27 de septiembre de 2012

0801- LOS ANTIGUOS CAFÉS.

En las grandes ciudades siempre ha habido dos clases de "Cafés": el de barrio y el burgués. 
En los pueblos, ya se sabe, uno solo o todos iguales. Ya que quien escribe es de pueblo, por los de pueblo empezaremos...
El café de pueblo era, y digo "era" porque están cerrados ó prácticamente desaparecidos, el lugar de ocio y reunión de la clase obrera y de la "burguesía" local, entrecomillando el adjetivo puesto que en los pueblos levantinos de interior, de burgueses había pocos y cualquier asalariado con trabajo, comía y bebía (vivía) mejor que ellos. Casi todos agricultores, los cafés eran lugar de cita obligada donde intercambiar opiniones y pareceres sobre el tiempo, la política, los precios de los productos del campo y los diferentes métodos y formas de cultivo. Se hacían tratos y se brindaba repetidamente por ellos, fomentando algún que otro olvido que impedía llevarlo a cabo. Para hablar del éxito de estos establecimientos, hemos de remontarnos 40-50 años atrás ya que en estas últimas décadas, la televisión ha acabado con esas tertulias que tanto fomentaban la sociabilidad de las gentes. Allí se organizaban partidas de cartas y unos jugando y otros mirando, se hablaba de todo y de todos. Sobre todo de los desmanes de Franco, de los abusos de la Guardia Civil, de la escasez de lluvias y de lo baratos que pagaban los comerciantes los productos del campo. 

Los bares, o cafés, eran punto de encuentro y reunión de amigos que echaban la partida y posteriormente se iban al fútbol o llevaban a sus mujeres al cine. A aquellos mismos bares, antes abarrotados, actualmente acuden dos docenas mal contadas de clientes nostálgicos (que no pueden aguantar a sus mujeres, ni ellas a ellos) y algún joven que huye de su casa, con los ojos enrojecidos de tanto móvil u ordenador, sin saber a donde ir. Tras la partida de cartas (si hay bastantes para jugarla) tienen que marchar nuevamente a sus casas porque el fútbol de pueblo ya no es lo que era y los cines hace décadas que cerraron, no ya en los pueblos, sino incluso en las ciudades. A los jóvenes de los pueblos les salva, quizás, la moda de las "peñas" en las que se juntan, también frente a un televisor.

Actualmente para ver una película has de ser joven, tener coche y ganas de ir a los polígonos de la ciudad donde se abrieron lo que actualmente llaman "multisalas" en las que proyectan 20 películas a la vez en pequeños cines, que la juventud no recordará en su madurez porque no tienen personalidad alguna. Quedaron atrás los cines de barrio y aquellos de verano donde, al descanso, podías invitar a tu novia a un polo de hielo (sabor a "Fanta") mientras los niños se iban a robar manzanas a las fincas extramuros. Todo eso ya es historia, algo que jamás volverá. Cuando sean mayores, los jóvenes de hoy podrán recordar que se cepillaron a más de cuatro en el capó de un coche, en el propio parking de la discoteca de turno, pero nada de inocentes barrabasadas que es lo que se vivía en las décadas 60/70 con un dictador al frente de la nación española y que hoy, en la lejanía, tienen su gracia. 

No la tenía tanto cuando la pareja de la Guardia Civil llegaba a aquellos mismos cafés de pueblo y los mandaba a dormir a todos, en el caso de haber dado las 12 de la noche, o tomaban nota de nombres y apellidos porque había un incendio en los montes próximos y citaban para acudir a la plaza del pueblo una hora después donde, a la fuerza, salir con viejos camiones a una aventura incierta y con mochilas de cobre a la espalda que pesaban más de 25 kg. Si el hecho se conocía de antemano había dos opciones bien diferentes que eran: quedarte en casa y aplazar la tertulia con los amigos para el día siguiente, o arriesgarse a ser fichado como bombero ocasional, para lo cual no había excusa posible. 

