La inmensa cueva Hang Son Doong, la más grande del mundo, se encuentra en Vietnam y es el vientre que alumbra cada día al importante río Rao Thuong, dándole cobijo durante decenas de kilómetros por el interior de la Tierra. Bucólicamente y sin esforzarse demasiado, los lugareños bautizaron la gruta como "Cueva del río de la montaña". Que sea grande, no significa sin embargo que su localización sea fácil puesto que tan inmensa oquedad vertical está ubicada en un remoto paraje de montaña selvática, en el centro del país y no excesivamente accesible. Hang Son Doong está situada en un agreste paraje del Parque Nacional Phong-Nha-Ke Bang, proximo a la frontera con Laos y forma parte del conjunto de un centenar y medio de cavernas de la cordillera Annamita. Una primera expedición realizada en 2.009, exploró entonces hasta 4 Km. de profundidad. Aunque ya estaba previsto dejarlo ahí hasta mejor ocasión, una pared de 60 metros de altura les cerró el paso adelantando acontecimientos.
Simpáticamente la llamaron "La Gran Muralla Vietnamita". Desde abajo los exploradores distinguieron un espacio abierto en la parte alta de la grandiosa pared de calcita e indicios de luz pero, tal como estaba previsto de antemano, estaba decidido aplazar la aventura de investigar lo que podía haber tras tan inmenso muro hasta una próxima visita. La incógnita tenía sobre ascuas a los aventureros y apenas había pasado un año cuando éstos -siete fornidos espeleólogos británicos, científicos y porteadores- regresaron para escalar el inmenso coloso de carbonato cálcico y seguir hasta el final de la grandiosa gruta. Dos ríos subterráneos nacen en su interior. La inmensidad de la cueva se traga los haces de luz de las linternas frontales, casi desapareciendo. Los expedicionarios decidieron apagar las linternas y fue entonces cuando se percataron de que allá, a lo lejos y tras lo que parecían antiquísimos derrumbes del techo, una tenue luz se vislumbraba espectral.
Esto animó a los expedicionarios que se abrieron paso como puedieron en esa dirección. Tras una empinada cuesta y profundos cortes en la roca, los exploradores contemplaron extasiados un haz de luz solar que, a modo de catarata, penetraba en la inmensidad de la cueva a través de hueco del techo dejando ver una minúscula parte de la montaña exterior. El agujero, no tan pequeño puesto que tiene casi 100 m. de diámetro, se sitúa a casi 250 metros de altura sobre el piso de la cueva. Más adelante hay otro, incluso de diámetro mayor, que ilumina cientos de plantas que han nacido al amparo de la luz y el calor de nuestro astro rey. Decenas de chimpancés se descuelgan por las lianas en busca de caracoles y otros frutos con los que alimentarse. Pero la cueva seguía adelante y nuestros expedicionarios se internaron hacia lo desconocido. Sin duda nuevas maravillas les esperaban.
El ruido ensordecedor de los ríos interiores asemeja los de estaciones ferroviarias de tiempos atrás, motivo y causa de que la cueva fuera encontrada en 2.009 por el campesino que se vio atraído por tan gran estruendo. Sin embargo éste no se atrevió a acercarse y solo se limitó a informar del hallazgo. Cruzar estos ríos interiores es imposible sin el uso de cuerdas de seguridad pues el agua rompe bruscamente entre las cortantes rocas desprendidas del techo. En las paredes laterales, perlitas de caliza formadas y engrosadas gota a gota alrededor de los granos de arena durante millones de años quedan incrustadas en las paredes entre lienzos del mismo material. Las salas principales de la gruta, de más de 200 metros de altura por 150 metros de ancho, empequeñecen a los exploradores que escudriñan con sus lámparas los diferentes y maravillosos escenarios que cada rincón de la cueva les presenta.
Cumpliendo las expectativas se llegó por fin al final. Son 6,2 Km. de longitud y unos 200 metros de altura, una capacidad muy superior a la Cueva del Ciervo, localizada en Borneo y que era considerada hasta ahora la más grande del mundo. Sin embargo nadie sabe cual es el definitivo final. Las dimensiones y la biodiversidad de la cueva Hang Son Doong merecen la atención de especialistas y aficionados, propiciada por la luz natural que penetra en la misma. Inmensas y coloridas lagunas salpican su interior, llenándola de la luz y la vida que esas claraboyas naturales le aportan. Parece ser que la gruta era conocida desde mucho tiempo atrás pero la inmensidad de los espacios y sus dificultades naturales, habían impedido hasta ahora su completa exploración. Hasta hoy pocos han sido los afortunados que han podido vivir esa experiencia, pero sin duda otros muchos seguirán esos primeros pasos de los exploradores del National Greographic.
RAFAEL FABREGAT
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