12 de octubre de 2015

1911- EL ESCALÓN PROHIBIDO.

Mucho me temo y ojalá me equivoque, que la Guerra Civil Española de 1936-39 no haya terminado todavía... Tanto que sean de izquierdas como de derechas, a los políticos la paz no les interesa. Carniceros unos, carniceros otros. Ojalá sea un miedo infundado, pero desde mi punto de vista se está gestando en España una nueva guerra civil. Siempre presumí, presumimos todos los de mi generación, de ser quizás los primeros afortunados que no habíamos conocido una guerra en nuestras propias carnes. Los nacidos pocos años después de finalizada la guerra pensábamos, pobres inocentes, que la modernidad descartaría ya para siempre que tales atrocidades volvieran a repetirse en un mundo civilizado como el nuestro. Pero ¡ay!, lamentablemente ya no estamos tan seguros. Parece ser que el ser humano, siéndole todo insuficiente, no sabe vivir en paz y libertad. 


El año 1949, coincidiendo con la llegada al mundo de quien escribe, el poeta y compositor argentino Alberto Castillo compuso una canción dedicada a todos los emigrantes y expatriados españoles que habían ido a refugiarse a su país: TODOS QUEREMOS MAS. Ese era el título de la canción...

Todos queremos más
y más y más y mucho más.
El pobre quiere mas,
el rico mucho más
y nadie con su suerte
se quiere conformar.
El que tiene un duro
quiere tener dos, 
el que tiene cinco
quiere tener diez,
el que tiene veinte
busca los cuarenta
y el de los cincuenta
quiere tener cien.
La vida es interés,
el mundo es ambición,
pero no hay que olvidar,
que tenemos corazón.


Para algunos, la Primera y Segunda Guerra Mundial, no fueron suficientes. Entre una y otra fue la Guerra Civil Española. También Yugoslavia saltó en pedazos demostrándose, una vez más, que la política y la religión siempre están ávidas de sangre. Los nacionalismos quieren abrirse paso, mandar y coger parte del pastel. África nunca vive en paz. Oriente Medio tampoco. En nombre de la religión y agitando banderas que hablan de una Historia ficticia, también en Europa son muchos los que quieren saciar su afán de poder, sin importarles las vidas que pueden pender del hilo endeble de una simple telaraña. Aborrezco los noticiarios de la televisión pero, al mismo tiempo, quiero estar informado. ¡Malditos sean todos los políticos corruptos, lacra de la humanidad!. Mueren miles de personas y apenas cincuenta años después ya nadie se acuerda de ello...


Desde que la humanidad deambula por este mundo, jamás se ha conocido un siglo sin guerras. Y la historia se repite constantemente. La mueven los políticos, pero los imbéciles les apoyan. Nadie se da cuenta del valor de la paz. La gente, en su ignorancia, cree que merece la pena perder la vida por una idea. ¡Como si hubieran otras vidas de repuesto!. Desde luego, cada cual que haga con su vida lo que quiera, pero que sepan que no hay segundas oportunidades. ¿Ideales...? Ideales los tenemos todos, claro que sí, pero son los nuestros, no los de los demás y por lo tanto una utopía el poder aplicarlos en paz. Solo los dictadores pueden aplicarlos, pero tampoco al 100%. También ellos tienen que transigir algunas veces, a fin de conseguir acallar a quienes les apoyan. Una auténtica mierda.

En lo alto de la escalera no hay amor y bienestar, sino odios, envidias y guerras. En España llegamos hace unos años hasta ese último peldaño: el escalón prohibido. Solo hacía falta trabajar para disponer del bienestar propio de los ricos y algunos incluso sin esfuerzo alguno. Pero no hay que ser un lince para saber que el bienestar general es imposible. Estábamos llegando a un nivel tan alto de bienestar que cuando se ofrecía un trabajo ya se respondía con dos preguntas a cual más letal: 
- ¡Según sea el trabajo y el sueldo! -era la respuesta. 
Fíjense bien en el orden de la respuesta. Lo primero era el trabajo, si no apetecía no querían hacerlo a ningún precio. Lo segundo era el sueldo a percibir. Si la remuneración no era importante tampoco les interesaba. 


Ante este estado de cosas, se abandonaron los campos y todos los oficios artesanales quedaron obsoletos. Ningún gobierno, ninguna economía puede subsistir con mano de obra tan exigente. Mientras hubo demanda, el trabajo de la construcción era el que acaparaba la mayor cantidad de mano de obra. Grandes sueldos en una jornada de 8:00h a 19:00h pero con menos de 7 horas trabajadas. ¿Extraño?. Para nada. Acudían al trabajo a las 8 de la mañana. Mirar el trabajo a realizar y preparar la herramienta necesaria y daban las 9:30h, hora de almorzar. Subían todos a los coches y se marchaban al bar. Sobre el papel era media hora pero raro era el día en que a las 10:30 estaban trabajando. Se trabajaba hasta las 13:00h y para la comida había dos horas de descanso. Se reanudaba el trabajo a las 15:00h y hasta las 19:00h. Total de horas trabajas: seis y media. 


El resultado fue un encarecimiento de la construcción de tales dimensiones que explotó cuando los Bancos empezaron a tener los primeros impagados. Algunos jefes de obra, muchos diría yo, llevaban varios trabajos a la vez y se pasaban el día de un lado para otro, supervisándolos todos y cobrando en todos el jornal. En los pueblos, incluso los había que, además de cobrar en varios sitios a la vez, marchaban a sus campos a realizar las tareas propias del cultivo de que se tratara. ¿Explotó la burbuja?. No, lo que explotó no fue ninguna burbuja, sino la egolatría general. La ambición desmesurada de unos y otros llevó al fracaso de todos. El escalón prohibido no es otra cosa que llegar a un punto tan elevado de bienestar que haga pensar a cualquiera que puede hacerse rico sin trabajar.


La práctica ha demostrado que, alcanzar ese nivel, tiene más de malo que de bueno. El mundo solo funciona cuando ese escalón solo es alcanzado por una minoría válida. Mientras el 99% tira del carro todo va perfectamente. El problema llega cuando solo tira 1 y los 99 restantes están subidos encima. Antes los más sabios eran los que se subían al carro pero, en un mundo como el actual, en el que camareros y barredores urbanos tienen una o dos carreras universitarias, solo puede viajar encima el que tenga más agallas, menos vergüenza y desprecio absoluto hacia los demás. Aún así de esos también hay demasiados, tantos que será imposible vivir en paz. Forzosamente tendrán que volver las guerras, pero no serán como las de antes. Quedaron obsoletos los castillos y las trincheras. Pronto se matará sin destruir ni siquiera las ciudades.

RAFAEL FABREGAT

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