
Son cosas de la naturaleza, cosas que han ocurrido siempre; cosas que actualmente se conocen instantáneamente y que apenas unas décadas atrás llegaban al conocimiento de la gente cuando prácticamente habían finalizado sus devastadores efectos, o de los que gran parte de los seres humanos que habitamos este planeta no llegaban a enterarse.
Son cosas de la modernidad. Este mismo fenómeno un siglo atrás apenas tendría repercusión mundial... Unos cientos de familias más próximas al desastre desplazadas por la nube de ceniza, algunos problemas respiratorios en algunas zonas de países próximos y poco más; pero actualmente... ¡Se imaginan los miles de aparatos que están volando simultáneamente en todo el mundo en un día cualquiera! Yo, la verdad, hasta ahora no me lo imaginaba.

Aparte los naturales contratiempos que este volcán ha podido ocasionar a un cierto número de personas, es también un aviso de nuestra fragilidad. No somos tan poderosos como algunas veces pensamos. Tenemos dominadas muchas cosas, pero no al planeta. De vez en cuando nos lanza un aviso que, debidamente interpretado, nos alerta haciéndonos bajar de ese pedestal al que con tanta alegría se han subido más de cuatro.
La gente normal, la vulgar a los ojos de esos otros que casi se consideran dioses, tenemos poco que perder pero ellos no tienen más. Sin embargo son incapaces ya no de reconocerlo, sino ni siquiera de imaginarlo. Al nacer se nos da la vida y nada más perdemos al morir.


Ya sé que este volcán es mucho volcán y que estando cubierto de una placa de hielo de más de doscientos metros de espesor aumenta sobremanera su espectacularidad y su potencia, pero una vez más tengo que decir que la humanidad está actualmente sumida en una guerra nueva; la de conseguir una calidad de vida jamás conocida y que indefectiblemente pasa por la destrucción de la naturaleza que nos lo da todo cada día. No sé si será demasiado tarde, pero algún día tendremos que darnos cuenta de que no vamos por el camino correcto y que esta ambición desmesurada puede aniquilar a la propia raza humana solo capaz de pensar en el beneficio fácil y los lujos sin medida.
Tanto es así que hasta de la desgracia de los demás queremos sacar provecho. Es una lotería sí, pero una lotería que a la gente de bien no le toca nunca.

Una vez más la desgracia se pone de parte del oportunista. El Eyjafjälla llena las arcas de los sinvergüenzas que legalmente se aprovechan de una situación límite y como si de una orquesta perfectamente dirigida se tratara, ante la falta de atención de las compañías aéreas a sus pasajeros y la imposibilidad de encontrar billetes en trenes y barcos, taxis y vehículos particulares, a precios naturalmente desorbitados, brindan a los frustrados pasajeros la posibilidad de hacerles llegar a su destino; los coches de alquiler de aeropuertos y ciudades próximas multiplican su precio por diez, al tiempo que una misma habitación de hotel vale por la mañana 150 €, por la tarde 400 € y por la noche 850 €.
Con estas actitudes... ¿Hacia donde camina la humanidad?
RAFAEL FABREGAT
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