8 de abril de 2015

1718- ENTRE LA CIENCIA Y LA FE.

Nada es fácil y menos aún establecer la línea que separa la verdad arqueológica de la mentira interesada, bien sea por motivos religiosos, políticos, o buscando la falsificación para conseguir rápidos y pingües beneficios económicos. 
La arqueología bíblica ha dado pasos de gigante en las últimas décadas pero, aún así, se mantiene la incógnita sobre cuestiones tan divulgadas como el Arca de la Alianza, el Arca de Noé, el Santo Grial, etc. Han sido demasiados siglos sin seguimiento alguno para que ahora, ya en el XXI d.C. queramos encontrar elementos desaparecidos miles de años atrás, si es que acaso existieron. No tiene por qué ser cuestión de fe. Solo la Iglesia Católica y demás religiones podrían aportar luz a estas incógnitas pero, ¿les interesa?. 


Como ya conté en entrada anterior, el Cristianismo no vio la luz hasta transcurrir más de cuatro siglos después de la muerte de Jesús de Nazaret. ¿Qué podía quedar de cierto de todo cuanto aconteció en aquellos tiempos?. Poca cosa, sin duda. Y para la Historia, el nacimiento y la muerte de Jesús, son cosas relativamente recientes. Acontecimientos que apenas hace cuatro días mal contados que sucedieron. ¿Que saber de todo cuanto aconteció miles de años antes, cuando ni siquiera existía la escritura?. Todos sabemos lo que es moverse entre las turbias aguas de la comunicación oral, playas que apenas contienen arena con la que construir la Historia de lo que aconteció realmente.

Adán y Eva, el Paraíso terrenal, la Caída de los ángeles, el Diluvio universal, las siete Plagas de Javeh... Ya inmersos en el siglo XXI, ¿cómo puede la Iglesia mantener ese tipo de enseñanzas?. ¿Acaso no les resulta bochornoso y hasta pecaminoso incluso, utilizar el nombre de Dios, para relatar cuentos que ni el más inocente de los niños puede creer?. Las religiones de cualquier tipo  -pienso yo- ganarían muchos más adeptos predicando el amor a todos los elementos de la Creación y muy especialmente entre los hombres. La única verdad que tendríamos que aprender es la protección del planeta, el amor y cuidado de plantas y animales, así como el medio en el que todos nos movemos. El Paraíso existe, está aquí, pero tiene otro nombre. Se llama amor.

Solo las religiones nos impiden disfrutarlo en paz. Porque las religiones solo buscan el poder y el control de los demás. Con miedos, con amenazas de castigos divinos que no existen. Dios nos dio la vida y un planeta en el que desarrollarla. Creced y multiplicaos, con amor a todas las cosas que os han sido dadas. ¿Qué hemos hecho de tales enseñanzas?. Nada. Odiarnos los unos a los otros, priorizando envidias incluso entre hermanos. Todavía hoy, hijos de los mismos padres se matan entre ellos para conseguir la mejor parte o el todo de una herencia con la que apenas si se puede comer. Ya no digamos cuando hay fortunas en disputa. ¿Acaso no saben esos desalmados que la felicidad no está en eso?. Ser feliz es difícil pero, si hay una mínima posibilidad, está en el amor a los demás.


Yo admiro a los esforzados arqueólogos que con tanta paciencia desentierran para nosotros, los profanos pero curiosos amantes de la Historia, interesantes vestigios de un pasado lejano. A veces, incluso ciudades enteras de las que todos conocían su existencia pero no su ubicación. Mi admiración y mis felicitaciones pero, ¿quien es capaz de mostrarnos el camino hacia un presente idílico, de amor, igualdad y justicia entre todos los hombres?. Nadie. Esa asignatura no está en las facultades de Historia y no lo está porque los caminos que llevarían a ella jamás existieron. El mundo es egoísta, pero no lo es por vicio, sino por pura necesidad. Simples animales al fin y al cabo, se trata de comer cada día sin ser comido por los demás...

RAFAEL FABREGAT

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