Caso de arriesgarse y salir en esas noches de intriga, se hacía obligado sentarse a jugar la partida de cartas al fondo del local, lejos de la puerta de entrada y próximos a la puerta trasera, donde salir pitando en caso de llegada de "los civiles". Claro que eso son cosas de pueblo, que en la ciudad no han conocído. En los "cafés" de ciudad había diferencias entre locales que en los pueblos no existían. Los cafés de barrio serían, supongo, bastante similares a los de cualquier pueblo, con sus vecinos, partidas de cartas, dominó, etc. pero allí había "otra clase de cafés", más distinguidos, donde su clientela era una mezcla entre burguesa e intelectual. Por poner dos ejemplos de todos conocidos hablaré del "Café Gijón" en Madrid y del "Café Florián" en Venecia. Como estos habría miles en el planeta pero, para un servidor, estos dos son quizás los más conocidos y admirados; especialmente el Florián, donde un café podía suponer en aquellos tiempos toda una magistral lección de vida.

El Café Gijón, estaba (y está) en el número 21 del Paseo de Recoletos, en Madrid. Fundado en 1.888 por el asturiano Gumersindo Gómez tuvo unos comienzos muy humildes puesto que estaba lejos del centro y eran otros como el "Suizo" o el "Café Fornos" los que estaban de moda para esa clientela tan especial, pero todo llegaría. Lo de "Gijón" fue en homenaje al origen de Gumersindo y durante muchos años solo fue uno más de los cafés de barrio, como había miles. De todas formas su ubicación era buena puesto que Recoletos era lugar de paseo y, especialmente en verano, era típica la horchata, el agua de cebada, la limonada o la zalzaparrilla aunque, claro, llegado el otoño la caja mermaba notablemente...

Con el tiempo fueron instalándose, en sus típicas mesas de hierro forjado y mármol blanco, algunas tertulias sobre política, toros o sucesos del momento. Sus primeros clientes famosos fueron Canalejas, Ramón y Cajal, Valle Inclán, Pérez Galdós... También tuvo una musa, Timotea Conde (Madame Pimentón) borracha y ex prostituta que cantaba (desafinando) por los cafés y con la que se metían los parroquianos, provocando las risas de toda la clientela. En el año 1.916 Benigno López, barbero de profesión y gran amigo de Gumersindo le propuso comprarle el local que acordaron por la cantidad de 60.000 pesetas y con la condición de que nunca debería cambiar el nombre del establecimiento. El hecho de que España fuera neutral durante la I Guerra Mundial provocó la llegada de parte de la nobleza europea, algunos de los cuales pasaron por el Café Gijón, como también lo hiciera la propia Mata-Hari. 

Pocos años después Benigno murió, pero su mujer siguió con el negocio. La competencia era terrible y fueron muchos los cafés que tenían tertulias acreditadas por la presencia de grandes figuras, pero el Gijón no aflojaba sino que se hacía más variopinto. García Lorca, Sánchez Mejías, Celia Gámez, Jardiel Poncela... Algunos tertulianos incluso formaron parte activa en la II República. Se abría un periodo de agitación política y se adivinaban tiempos de guerra que finalmente llegaron. Temporalmente el Gijón cerró pero, tras la contienda, la viuda de Benito y sus hijos volvieron a abrir y los más famosos tertulianos del momento regresaron a su local favorito. José García Nieto, Rafael Romero, Pedro de Lorenzo, Camilo José Cela... Esta nueva hornada de artistas y escritores no tenía una alineación demasiado clara con el régimen y el Gijón estaba en una situación un poco comprometida. Pero eso no era todo, la época de posguerra dejó a sus clientes sin dinero. Algunos pidieron el pago a cuenta, otros incluso pedían prestado al cerillero. Una década más tarde la tertulia política había descendido notablemente, al tiempo que aumentaba la de fútbol.

