Genio y figura... hasta la sepultura. Los viajes que yo hacía después de comer, eran para llevar agua a nuestro lugar de trabajo puesto que el agua era imprescindible para ablandar las materias primas que manufacturábamos. Ya en la fuente y después de charlar un ratito con ella solía preguntarle si haría un segundo viaje y si era así, como las distancias no se correspondían, yo vaciaba los cántaros a medio camino para volver y así coincidir nuevamente en la fuente. Estaba claro que ella también buscaba el contacto, pero lo del amor no lo tenía tan claro como yo. Así transcurrió el tiempo, entre guateques organizados por nuestras respectivas pandillas de amigos. A esa edad igual chicos que chicas no suelen tenerlo claro, pero yo sabía que la quería y que haría todo lo posible por hacerla mi mujer. No fue fácil porque, como he dicho antes, ella no lo tenía del todo claro. Las cosas eran un día blancas, otras negras y casi siempre grises. Yo, ante la indefinición, hacía también mis pinitos de aquí para allá pues no me faltaban oportunidades. Pero el tiempo pasa y nos plantamos yo con veinte años y ella con dieciséis y decidí que había que poner punto y final a un juego que había durado demasiado. Puse las cartas sobre la mesa porque tenía claro que había más ases a mi favor que en contra y gané la partida. Ella dijo que sí y desde aquel momento no volvimos a separarnos. Este año se han cumplido cincuenta de aquella decisión que dio inicio a un noviazgo de cuatro años. Nos casamos, ella con 20 años y yo con 24 y la vida nos ha dado tres hijas y cuatro nietos. Por supuesto hemos tenido altibajos, pero está claro que estábamos predestinados a caminar juntos por la vida...
RAFAEL FABREGAT


No hay comentarios:
Publicar un comentario