Que una monja se relajase con alguno de los sacerdotes locales, no era ninguna novedad en los conventos renacentistas del siglo XVI o XVII y seguramente tampoco en anteriores o posteriores a éstos, pero esta es otra historia bien diferente como veremos a continuación.
La Historia está repleta de casos en los que se da buena cuenta de los monasterios en los que la relajación de las normas morales y el libertinaje sexual de quienes habitaban entre sus muros era práctica habitual. Almacenes de mujeres de clase media-alta, cuyos padres no estaban dispuestos o eran incapaces de reunir la dote suficiente para encontrarles a sus hijas el marido que se les acomodase. Y así sucedió con nuestra protagonista Benedetta Carlini, abadesa (1619-1623) del Convento de la Madre de Dios, en la Toscana italiana y más concretamente en la ciudad de Pescia (Pistoia). Por lo visto la niña era de una familia acomodada de un pueblo cercano a Pescia. Benedetta había nacido en 1590 y llevada al mencionado convento a los nueve años de edad cumpliendo voto que hicieron sus padres en el momento de nacer.
Ya en el momento de su entrada al convento sabía leer y escribir, siendo tan inteligente y locuaz que antes de los treinta años de edad ya era abadesa. Incluso llegó a convencer a propios y extraños de que Cristo y sus ángeles hablaban con ella. Tan místicas afirmaciones llamaron la atención de las autoridades eclesiásticas que pronto abrieron una investigación y los detalles sexuales de su vida salieron a la luz en aquellos interrogatorios.
Entre los miles de casos de homosexualidad, estudiados en aquellos tiempos de la Europa medieval e inquisidora, prácticamente ninguno hace referencia a relaciones entre mujeres. Los archivos de la época, repletos de casos contra clérigos y laicos por sodomía y relaciones sexuales con monjas, no registran ni un solo caso de relaciones sexuales entre mujeres. Solo una reseña del siglo XVI habla de dos monjas quemadas por usar "instrumentos materiales", sin duda referidos a algún tipo de consolador casero. Hay algún otro caso del mismo siglo, pero en el que las acusadas fueron absueltas por falta de pruebas suficientes. En todos los casos eran documentos de tribunales inquisitoriales que no constituyen prueba fiable puesto que las autoridades eran siempre varones que a menudo podían oscurecer la verdad.
También las acusadas responderían sin duda de forma exculpatoria a fin de que se redujera al mínimo la condena por su mala conducta y así suponemos que sucedió en el caso de sor Benedetta Carlini.
Está claro que hubo relación sexual entre Benedetta y su amante, como existieron otras muchas y especialmente dentro de los conventos. Hay que tener en cuenta que en algunos momentos llegaron a vivir entre paredes conventuales más del 10% de la población femenina adulta, por lo que sin duda hubo en aquellos oscuros rincones muchas y buenas oportunidades de florecer casos como el que nos ocupa. Incluso resulta impensable que la castidad pudiera mantenerse entre sus muros. El mundo de la Edad Media era perfecto conocedor de la realidad homosexual y no era mojigato, aunque muchos todavía no tenían muy claro que las mujeres pudieran darse placer entre ellas, sin la ayuda de un hombre.
De hecho el documento salido del caso de Benedetta Carlini dio mucha luz en cuanto al tipo de prácticas que podían darse las mujeres entre sí y sirvió como herramienta fundamental de trabajos posteriores sobre materia de lesbianismo. Las relaciones de Benedetta con la hermana Bartolomea pueden calificarse de auténtico lesbianismo puesto que para ella no era una necesidad, desde el momento en que se sabe que varios hombres la pretendieron. Sin embargo tampoco fue una relación claramente enunciada. Cuando hizo el amor con Bartolomea Crivelli, ella imaginaba ser un ángel varón, puesto que las relaciones hombre-mujer eran las únicas conocidas por ella y por lo tanto era incapaz de concebir la relación sexual entre mujeres. Inconscientemente, al ser monja, necesitó disfrazarse mentalmente de ángel para excluir la posibilidad de pecar.
