesos habían desaparecido. En Herculano las temperaturas fueron más altas y apenas nada quedó de aquellas gentes. En Pompeya muchos cuerpos quedaron protegidos por esa costra de cenizas volcánicas que los ha hecho llegar a nuestros días en posiciones rocambolescas que indican la rapidez con la que fueron segadas sus vidas. 

Nadie hizo nada por devolver aquellas ciudades a la luz y las dos quedaron allí sepultadas durante siglos, hasta que a mediados del siglo XVIII (1748) comenzaron los trabajos de excavación. Ya bien avanzado el siglo XIX, en plenos trabajos de recuperación, alguien tuvo la idea de rellenar las huellas que aquellos cuerpos habían dejado para la posteridad. Numerosas figuras, pertenecientes a aquellos antiguos habitantes de Pompeya sorprendidos por el volcán, han sido recuperadas y son exhibidas a los curiosos visitantes de aquel escenario de muerte y destrucción, hoy convertido es lugar de peregrinación de todos cuantos visitan la bella bahía napolitana y su importante capital.

Más de veinte siglos después de la tragedia, numerosos museos presentan en una exposición itinerante muestras de lo que sucedió en aquellas bellas ciudades romanas cuya riqueza monumental y pictórica quedó protegida bajo las cenizas del Vesubio. Importantes mansiones, casi palacios, quedaron cubiertos pero intactos en su interior. Con sus bellos frescos y mosaicos que nos hablan de la vida y costumbres de aquellas gentes. Nada de ello habría quedado probablemente si la ciudad no hubiera sido completamente sepultada. Curiosamente, el enorme grosor de los restos volcánicos protegió durante siglos lo que en minutos había sepultado. Pompeya y Herculano fueron protegidos no solo de la rapiña de las gentes que por allí pasaron, sino también de las naturales inclemencias del tiempo. 

Allí, en total oscuridad, las dos ciudades y parte de sus habitantes esperaron la luz del sol durante casi veinte siglos. Solo hubo que romper aquella costra que lo cubría todo y limpiar aquellas antiguas calles y plazas. Después, el horror y la belleza. El horror de los cuerpos calcinados y la belleza de las impresionantes pinturas, de los amplios corredores y de los bellos espacios, antiguos jardines que lo salpicaban todo. Una ciudad congelada en el tiempo e inmortalizada para la eternidad por las cenizas del Vesubio. Todavía queda una tercera parte por rescatar, que sin duda seguirá poniendo al descubierto la vida y milagros de aquellas gentes. La Basílica, el Foro, el Teatro, el Templo de Apolo... Como ave Fénix, emergen hoy de sus cenizas. De una desgracia sí, pero nacen nuevamente y quedan para una posteridad que no sabemos si será eterna. Esperemos que el Vesubio no tenga algún día, algo nuevo que decir...

RAFAEL FABREGAT

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