7 de febrero de 2011

0263- EL OASIS OLVIDADO.

Entiendo perfectamente que la mayor parte de las gentes del interior de la península, tengan esa fijación por la costa y el sol aparentemente especial, que brilla en la arena de la playa. Igual ocurre con los turistas que, desde norteños y húmedos países, visitan España buscando el sol que allí les falta sin duda. Sin embargo, aunque tengamos casi 8.000 Km. de bellísima costa, a criterio de mucha gente no es ese el único destino interesante de nuestro país, ni tampoco el más extraordinario de ellos.
Naturalmente, para gustos colores. Todos recordamos tiempos no tan lejanos, en los que el turismo de interior era irrelevante. No me refiero a la visita de las interesantísimas capitales de provincia que jalonan nuestra piel de toro, si no a lo que se ha dado en llamar "turismo rural". Supongo que, en principio, sería porque se carecía de oferta hotelera y tampoco los servicios estarían a la altura de las circunstancias.

Para nadie era interesante ir a pasar las vacaciones en un pueblo cualquiera y menos todavía en un paraje remoto atrapado entre montañas. Aquello quedaba para los "rústicos" del lugar, paletos que jamás habían visto el tipazo de las suecas ligeras de ropa y desconocían las fiestas nocturnas que en las proximidades de la costa se organizaban. Más de cuatro creerían seguramente que la gente de los pueblos de interior vestían todos con zamarra y boina al uso. Son demasiados los chistes hechos al respecto pero el lugareño, más inteligente si cabe que muchos de los "señoritos" de capital, hacía caso omiso a las miradas de reojo y a las sonrisas burlescas de los urbanitas. Baldomero, el pueblerino que regentaba la mísera taberna que vemos en la foto, en la que a duras penas se defendía dejando caer unos chorizos en la sartén y friendo unos huevos con puntilla, acompañados de vino de garrafón que decía ser de su cosecha, cuando le preguntaban lo que se debía, soltaba sin pestañear: ¡20 euros por cabeza!.
- ¡Hostia! -se quejaba el urbanita- ¿Un poco caro no...?
- Hombre, es que el chorizo es de matanza y los huevos de gallina negra...
- ¡Ah...! -atinaba a decir el de ciudad, descolocado- ¡Siendo así...!

Personalmente jamás he comido en ningún restaurante de interior, a los precios que se cobran en la costa. Estamos hablando, lógicamente, de cocinas de igual categoría. Un simple menú de restaurante de carretera, situado en cualquier pueblo perdido del interior, viene a costar 20 euros, cuando en la costa vale solo 15 euros. Normalmente se cree que esto tiene que ser al revés, pero no es así.
El por qué ocurre esto, tiene muy fácil explicación. Es la ley de la oferta y la demanda, así como la necesidad de negocio. El bar de interior tiene menos competencia y menos "necesidad" de hacer caja, puesto que paga impuestos muy inferiores al restaurante costero. Eso sin contar que el de interior abre todo el año y el de costa solo tres meses. En pequeños pueblos de interior y menos de 500 habitantes suele haber restaurantes de categoría y capacidad increíbles, cuando en la costa ese tipo de locales son de imposible emplazamiento, salvo contadas ocasiones. Independientemente del lugar en donde este ubicado el local, es como si no se tratara del mismo país. Naturalmente el país es el mismo, pero no los impuestos por mesa o metro cuadrado de ocupación.

De todas formas la demanda de plazas, en casas de turismo rural, aumentan cada día hasta convertirse en un negocio cómodo y rentable. Vacaciones y fines de semana, antiguos pueblos semi-abandonados recobran su esplendor de antaño al acoger decenas de familias que optan por pasar en plena naturaleza sus días de asueto. ¿Nos hemos vuelto locos, o realmente son esos los cuerdos?. Desde luego yo, que apenas he pasado cuatro noches en un hotel rural, soy de los que creen que el interior tiene una oferta más variada, rica y saludable que la costa. Quizás será porque mi pueblo tiene playa, a 12 Km. del núcleo urbano, pero la tiene. Será eso, porque yo no me explico qué es lo que tanto les gusta de la playa. ¿El despelote, quizás?. Porque, otra cosa... La playa es sucia, está masificada y la mayor parte de los usuarios son irrespetuosos con ella y con todo su entorno. Entonces... ¿donde está el interés en su visita? Si no lo sabe nadie, yo lo diré. El interés está en el precio de las entradas. O sea, que es gratis.

Si yo fuera madrileño, seguramente también tendría interés en irme unos días a la playa. No voy a negarlo. Pero aún así, en el caso de disponer de dinero suficiente para hacerme un chalecito en la sierra, sin duda ninguna no lo compraría en la costa. A lo sumo, a la costa iría yo una semana en verano, porque siempre nos gusta lo que no tenemos, pero el chalecito y mi piscinita en la sierra... ¡Menuda diferencia!. Y de vez en cuando me dejaría timar por el pueblerino de los chorizos y por el de las morcillas, haciéndome el longui sí, porque son mejores y más baratos unos huevos fritos con chorizo, acompañados de media hogaza de pan de pueblo y una jarra de vino peleón a 20 euros, que las gambas de la costa, que te venden como frescas de la zona y son congeladas de Sudamérica, o de la China.

RAFAEL FABREGAT

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