No será ninguna novedad que diga que los veranos de 1.950/60 eran diferentes. Todo lo era. Sin embargo a lo que me refiero, una vez más, es que la gente tenía otros comportamientos que las circunstancias propiciaban.
En primer lugar nadie, o casi nadie, tenía televisor sesenta años atrás ni dinero para comprarlo; porque un televisor valía entonces una cantidad de dinero muy considerable. Recuerdo que cuando me casé, finales de 1.973, un televisor GENERAL ELECTRICA ESPAÑOLA blanco y negro de 23 pulgadas, costó 125.000 Ptas. (algo más de 751 €). Es posible que la cifra suene a los jóvenes de hoy como un precio asequible, pero no lo era. Para demostrarlo diré que cinco años antes mis padres se construyeron una casa de 80 m2 de solar con tres alturas (almacén, vivienda y desván) por 150.000 Ptas.; solo 25.000 Ptas. más de lo que nos costó el televisor para la boda cinco años después. Claro que el nivel de vida subía rápido entonces, pero aún así... Lo que estoy recordando en el día de hoy es (por ejemplo) el verano de 1.960. Once años de edad y tres pesetas de asignación semanal.
La entrada de niño al cine valía dos pesetas pero los niños podían entrar con los padres o, en su defecto, con algún vecino o amigos de éstos. A esa edad el "tío Vicent el Teulé", encargado de coger las entradas, todavía hacía la "vista gorda" y permitía el pase gratuito a quienes iban acompañados de mayores. Naturalmente sería porque Laureano Boira, el empresario, lo permitía pero aún así la cosa dependía un poco del humor con el que el mencionado Vicent se había levantado ese día. También relacionado con ese mismo humor eran los "pescozones" que repartía por las tres primeras filas del patio de butacas, unos simples bancos corridos, destinados a esa chiquillería que raras veces pagaba. Con lo anterior quiero decir que las tres pesetas de asignación quedaban de momento sin consumir, aunque por poco tiempo. De todas formas en mi casa no me habían enseñado a gastar y casi todas las semanas ahorraba una parte.
Después del NO-DO, un corte de luz y dos de la cinta, llegaba el descanso. La chiquillería salía disparada hacia la salida llenando por completo el pasillo central. Los hombres, entonces casi todos fumadores, esperaban que pasara la avalancha infantil y ya con más sosiego se dirigían también a la salida para fumarse un cigarrillo, en tertulia con amigos y vecinos que comentaban la película o cuestiones del momento. Todos a la vez, la chiquillería reclamaba a Vicentica la Valenta la entrega de sus pedidos... Una peseta de cacahus y tramusos, una peseta de rosquilletes, o una llimonà y aquellos con más posibles, las tres cosas a la vez.
Yo cogía la llimonà y algo más, pero siempre dejaba sobrar una de las tres pesetas. Era lo que en casa me habían enseñado. Todo lo anterior lo explico una vez más para recordar la escasez que había entonces, también entre la chiquillería. Poco podían darte los padres si tampoco ellos tenían. Tampoco la benevolencia de las abuelas servía para mucho, aunque yo había perdido a mis abuelos antes de nacer.
Yo, esperando aumentar un poco la liquidez del momento, los domingos por la mañana iba a casa de unas tías (segundas o terceras) que tenía en la calle del Calvario. Eran muy viejecitas y pobres de solemnidad, pero querían atender mi demanda y solían hacerlo con una moneda de 10 céntimos. No era mucho, pero eran dos caramelos y "toda piedra hace pared". Por la tarde iba al Café de Xulla donde mi tío Manuel el Sastre jugaba la partida de cartas con sus compañeros. Solía darme "dos quincets foradats" (50 céntimos) todos los domingos pero algunas veces, quizás por hacerme sufrir un poco, hacía como si no me viera y me tocaba aguantar dos o tres partidas de cartas. Yo me sentaba a su lado y esperaba... esperaba a que se cansara de verme y soltara la moneda. Invariablemente así ocurría domingo tras domingo, hasta que llegaba el día de su Santo (1 de Enero) y aquel día... ¡¡¡ un duro !!!.
Aquello eran palabras mayores. Yo esperaba el día de "cap d'any" como agua de Mayo.
Día festivo, la "ceremonia" era en su casa a primera hora; antes de ir a misa yo pasaba por allí...
- Bon día tío, per molts anys
-decía yo dándole un beso.
- En vida teva -era la respuesta de entonces y el tío Manuel se ponía la mano en el bolsillo y sacaba el flamante duro, ya preparado al efecto.
- Pren un pastís -decía mi tía Eimelda.