Ya con más bonanza, en 1.963 se produjo la creación del servicio de restaurante, al tiempo que las consumiciones dejaban de ser el típico café, para pasar a las bebidas de importación. Con todo eso llegó la modernidad y decrecieron las tertulias hasta su desaparición. 
En cuanto al Café Florián, de Venecia... ¡Uffff!. Ese es sin duda el "summum de los cafés" de tertulia, de lujo, de glamour, de historia y de antigüedad. 
El ala sur de la Plaza de San Marcos, donde se encuentra el Florián, fue construida en 1586/1640 y concretamente la casa que ocupa el local fue la Procuretie Nuove. 
(Antigua oficina de los Procuradores de San Marcos, o Fiscalía de Venecia).   
Este histórico Café fue inaugurado como tal el 29 de Diciembre del año 1.720, siendo su propietario Floriano Francesconi. El nombre inicial del local fue "Alla Venezia Trionfante". Su elegancia atrajo a los ilustres de todos los tiempos: Cassanova, Goethe, Carlo Goldoni... Era curioso que el Florian era el único café de su tiempo y su categoría que permitía la entrada a las mujeres, lo cual era muy apreciado por Lord Byron, Charles Dickens, Marcel Proust y otros personajes notables, que eran clientes casi diarios. 

Son varias las salas que alberga: 
- Sala del Senato. (del Senado)
- Sala Cinese. (Sala china)
- Sala Oriental. (Sala oriental)
- Sale delle Stagioni o degli Specchi. (de las estaciones o de los espejos)
- Liberty sala y (de la libertad)
- Sala degli Uomini illustri. (de los hombres ilustres) 
En sus paredes pinturas de venecianos notables como Marco Polo y Tiziano, entre muchos otros famosos de su tiempo. 
En puertas y ventanas los más exclusivos y prestigiosos cristales de Murano, decorados al fuego y convertidos en verdaderas obras de arte.

El Florián es sin duda el "café" más antiguo de toda Italia y uno de los más emblemáticos del mundo. 
Enclavado hacia la mitad sur de la Plaza de San Marcos, en sus salas se pueden admirar los frescos más artísticos, la madera más noble, los más bellos espejos y los lienzos de prestigiosos pintores que transportan a ese tiempo decadente de siglos pasados, hoy más apreciado que nunca por la gente pudiente por la imposibilidad de encontrarlo en ninguna otra parte del mundo.  
Es lo más refinado, el auténtico lujo convertido en Café, porque la palabra "bar" es para sus clientes asíduos impronunciable.

Los productos de la máxima calidad se unen al servicio más exquisito y el ambiente más selecto. 
Solo una cosa negativa y justamente la que más dinero aporta a su caja registradora... El turismo, tan variopinto y multicolor, rompe con todos los esquemas de un local de esa antigüedad, de ese prestigio y de clientela históricamente selecta, hoy empañado con la llegada de unas gentes que visten de manera informal pero que suelen llevar la cartera llena. 
En un enclave como ese, que recibe diariamente miles de visitantes de todos los rincones del mundo, resulta imposible y económicamente inviable, impedir que las "hordas" invadan la "capilla sixtina de los cafés"

Apenas uno se asoma a la puerta, puede pensar, sin miedo a equivocarse, que los precios pueden ser prohibitivos pero... ¡Ir a Venecia y no tomar café en el Florián...! Y eso es lo que pasa... 
Sin embargo el Florián es más que un café y los italianos son listos. 
Como se ha dicho antes, históricamente el Café Florián está dividido en varias salas, la mayor parte de las cuales no están abiertas al público en general. 
Las que si lo están son pasadas de largo por esa "crem de la crem" que no quiere gritos, ni risas, ni empujones. 
Esos -la gente bien- siguen teniendo en el Café Florian "su local"; el exclusivo, el impenetrable, el de siempre... Mientras los turistas deambulan por los salones más próximos a la calle y terraza, también del máximo nivel, en las salas más exclusivas los multimillonarios van a lo suyo ¡y con los suyos...!

RAFAEL FABREGAT

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