Como cada año, en verano de 1622 la flota española viajaba de regreso a España desde la Habana, cargada con los tesoros procedentes de las indias occidentales. Por diversas causas aquel año el viaje se retrasó y la Flota de Indias soltó amarras el 4 de Septiembre, en plena época de huracanes. Era el segundo viaje para el galeón Nuestra Señora de Atocha, el mejor armado, que iba detrás en prevención de un inesperado ataque pirata. El tesoro estaba distribuido entre los galeones Santa Margarita, Nuestra Señora del Rosario y Nuestra Señora de Atocha. Solo este último era portador de 24 toneladas de plata en lingotes, 180.000 pesos de plata en monedas, 582 lingotes de cobre, 125 barras y discos de oro, 350 cofres de índigo, 525 fardos de tabaco, 1200 libras de platería trabajada y 20 cañones de bronce nuevos.
A esto cabe añadir la gran cantidad de joyas y piedras preciosas de contrabando que no se declaraban a fin de evitar impuestos.
Mientras se dirigía al Canal de Bahamas, en su segundo día de navegación, la flota fue azotada por una fuerte tempestad y ocho barcos se fueron a pique. Extremadamente sobrecargados, los tres que llevaban el tesoro fueron los primeros en hundirse, pero otros cinco corrieron la misma suerte. Con el galeón Nuestra Señora de Atocha viajaban 265 personas a bordo. Solo cinco de ellas se salvaron, aferradas al palo de mesana que fue la única parte del barco que no se hundió. Cuando los vientos se calmaron el resto de la flota se reagrupó en aquel trágico lugar, pero solo encontraron a los citados supervivientes del Atocha.
Ni rastro apenas de los ocho barcos naufragados. No habiendo demasiada profundidad, durante décadas se buscaron los galeones perdidos, pero nada encontraron.
En 1969 el californiano instructor de buceo Mel Fisher, que ya había participado anteriormente en el hallazgo de otra flota española hundida en 1715, estudió los documentos existentes en el Archivo de Indias (Sevilla) al respecto de este naufragio y decidió lanzarse a la búsqueda del mismo. Consiguió implicar a varios inversores y a un grupo de expertos buceadores, creando una empresa de rescate de pecios. También su familia se implicó en la aventura y con la mejor tecnología de la época se dirigieron hacia la zona elegida.
La búsqueda duró 16 años, tiempo en el que algunas veces estuvieron meses sin encontrar nada. Sin embargo de vez en cuando algún artefacto o breve parte del tesoro parecía indicarles que la nave y su cargamento no estaban lejos.
En 1973 hallaron varios lingotes de plata pertenecientes a la relación declarada del Atocha. El filón estaba próximo sin duda. Dos años después su hijo Dick Fisher encontró cinco de los cañones de bronce que iban en el Santa María de Atocha. Apenas cuatro días después, Dick y su esposa y uno de los buzos murieron al zozobrar una de las barcas de salvamento. A pesar del accidente su padre, Mel Fisher, continuó la búsqueda.
En 1980 una buena parte de los restos del galeón Santa María de Atocha había sido encontrado y con ellos una interesante fortuna en lingotes de plata, joyas y monedas. El 13 de Mayo del mismo año su otro hijo, Kane, descubrió una parte importante del casco bajo las piedras del lastre, así como obuses y otros artefactos. El día 20 de Julio de 1985 Mel Fisher tenía varios asuntos burocráticos que resolver y no pudo hacerse a la mar, dirigiendo los trabajos su hijo Kane. A última hora de la mañana y desde la embarcación de salvamento Dauntless, Kane mandó un mensaje a su padre: "...guarda las cartas papá, hemos encontrado el filón principal..."
Fuera de sí, la tripulación describió el hallazgo como un verdadero arrecife de lingotes de plata. Días después se verificaba, por las marcas de los lingotes, que se trataba del cargamento del Nuestra Señora de Atocha. Después de tres siglos y medio sepultado bajo las aguas, el tesoro de la Flota de Indias de 1622 salía a la luz. El hallazgo fue de tales dimensiones que se denominó "El Tesoro del Siglo". Una buena parte de dicho tesoro constituye la parte principal del Mel Fisher Maritime Heritage Society Museum, en Cayo Hueso, Florida. Sin embargo nunca es suficiente y, en un lugar donde a lo largo de los siglos se hundieron cientos de galeones, la búsqueda continúa...
RAFAEL FABREGAT
Las venas abiertas de América Latina, el saqueo fue brutal y la perdida de vidas siguiendo el rastro del Dorado. Aquí en Guatavita, Cundinamarca, Colombia, los españoles abrieron un boquete a la montaña que constituía los límites de la laguna sagrada de Guatavita, lugar sagrado para los indígenas, para extraerle los tesoros que según la leyenda yacían en el fondo de la laguna. Detrás del Dorado se perpetraron saqueos y asesinatos.
ResponderEliminarLo siento amigo pero, si nos remontamos al pasado, todos los pueblos del planeta sufrieron en sus carnes la invasión y la muerte. También (cómo no) los españoles. Todo el continente americano tuvo millones de pérdidas humanas con la llegada de los europeos, no solo españoles, pero el 90% de esas muertes no fueron con lucha o asesinatos, sino por la falta de defensas de los nativos a enfermedades que para los europeos eran simples resfriados. En cuanto a las riquezas expoliadas por los españoles, efectivamente serían muchas, pero pocas llegaron a su destino. La piratería y las tormentas dejaron buena parte en el camino. Como todos sabemos lo de El Dorado fue una fábula de todo punto irreal, no así los cientos de toneladas que los Tartesos se llevaron de la provincia de Huelva y los Romanos de las Médulas de León, ambas en tierras españolas. No intento justificar nada, sino tan solo decirte que en todas partes cuecen habas... Un abrazo.
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