Ya me imagino que, al leer el título, más de cuatro habrán puesto el grito en el cielo diciendo:
- ¡Venecia desconocida!, ¿pero qué dice este chalado?. Justamente Venecia... ¡Una ciudad archiconocida por todos!.
Bueno... Conocida sí, pero no en profundidad. Una ciudad en la que sus habitantes autóctonos (los venecianos) han tenido que marchar ante lo insoportable de la avalancha turística continua que padece o disfruta, según se mire.
Pues sí amigos... De Venecia se conoce todo y además de forma repetitiva, machacona, pero solo aquello que a nivel turístico le atañe. Las góndolas, los canales, el carnaval, el festival cinematográfico, el romanticismo que desprende y hasta la isla de Murano, que casi todos visitan. Los cruceros descargan cada día miles de turistas que visitan la Plaza de San Marcos, la catedral y el Palacio Ducal... Incluidas sus mazmorras y el famoso Puente de los Suspiros.
También es bastante frecuente tomarse algo en el Café Florián, lugar emblemático para el gran escritor Hemingway que tantos cafés se tomaría y seguramente en la misma mesa, ya prácticamente reservada para él.
Pero ya no es tan frecuente visitar la Venecia de barrio, el lugar donde viven aquellos venecianos que, por imposibilidades económicas, permanecen en la casa que les vio nacer.
¿Que hay de su historia, de Pádua, de la comarca del Véneto, a la que pertenece? Se dice que una de las más espectaculares formas de llegar a Venecia, es por tren. La estación de Santa Lucía, situada al oeste del Gran Canal, está a apenas 20 minutos de Pádua, una ciudad a visitar. Allí reposan los restos de San Antonio en un panteón gigantesco y con una buena parte de sus reliquias.
Algo espectacular, como
espectacular es también la gran devoción que sus fieles le profesan. También hay que conocer el presente de la ciudad y de sus gentes; la vida diaria de los que allí viven. En Venecia no todo son palacios y canales. Hay gente normal, como Ud. o como yo que trabajan, viven y sufren la problemática de cualquier ciudad, agravada allí por las dificultades propias del enclave. Pero, vayamos por partes...
Uno de nuestros principales proveedores es de la comarca del Véneto y hace ya algunos años nos invitó a pasar unos días con ellos. La visita no tenía otra finalidad que estrechar lazos comerciales y obedecía a la cordialidad con que siempre los habíamos recibido en sus visitas a nuestra casa, o en alguna que otra reparación de máquinas llevada a cabo por sus propios mecánicos.
La famosa paella valenciana, preparada por mi mujer, era motivo de elogio por todos ellos y su fama llegó a oídos de sus parientes a los que habían informado cumplidamente.
Nosotros somos de viajar, pero no con este programa. De todas formas, ante su insistencia, nos vimos obligados a aceptar la tan reiterada invitación, alegando nuestro deseo de conocer Venecia. El viaje en coche es fácil, pero largo. Aproximadamente son 1.500 Km. pero yo en aquel momento, no siendo absolutamente necesario, no me subía a un avión así como así. Resumiendo: plano de carreteras y nota de enlaces de autopistas, etc. nos llevaron a la comarca del Véneto, bastante cerca de Venecia y de Pádua, tras catorce horas de viaje, pero en dos etapas, eso sí.
Para no hacerlo pesado y aprovechando que tengo familia en el Aude francés, salimos de Cabanes para hacer noche en Ventenac de Minervois, 25 km. al norte de Narbona y a 500 Km. de Cabanes, a la misma orilla del Canal du Midí.
Allí es continuo el trasiego de grandes barcazas que pasan del Cantábrico al Mediterráneo a través del citado canal y salvando, naturalmente, las diferentes exclusas que se encuentran en el camino.
Durante más de quince años 12.000 obreros trabajaron para hacerlo posible.
Le Chateau y la villa de Ventenac está situada a escasos 25 Km. de Narbonne y a otros tantos de Carcassonne, capital del país de los Cátaros, una ciudad medieval por excelencia.
A escasa distancia el Abismo de Cabrespine, una gruta de 250 metros de profundidad y más de 100 de diámetro, una especie de lágrima a la inversa de proporciones descomunales.
Se diría que la montaña que la cobija está prácticamente hueca. Un fenómeno más que añadir a quienes visiten Carcassonne. También los Castillos de Lastours, cuatro castillos en una misma montaña y para una misma familia, a medida que se independizaban unos de otros. En la Cité du Carcassonne, y un radio de apenas 30/40 Km. hay mucho que ver.
