George Washington fue sin duda uno de los personajes más interesantes que ocuparon la presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica, desde Abril de 1789 a Marzo de 1797, no en balde se le considera "padre de la Patria". En 1775 fue designado comandante en jefe de las tropas que habían de conseguir la independencia de Inglaterra. Tras muchos tira y afloja la guerra fue ganada y en 1787 presidió la Convención de Filadelfia que puso los cimientos a la primera Constitución y dos años después, en 1789, sería elegido por unanimidad como primer presidente de los Estados Unidos. A su muerte en 1799, el general y amigo Henry Lee III pronunció estas breves palabras: "Fue el primero en la guerra, el primero en la paz y el primero en el corazón de sus compatriotas".
La Historia norteamericana cuenta mil y un acontecimiento sobre lo que fueron sus ocho años al frente del nuevo país, pero no el que vamos a contar a continuación. No culpamos a nadie por ello, puesto que sabemos de su nimiedad para quien ocupó cargo de tal responsabilidad, pero no deja de ser una anécdota simpática y quizás de alguna importancia si tenemos en cuenta que el regalo recibido estaba próximo a desaparecer de la faz de la Tierra.
Sí amigos. El entonces rey de España Carlos III quiso hacerle llegar un regalo cuanto menos curioso y, aunque a medias, vaya si lo consiguió.
Según los datos recopilados por el veterinario zamorano José Emilio Yanes, el monarca español quiso regalarle una pareja de burros de raza zamoranoleonesa, en peligro de extinción, que sin duda alguna no existirían por aquellas tierras del Nuevo Mundo.
Teniendo en cuenta la categoría del destinatario, los dos garañones, adquiridos en las localidades zamoranas de Morales del Vino y Roelos de Sayago, serían sin duda dos ejemplares de concurso con el más puro pedigrí.
En aquella época los viajes por mar todavía eran largos y pesados, habida cuenta de que, al parecer, durante la travesía hubieron de sufrir algunas tormentas de bastante importancia que dieron al traste con la vida de uno de los ejemplares. Se soltaría y con el oleaje se estamparía sin duda contra el casco de la bodega del barco de línea. Sea como fuere, uno de los asnos no llegó a pisar tierras americanas.
Esperemos que fuera el macho y que pudieran traer a este mundo la pretendida descendencia de aquella raza de burros españoles, a partir de entonces americanos, aunque solo fuera al 50%. La anécdota, retratada mediante un libro del citado autor, ha sido aceptada con simpatía en aquellas tierras norteamericanas pues nada se sabía de todo ello. Sobre George Washington hay tanto y tan importante que contar que los historiadores nada reflejaron sobre el peliagudo regalo remitido a este personaje por el rey de España Carlos III.
RAFAEL FABREGAT
El título lo dice bien claro...
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