De acuerdo con la teoría de estos científicos, el Uranio y el Torio presente en el núcleo de nuestro planeta son los que emiten la energía necesaria para alimentar el campo magnético que nos protege de las radiaciones emitidas por el sol y que consecuentemente permiten la vida en le Tierra. Según estas investigaciones la abundancia de estos elementos en el núcleo, junto al Samario y al Neodimio, solo pudieron ser posibles gracias al choque de otro planeta con unas peculiaridades muy especiales y demasiado próximo como para mantenerse alejado de la Tierra. Este planeta se estima de un tamaño similar al de Marte y que los científicos ya han bautizado con el nombre de Theia.
Habiendo sido probado que tales materiales están allí, los científicos deducen no solo que efectivamente el choque se produjo, sino que además tenía que tratarse forzosamente de un cuerpo celeste rico en azufre y muy pobre en oxígeno. Una catástrofe de estas características pudo haber fundido el uranio con el sulfuro de hierro y asimilar también los demás elementos que componen el núcleo de la Tierra.
Claro que solo un planeta con núcleo de sulfuro reducido (azufre sin oxígeno) podría contener el Uranio y el Torio, de la misma manera que solo con ese choque interplanetario pudo llegar hasta el núcleo de la Tierra. Inicialmente el choque disolvería estos componentes con la corteza y el manto de nuestro planeta, para posteriormente ir sumiéndose hacia el núcleo de la misma. Se cree que tal catástrofe pudo acontecer hace unos 4.500 millones de años atrás y que el resultado de la misma supuso la formación del campo magnético que ha permitido la vida gracias a la protección solar que nos ofrece. Lo que ha quedado demostrado en esta investigación es que tales elementos existen en el núcleo de la Tierra y que sin embargo no son propios de la misma.
Otra consecuencia de dicho choque sería la creación de la Luna, nuestro satélite. El análisis de las rocas lunares confirman que efectivamente su formación es debida a una brutal colisión de otro cuerpo con la Tierra. En un principio la Tierra no tenía satélite pero, en un mundo en plena creación, el planeta que chocó haría el milagro de su formación.
Cuando se produjo el choque, tanto La Tierra como Theia eran tan solo dos esferas incandescentes. Debido a esta colisión, se formaría una inmensa cantidad de escombros que giraría alrededor del planeta y que, obedeciendo a las leyes de la gravedad, iría formando poco a poco lo que hoy es nuestro satélite. Sin embargo allí es imposible la vida, como igual de imposible lo era en la Tierra y en el resto de planetas del Sistema Solar. Es imposible porque, aún en el supuesto de haber oxígeno y temperatura adecuada, no existiría el campo magnético para proteger esa vida, ya que la radiación solar se la impediría. La Tierra no es por tanto un planeta, sino la suma de dos de ellos. Eso es lo que nos distingue y lo que nos ha proporcionado la vida y su protección.
El impacto sería de tal magnitud que produciría literalmente la fusión de ambos cuerpos. Solo una cosa así pudo producir el milagro. Somos pues el resultado de una catástrofe, al que algunos prefieren llamar "Creación" y, como en tiempos prehistóricos, achacarla a los dioses. El caso es que se trata de un hecho excepcional en el Universo, un cúmulo de circunstancias tan excepcionales que pudiera darse el caso de que no se hayan producido en ningún otro lugar del firmamento. En nuestro planeta no solo se reúnen los elementos necesarios para la vida, sino que, además, tenemos la protección que esta necesita para poder existir. Sin esa insólita combinación de casualidades no podríamos estar aquí.
RAFAEL FABREGAT
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