- No. Gracies tía però tinc que comulgà, me'n vaig que faré tard -respondía yo que solo quería salir corriendo y mostrar el "duro" a todos mis amigos. Sin duda ninguna tenía destino para aquel "duro" y muchos más ya que tenía yo un "vicio" solo solucionable con dinero, un vicio que curiosamente llenaba de satisfacción a mi madrastra, ella siempre tan avara. Tanto era así que, cuando económicamente no podía yo solucionar el asunto, ella me daba lo que me faltara.
El "vicio" era comprar cada semana el tebeo (cómic) de "El Capitán Trueno", que costaba 1,25 Ptas.; me gustaba leer y la trama me tenía enganchado. A mi madrastra le encantaba mi buena predisposición a la lectura. Reuní más de 250 ejemplares, sin falta ninguna. Unos años después salió "El Jabato" y también lo coleccioné hasta reunir unos 70 ejemplares.
Para entonces ya había cumplido los 15 años y, habiéndose implantado entonces el uso de la "minifalda", dejé ambas colecciones para dedicarme a mirar a las chicas...! Muy poco tiempo después uno de mis mejores "amigos" me pidió la colección para leerla (medio metro de altura tenía el montón) y ya no los he vuelto a ver jamás...
Pero, en fin, hablaba yo del verano... Días calurosos y noches de bochorno que los vecinos se apresuraban a esquivar en largas veladas "a la fresca" en las que solían dar las doce de la noche e incluso algo más. Los niños, ya se sabe... Aprovechando la circunstancia nos reuníamos por barrios y pasábamos también la velada de la forma más amena posible. En nuestro caso, barrio del carrer de les Eres, núcleo central de las calles Delegado Valera y Capitán Cortés a donde en su parte trasera daban muchas de las casas, nos reuníamos un buen número de chicos y chicas en uno de los juegos de moda en la época, "el pote". El juego era simple y más todavía la herramienta que se necesitaba: un viejo bote de conserva en el que se metían unas piedrecitas y se cerraba después aplastándolo por la boca abierta.
En una esquina, en la que normalmente había una de las pocas bombillas de 40W que las calles tenían entonces para su iluminación (normalmente la casa de Micalet el Carreté, delante de la ferrería de Pipa, se llevaba a cabo el juego. Se lanzaba el "pote" lo más lejos posible y al que le correspondía tenía que recogerlo mientras el resto se escondía en dirección contraria. Se trataba de ver o adivinar donde estaban escondidos los demás y nombrarles antes de que pudieran arrebatarte el "pote", que era otra parte del juego.
- Un dos tres ¡capitolet! Paquito está en la porta del tío Pipa...
El jugador localizado (tarea nada fácil debido a la oscuridad reinante) estaba obligado a mostrarse y hacerse cargo del pote al siguiente juego. Cuando nos cansábamos se cambiaba de juego... Por ejemplo: Dos se ponían agachados y el resto se subían encima...
- Ahí va el carro, la mula y els aparells! -se gritaba en el momento de saltar. Y uno tras otro iban saltando hasta que los que estaban debajo, incapaces de sostener tanto peso, se desplomaban desfallecidos.
También podía iniciarse una tertulia o decantarse por otra distracción, pero ello ya dependía de si había chicas o no. Cuando éramos totalmente chicos la cosa iba por otros derroteros más divertidos...
"Deslligar cañisos i parar pots" eran cosas habituales.
Todos los días del año, hacia las once de la noche la tía Perra, mujer poco social, iba a la fuente a por agua y después solía tocar el piano, cosa que no se le daba nada bien y los chicos, de pié frente a su casa, la aplaudíamos y la vitoreábamos con gran enfado por su parte. Soltera de buena familia y muy mayor, vivía en la casa que es actualmente la "lTasca de l'Aveall".
Nosotros, con todo el material preparado (un bote de conserva lleno de agua, con capacidad aproximada de un litro, atado por el borde superior a un hilo negro de coser de unos tres metros de largo y una piedra en la otra punta) esperábamos en las proximidades a que dieran las once y la tía Perra saliera de la casa en dirección a la fuente, a fin de que si pasaba otra persona no se mojara.
Apenas asomaba la buena mujer a la puerta de su casa con el cántaro "paravem el pot". Bote de agua en la reja de la ventana, piedra bajo el bordillo de la acera y el hilo tensado era todo lo que se necesitaba. Y todos escondidos a esperar...
La pobre mujer, sin apenas luz en las calles, no veía impedimento alguno y tropezaba con el hilo cayéndole el bote de agua encima.
- ¡Malcriats! , ¡sinvergüenses!. Ja els ho diré jo als vostres pares, ja...!
Las maldiciones de la tía Perra (más que justificadas) se mezclaban con nuestras risas al tiempo que la buena mujer seguía su camino nocturno en dirección a la fuente. Docenas de veces se repitió la historia para risa de entonces y vergüenza actual.
Sencillamente no estábamos civilizados. La juventud actual hará seguramente cosas peores, pero esa falta de respeto a una persona mayor... ¡seguro que no!.
RAFAEL FABREGAT
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