Se diga lo que se diga el alma, si es que existe, no pesa nada. Se han escrito cientos de artículos y miles de post sobre los 21 gramos que en 1907 dijo el doctor Duncan McDougall que cada ser humano perdía al morir, achacándolos al alma que abandonaba el cuerpo del difunto. Repito, de existir, el alma no pesa nada porque es algo intangible, inmaterial. Las religiones llaman alma a nuestro raciocinio, a nuestra personalidad, a nuestra forma y manera de ser como individuos únicos e irrepetibles. Cada día nos cruzamos con otras personas que disfrutan y padecen las alegrías y los sufrimientos propios de la vida diaria. Cada uno de ellos, cada uno de nosotros, las vivimos de forma única, porque único es nuestro cerebro y única es nuestra percepción.
Justamente por que cada cual ve las cosas de distinta manera, un mismo hecho presenciado por diferentes personas tiene distintas opiniones. ¿Quien tiene la razón?. Pues bien, todos y nadie, porque la verdad no existe. Lo que sí existe es nuestra verdad, la que tenemos por verdadera. No hay alma, porque no hay verdad ni razón. Incluso el asesino más sádico y brutal, considera tener razones más que suficientes para actuar como actúa. El ser humano actúa en base a instintos y enseñanzas recibidas. No hay más.
En todas nuestras acciones, una parte de nuestro "doble" cerebro nos dice lo que deberíamos hacer en cada caso concreto pero, inmediatamente después, la otra parte aprueba o no esa conducta dependiendo de las enseñanzas recibidas a lo largo de nuestra vida y especialmente aquellas que se aprenden los primeros años de la niñez. Se dice que la mayor capacidad de penetración está entre los 4 y los 8 años. Parece una edad muy temprana pero no lo es. A esa edad preescolar, es al parecer cuando más hondo calan los sentimientos del bien y del mal, según las enseñanzas recibidas y los ejemplos que vemos en los seres de nuestro entorno más próximo. De acuerdo con los genes se desarrolla el instinto, pero en base a las enseñanzas recibidas y al comportamiento que vemos a nuestro alrededor desarrollamos los hábitos.
El individuo es la suma de ambas cosas, un único ser pero con "dos" cerebros. Las religiones suelen llamar "alma" a ese segundo cerebro, al que nos alerta sobre el bien o el mal de nuestras actuaciones. Refiriéndose a nuestra dualidad de pensamiento, la religión cristiana nos dice que es el "ángel" y el "demonio" que todos llevamos dentro. Quien gane más "batallas" determinará que seamos buenos o malos, al criterio de la religión y la sociedad, pero no implica castigo celestial alguno. La sociedad se rige por una serie de normas que facilitan la convivencia entre los diferentes modos de ser. Por lo tanto es la conveniencia social la que prevalece. Está bien todo lo que favorece el entendimiento entre la sociedad y está mal todo lo que perjudica a terceros y por lo tanto a la relación con los demás.
De todo lo dicho anteriormente se desprende por tanto que no hay alma ni peso para ella. Tampoco separación del alma y el cuerpo en el momento de la muerte. La muerte cierra el riego sanguíneo y el cerebro se apaga como una bombilla cuando falla se suministro eléctrico. El alma es una actitud, un sentimiento de pena o alegría dependiente de nuestra respuesta a los códigos de conducta aprendidos en nuestra infancia. Por naturaleza, nacemos con actitudes egocéntricas y posesivas pero, en base a la educación recibida, tendemos a socializarnos y a alcanzar sentimientos de satisfacción o de culpa según dominemos o no esa actitud egoísta con la que nacemos. El ser humano es el más inteligente sobre la Tierra pero, aún así, se mueve más por las conductas aprendidas que por las intuitivas. Especialmente porque lo que conviene a la sociedad dominante tiene premio y lo que perjudica tiene castigo.
RAFAEL FABREGAT
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