La sola visita a la ciudad ya tiene miga, pero tampoco hay que descartar todo lo interesante que hay a su alrededor y que he citado anteriormente. Eso sin contar que estamos a cuatro pasos de Toulouse y Narbonne, capitales francesas por excelencia donde hay mil y un sitios interesantes que visitar.
Sin embargo, en este viaje, Francia era lugar de paso. Fonda donde pasar un día con la familia y descansar en el largo viaje hacia Venecia. Por consiguiente a la mañana siguiente y tras un frugal desayuno, emprendimos nuevamente el camino de los 1.000 Km. restantes. Aunque viajamos siempre por autopista, la cosa requiere su tiempo puesto que hay más de 50 túneles que tienen una velocidad bastante limitada.
No hay que ponerse nerviosos, sino disfrutar de los diferentes paisajes siempre espectaculares:
Montpellier, Nimes, Marseille, Cannes, Nice, Mónaco, Génova, Verona y Pádova (est).
Llegada a destino y visita a los amigos. Acomodo en el hotel que nos han reservado al efecto y cena de presentación a la familia.
A la mañana siguiente visita a las instalaciones comerciales del anfitrión y por la tarde visita a la ciudad de Pádua y a la Basílica de San Antonio. Nueva cena a la que se unen familiares directamente unidos a la empresa y operarios que habían venido a nuestra empresa a solucionar problemas mecánicos.
Tras la cena, expresado nuestro deseo de visitar Venecia, el propio gerente-propietario se presta a acompañarnos a la mañana siguiente en un exhaustivo recorrido por los lugares de interés general, como la catedral de San Marcos, el Gran Canal, el Puente de los suspiros, etc. aplazando para la tarde lugares interesantes y menos turísticos. Posteriormente desplazamiento en "motoscafo" a la isla de Murano donde visitamos algunos talleres de soplado del vidrio; compra-recuerdo del maravilloso cristal y regreso con el "vaporetto". Importante mariscada en un pequeño restaurante de nombre "el Cicerone", fuera de ruta turística y a precio local. Tras la comida, caminata por los barrios venecianos y canales secundarios donde admiramos auténticos palacios fuera de las rutas turísticas convencionales empapándonos del verdadero ambiente local, perfectamente explicado por nuestro "guía particular".
Lo mejor fue sin duda estar lejos de las aglomeraciones de un turismo masificado.
Habiendo dejado el coche en Pádua, para admirar la llegada a Venecia en tren, era obligado volver sobre nuestros pasos envolviéndonos nuevamente por el ambiente turístico de Venecia ante la proximidad de la Plaza de San Marcos.
Regreso a Pádua y desde allí a la casa del anfitrión que, juntamente con su esposa, deciden que cenemos en una cercana (no tanto) población muy emblemática: Bassano di Grappa, población donde está ubicado el "Ponte di Palladio" o "Ponte Vecchio di Bassano" , cuna de del típico licor italiano (grappa). Se dice que toda pareja que se bese amorosamente sobre tan emblemático puente (100% de madera) no se separará jamás. Naturalmente probamos la fórmula y (de momento) estamos juntos.
Destruido en varias ocasiones por causas naturales, lo fue por última vez por sus propios habitantes en 1.945 a fin de parar el avance alemán, finalizada la guerra lo construyeron de nuevo y siempre y exclusivamente de madera ya que, en una ocasión que lo hicieron de piedra solo duró seis años.
En un coqueto restaurante, al final del puente, cenamos con música de violines y a la luz de las velas.
Después, aparcado ya el romanticismo de una cena tan especial, se impuso la tradición local, que no es otra cosa que el recorrido (en nuestro caso corto) de visita a los diferentes establecimientos que fabrican y sirven la famosa bebida. Me resultó curioso que, en la propia calle, había que esperar turno para entrar. Curiosa también la forma de servir a la clientela.
En el estrecho pero profundo local (todo barra) dos "camareros", provistos de sendas mangueras, pasaban una y otra vez la larga goma, de punta a punta, rellenando los vasos de los clientes en un chorro continuo, sin paradas.
Como es natural nosotros, ya no tan jóvenes, tuvimos que marchar rápidamente evitando quedar arrollados por tan potente licor.
Alegría de los que esperaban en la calle y que soñaban con esos centímetros de espacio que les permitieran ser atendidos a través de las mangueras que llevan el preciado líquido almacenado en grandes toneles de cientos de litros, tras la barra. Es lo que en España se ha llamado siempre Cazalla o Aguardiente seco. Fuego líquido de 55º. Con un solo vaso tuvimos suficiente. Porque allí los vasos son grandes... ¡Nada de copas!.
RAFAEL FABREGAT
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