19 de mayo de 2011

0364- EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA.

A pesar del hambre que se pasaba por aquel entonces, nunca Cabanes tuvo tantos hornos como hacia 1.950/60. Eso sin contar que, por aquel entonces, algunas viviendas aún contaban con horno propio de leña. Horno rústico de piedra y mortero, con piso de ladrillos macizos de barro cocido. En algunas casas de las afueras de la población y también en algunas más céntricas con patio interior, no era extraña la presencia de un pequeño horno para comodidad de sus moradores y para evitar el pago que como es lógico cobraban las panaderías de la localidad por el uso del suyo. Por aquel entonces todas las panaderías locales, además de preparar el pan para su despacho, solían admitir en sus hornos la cocción del pan particular e igualmente alguna que otra cacerola de comida. Ello convertía a los hornos en puntos de encuentro social muy frecuente.


Normalmente se trataba de arroz al horno, patatas con pescado, diferentes cocas saladas, rollos de pan con almendras y naturalmente los diferentes dulces que pudieran preparase por determinadas fechas o acontecimientos. En el momento de su cosecha, hacia primeros de Junio, también eran muy típicos los largos alambres de patatas y cebollas recién recolectadas. En cuanto al pan, era tanta la afluencia de mujeres que los panaderos pedían que cada interesada tuviera una marca para reconocer el suyo. Por si el trasiego semanal de la cocción de pan no fuera suficiente, cualquier celebración y muy especialmente en las bodas, las mujeres de la familia y vecinas se ayudaban en la preparación de los diferentes pasteles y creaban un variopinto aumento de la actividad habitual del horno al que se encaminasen. 
En aquellos tiempos era bastante normal que en las casas de los agricultores que tenían cosecha propia de trigo, previa molienda de una parte para consumo propio, sus mujeres hacían la masa y la llevaban al horno a cocer. 

Dependiendo del número familiar era lógicamente la hornada, pero siempre era costumbre hacer pan una sola vez por semana.

El primer día el olor a pan recién sacado del horno impregnaba toda la casa y despertaba el hambre que ya de por sí teníamos todos metida en el cuerpo. Las madres sacaban entonces el adelanto de la hornada, que consistía en alguna coca de aceite al que unos le ponían sal y otros azúcar. Contrariamente a la época actual, en la que afortunadamente todos estamos demasiado hartos, para alegría general las madres de entonces solían hacer alguna coca o rollo de pan con almendras "mollars". Las cocas solían ser de sardina, pisto, o alguna de las frutas de temporada como las cerezas, manzanas agrias, membrillo, etc. 

A propósito o no, en mi casa el pan se hacía a principios de semana y solía durar hasta el viernes, lo que propiciaba que para el fin de semana tuviéramos pan tierno de panadería. Esto no significaba que se tuviera que gastar una sola peseta en ello sino que era costumbre entonces que, caso de disponer de harina propia, se aceptaba el pago del pan con el mismo peso de harina. Los niños hacíamos gustosos el recado pues era muy raro que harina y hogazas coincidieran, lo que propiciaba alguna rebanada extra que nunca llegaba a la casa. 
El horno más antiguo de Cabanes, del que yo tengo constancia, se llamaba Forn de Sitjar, pero yo jamás lo vi en funcionamiento. Se trata de un horno gótico del siglo XIII, vestigio de la época mora cabanense. La casa en la que estaba ubicado se ha convertido en Casa rural, por lo que su conservación está asegurada aunque solo sea como decoración. 

Como he dicho antes, eran muchos los hornos en funcionamiento por aquel entonces. Otro también muy antiguo y que si llegué a ver funcionando, se incendió en los años 60 poniendo en peligro algunas casas del vecindario. Estaba ubicado en el número 3 de la calle del Carmen, a menos de 100 metros del anterior y tras el incendio fue derrocado y convertido en almacén para la tienda de comestibles adyacente. Paso a enumerar los hornos que sí he visto en pleno funcionamiento en los citados años 50/60. Señalo en primer lugar, por dar exclusivamente servicio de horno sin venta de pan; era el Forn de la tía Quinta y estaba en la calle de San Antonio, probablemente en el número 9 u 11. Como he dicho no estaba ligado a panadería alguna y su dueña se sustentaba exclusivamente de lo que sus clientas le abonaban por el servicio de cocción. 

Lógicamente los beneficios serían muy exiguos puesto que de la recaudación, sin duda mínima, todavía había que descontar el gasto de la leña. Sin embargo esta buena señora lo mantuvo abierto mientras su salud y los muchos años se lo permitieron. 
Aunque el resto de los hornos de la localidad tenían despacho de pan, en mayor o menor medida todos ellos admitían también la cocción particular del pan o comidas de los vecinos. Siguiendo pues esta premisa y por proximidad con el anterior, cabe señalar que en la misma calle San Antonio y casi contiguo, seguramente en el número 5 estaba el Forn de les Pintxes, madre y dos hermanas que unos años después marcharon a vivir a Oropesa y adyacente a éste, en la esquina a la calle de San Andrés estaba el de "el Pintxo". Como se puede ver, el hecho de que en muchas casas hubiera servicio de horno, no impedía que la demanda de pan y servicio de horno no fuera extensa. A escasos cien metros, en el número 3 de la antigua calle de La Morera, actualmente Gavaldá, estaba la panadería de Etiene con despacho de pan a cargo de la hermana del titular. El horno lo trabajaban los dos hermanos varones; también estaba en la misma calle, pero en el callejón que sube hacia la calle de San Mateo. Era el número 14 y también gozaba de una gran clientela para el cocido de las comidas y pan particular. 

También a escasos cien metros del anterior, en el número 27 de la calle Ramón y Cajal (Planiol) estaba y está el Forn de Pepa, actualmente en desuso como horno tradicional y convertido despacho de pan y cafetería-pastelería. El otro horno que queda por reseñar y que llamamos Forn de Papel, está y ha estado siempre regentado por la familia Francisco Boix. La ubicación de panadería a pie de calle y horno al fondo de la casa, ha estado siempre en la antigua Plaza del Generalísimo, hoy dels Hostals, aunque una reciente remodelación del nombre de las calles le ha dado a este tramo el nombre de Guillermo Andreu. Aunque la cocción de pan y cocas particulares a caído totalmente en desuso, no hace mucho tiempo aún ví a una señora que llevaba una cazuela para su cocción en este horno. Las tradiciones se resisten a desaparecer por completo...

RAFAEL FABREGAT

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