Lo cierto es que tengo dudas de que vaya a hablar de fontaneros y, por supuesto, tengo clarísimo que esa "prehistoria" a la que voy a referirme, solo hace 50 años que dejó de existir.
Como en tantos de mis relatos, voy a comentar cosas que ocurrían en Cabanes en la década de 1.950 y, en este caso, voy a hablar "dels llanterners", aquí llamados "quenquillers o llanderos". Diga lo que diga el traductor valenciano-castellano, yo creo que nada tenían que ver con los actuales fontaneros. Lo que si está claro es que en tiempos de miseria y sin agua corriente ni desagües en las casas no existía el oficio de fontanero, pero sí el de "llanterner", que no era otra cosa que un reparador de toda clase de cachivaches.
Este tipo de profesionales, dedicados a reparar todo tipo de utensilios domésticos, metálicos y de barro cocido, tenían buena oportunidad de trabajo en los tiempos de la posguerra española. Tanto es así que en nuestro pueblo, alrededor de 2.200 habitantes, había dos talleres fijos y aún así todos los meses acudían a la localidad "llanterners" ambulantes que desempeñaban su trabajo a pie de calle. Armados de silbato similar al que portaban "els afiladors" (chiflo), llamaban la atención del vecindario y voceaban el servicio de su profesión a todo aquel que lo necesitara.
Sus herramientas de trabajo eran un pequeño hornillo de carbón, un soldador, bobina de cable de estaño, grapas de hierro y una especie de pasta obturadora (masilla) de sujeción; naturalmente también un pequeño saquito de carbón vegetal, imprescindible para poder calentar el soldador. Aparte lo anterior estaban naturalmente las exiguas y rústicas herramientas propiamente dichas que portaban en una caja de madera, en la parte trasera de la vieja bicicleta.
Fuera cual fuere el recipiente a reparar (una olla, una palangana, un lebrillo, un cubo de zinc, una tinaja o "cosi", -recipiente de barro cocido para almacenar hasta 100 litros de agua o más- el primer trabajo era el lijado de la zona a reparar.
El soldador, pieza fundamental y más cara de cuantas portaba "el llanterner" era de cabeza de cobre, mango de madera, arandela de bronce y varilla de hierro. Herramienta sofisticada que, calentada al rojo vivo en aquel pequeño hornillo de carbón, licuaba por contacto el estaño y permitía la soldadura de la pieza rota o perforada.
Si la pieza a reparar era metálica se procedía a la obturación o soldadura con estaño. El hornillo de hierro, con patas de apenas 20 cm. de altura, permitía trabajar al profesional sentado en una pequeña banqueta de madera en la propia calle. Esto llamaba la atención del vecindario y propiciaba nuevos clientes. Si el utensilio a reparar era de barro cocido, tras el lijado, se hacían las perforaciones pertinentes para la posterior instalación de grapas de hierro, todo ello rematado con la masilla correspondiente que finalizaba el trabajo evitando fisuras y consiguiente pérdida de líquidos. Todos los cacharros de la casa, sin excepción, podían alargar su vida útil gracias a los trabajos "dels Quenquillers", nombre real que se daba en nuestra zona a estos profesionales de la eternidad. Salvo que la pieza se rompiera en mil pedazos, su reparación siempre era posible. Otra cosa es que valiera la pena llevarla a cabo...
Los profesionales de Cabanes, dos familias como se ha dicho anteriormente, eran Manolo y Pepe els quenquillers y Vicent el Llandero. Como entonces era costumbre, el apodo daba claros datos de su profesión, como también la daba de todos los demás vecinos. Los primeros, con taller y vivienda en el número 13 de la Plaza Sitjar, denominada por los cabanenses como "raconet de detrás l'Església". Casa de pobres, era de una sola planta con altillo, taller junto a la puerta de la calle y cocina en la parte de atrás y habitaciones en lo alto. Estos hermanos, de 15/20 años de edad por aquel entonces, trabajaron muy poco en el oficio de su padre. Prontamente vieron que el trabajo era poco y mal pagado y ambos hermanos entraron a trabajar como asalariados en sendos talleres locales dedicados a la fabricación de escobas. Manolo, el mayor, trabajaba en el taller de Manuel el Maco y Pepe, más joven, lo hacía en el de Herminio el dels Muts, padre de quien escribe. Bastantes años después, pero relativamente joven, Manolo falleció. Pepe marchó de Cabanes hace más de cuarenta años y no conozco qué fue de su vida.
Mientras tanto Vicent el Llandero y su mujer Bienvenida, mantenían su taller de reparación en los bajos de la casa número 20 de la Plaza del Generalísimo (actualmente dels Hostals) propiedad de la familia Borrás. Ante las dificultades de vivir de su oficio de "quenquillers" esta familia inició la comercialización de toda clase de utensilios de barro cocido y menaje para el hogar, lo que les permitió mantener las ganancias suficientes para vivir.
Prontamente el bajo de Borrás se les quedó pequeño y haciendo un gran esfuerzo económico adecuaron un local en el número 15 de la calle de San Vicente. Para entonces no solo habían desaparecido los "llanterners" ambulantes, si no que tampoco ellos realizaban ya reparación alguna. Los tiempos estaban mejorando y el antiguo oficio quedaba ya obsoleto. La reparación era más cara que comprar el artículo nuevo, con lo cual...
Premio al trabajo y a la constancia del matrimonio, fue la apertura del nuevo local en el que se vendían desde los más antiguos cacharros de barro cocido hasta la loza y cristalería más finas. De ahí pasaron prontamente a cuberterías y cualquier otro utensilio para la casa, ofertando incluso las típicas "listas de boda" propias de la época y que estuvieron vigentes durante algunas décadas.
Después, ya se sabe... El tiempo pasa y los viejos acaban descansando en paz, como también los hijos de unos y otros. El alma mater del negocio era Bienvenida, "la tía Llandera", que era la forma de referirnos a esta sagaz comerciante. Ignoro cual sería la opinión de cuantos iban a venderle sus productos a los cuales sin duda les haría sudar tinta pero, para quien iba a comprárselos, siempre tenía la misma frase de astuta comerciante :
- Val tant però, per tractar-se de tu, t'ho deixaré en...
Su hijo apenas siguió el negocio, después alquilaron el local, pero esto es otra historia. Lo que nos ocupaba en el día de hoy eran "els quenquillers de Cabanes". Historia de privaciones, de miserias, incluso de hambre. Pero son las historias de aquella época, de nuestro país y fundamentalmente las que atañen a nuestro querido pueblo...
RAFAEL FABREGAT
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