Con el papel de varón y ángel, Benedetta quedaba absuelta de pecado contranatura. Lo relatado por Benedetta al alto tribunal era suficiente castigo para merecer la hoguera, pero los teólogos de la época solo pudieron determinar su conducta como "polución provocada por el frotamiento de las partes pudentas o masturbación mútua" que por si misma era de menor gravedad que la sodomía, lo cual no impedía que la relación entre ambas monjas no fuera emocional y sexualmente satisfactoria. La tarea inmediata de los investigadores fue (vaya morbo) comprobar los hechos in situ lo relatado y escribir detalladamente lo que oyeron o creyeron oír. Tan turbado estaba el escribano que tomaba nota durante los interrogatorios que su letra, hasta entonces perfecta, se tornó descompuesta, ilegible y llena de tachaduras. El amanuense no era el único en no entender lo que allí se relataba...
"Durante dos años, dos o tres veces por semana, tras desnudarme y acostarme, obligaba a mi compañera a que se desnudara y se metiera en la cama también, besándola como un hombre y agitándome sobre ella hasta que ambas nos corrompíamos, lo que a veces duraba una hora y otras, dos horas o más. Estas cosas las hacíamos especialmente por la mañana, al amanecer. Pretextando que necesitaba algo, la llamaba y tomándola por la fuerza pecaba con ella como he dicho antes. Para obtener mayor placer ponía mi cara entre sus pechos y los besaba, queriendo estar siempre así, sobre ella. En varias ocasiones en que Bartolomea no quiso acostarse conmigo para evitar el pecado, fui a buscarla a su cama y subiéndome encima de ella pequé igualmente a la fuerza. En otros momentos, pretendiendo estar enferma y necesitar algo, le asía con fuerza su mano y metiendo su dedo en mis genitales me excitaba tanto que me corrompía. Y besándola y poniendo mi mano en los suyos hacía que se corrompiera ella. Cuando hacía esto parecía estar en trance. Como si fuera mi ángel, adolescente de pocos años, el que hiciera aquellas cosas. El ángel llamaba a Bartolomea su amada y le hacía prometer que jamás confesaría lo que hacían juntas, asegurándole que no había pecado alguno en ello...
Entrégame tu corazón y déjame actuar como deseo -le decía. De aquella manera el ángel lograba su propósito y ambas nos corrompíamos sin que ni una ni otra llevásemos a cabo los ejercicios espirituales que las mojas suelen hacer antes de la confesión general. Tras los actos deshonestos, hacía la señal de la cruz sobre su cuerpo y sobre el mío propio y todo quedaba perdonado.
Todo esto y mucho más lo confesó también Bartolomea al tribunal, aunque con mucha vergüenza...
Según relato de Bartolomea, la abadesa la obligaba a hacer el amor con ella y ambas experimentaban las epifanías místicas que Benedetta describía. O sea, que a ella también le gustaba... Otras monjas de su convento confesaron que Benedetta pasaba muchas horas del día hablando y riendo con uno de los curas del convento, lo cual hacía que la abadesa faltara muchas veces a los servicios vespertinos. Otra añade que dos o tres veces por semana se cogían en la ventana de la comunión y se tocaban besándose las manos. Lo mismo en la puerta del convento, estando ella de pie y él de rodillas. Benedetta -aseguraron las monjas- era la más limpia de todas, hasta el punto de que monjas y seglares estaban atónitos, pues San Francisco y Santa Catalina de Siena, así como otros muchos santos, fueron despreciativos con la limpieza. Y eso era así porque, mientras estaba en éxtasis, el ángel le dijo que esos otros santos no tenían el guardián que ella tenía...(!)
La confesión de sor Bartolomea fue suficiente para que la madre Benedetta fuera despojada del cargo de abadesa y mantenida bajo arresto en su celda durante los 35 años siguientes, solo pudiendo salir para ser azotada o para oír misa. Murió en 1661, a los 71 años de edad. Su amante lo había hecho un año antes, en 1660.
RAFAEL FABREGAT
El vicio de la carne.
ResponderEliminarSeguirán todavía en el Purgatorio?
lol
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