Todos los aficionados a las setas sabemos que, llegado este tiempo, es en las zonas próximas a la costa donde debemos buscar estos manjares. De hecho en mi pueblo, cuyo término municipal tiene playa en el Mediterráneo, los buenos seteros están llenando la cesta de níscalos en cada salida y sin ningún esfuerzo especial. Pero hay un problema, claro está. Como he dicho en otras ocasiones, los que aprendimos a buscar setas en el Maestrazgo estamos mal acostumbrados y difícilmente podemos hacer ésto en nuestra zona. Desde la costa y hasta los 1000 metros de altura, en esta zona mediterránea crece el matorral. El madroño, el brezo y las aliagas campan a sus anchas hasta alturas considerables. Buscar setas en estos lugares es poco menos que ir a la guerra y volver sin heridas casi imposible. Nosotros somos gente de paz y ver sangre no es lo que más nos gusta.
Salimos del bosque en dirección al coche y... ¡Sorpresa!. Ya con el vehículo a la vista, en el claro aunque todavía bajo los pinos, una imagen espectacular que lamentablemente no pude fotografiar llamó nuestra atención. Un semicírculo de "cabezas de fraile" (Leucopaxillus Giganteus, Geotropa, o Clitocybe máxima) de más de ¡50 metros! de longitud. No era una seta desconocida para nosotros pero, hallada en alguna ocasión en grupos de media docena de ejemplares, siempre la consideramos basta y nunca la recogimos a pesar de saber que eran comestibles. Ayer y en base al refrán de que "cuando no hay lomo todo lo como" mi mujer cogió dos o tres ejemplares, llenando la cesta puesto que tenían 30/40 cm. de diámetro. No confundir por tanto con otra muy similar (platera), de pie delgado y más pequeña, que suele salir a principios de temporada. Yo que portaba una cesta mayor fui eligiendo los ejemplares más pequeños (10/15 cm.) y llené la mía en un santiamén.
Diez cestas (no menos de 50 Kg.) quedaron allí, por si a algún otro despistado mejor conocedor de la especie le apetecía recogerlas. Sin comerlo ni beberlo marchábamos hacia nuestro próximo destino con una cajita frutera y dos cestas llenas de setas que no sabíamos siquiera si eran un buen comestible, o algo sin valor culinario. Eran las doce del mediodía. Estábamos a unos 25 Km. del poblado de La Estrella, antiguo poblado en cuya iglesia se cobija la patrona del pueblo de Mosqueruela. Desde allí la pista de tierra asciende barranco arriba hasta el llano del pueblo de Vistabella, donde teníamos previsto colocar entre pecho y espalda un buen plato de chuletas de cordero asadas a la brasa de encina, en el "asador de l'Alforí" junto a la fuente del mismo nombre. Emprendimos pues un camino difícil, destrozado por las fuertes tormentas de la semana anterior.
La Estrella es un antiguo poblado antes repleto de vida y actualmente abandonado, donde solo habita la patrona de Mosqueruela y un par de pastores jubilados. Mal camino, repleto de torrenteras que lo atraviesan a cada paso haciendo imposible un camino ya de por sí difícil. Hasta seis portones lo cierran como forma de mantener controlados los ganados de vacuno que actualmente pastan a lo largo de su complicado serpentear. De pronto, en el momento más complicado de su recorrido, dos piedras nos avisan de que nos esperan momentos peores. El camino trascurre en este punto entre escarpadas alturas de más de 500 metros de caída, con un camino de poco más de 2 metros de ancho, inseguro porque las fuertes lluvias han arrastrado la tierra y el vehículo se desliza sobre una base de grava reseca e insegura.
Lo estrecho del camino y el precipicio que tenemos a nuestra derecha no es lo más difícil del recorrido, sino las continuas curvas que, con más de 300º permiten descender a ese camino semejantes alturas en poco más de 1 Km. Camino de cabras que el NISSAN Terrano II baja en 2ª reductora, a poco más de 2 Km/h. Curvas infernales que pueden lanzarte fácilmente al vacío a poco que la grava se mueva. Obligatoriamente hay que llegar al fondo del barranco que acoge al río Montlleó, para posteriormente subir esa misma altura por el lado contrario. No hemos hecho caso de las piedras que nos advertían de un peligro incierto, entre otras cosas porque allí era imposible el retorno. Llegamos pues abajo, al fondo del barranco y lugar en el que el río Monlleó, procedente de Puertomingalvo y Mosqueruela, acoge en su seno a su principal afluente, el río Majo que viene por la izquierda.
Estamos en el linde entre Mosqueruela y Vistabella del Maestrazgo, pero también entre Teruel y la Comunidad Valenciana. El río Monlleó baja dócil, con apenas dos palmos de agua, pero el Majo baja rápido y altivo, con más un metro de altura y por lo que se ve esto no es nada para lo que llevaría unas horas atrás. Cien metros antes de llegar a su confluencia con el Monlleó, que es también el punto de cruce del camino de Mosqueruela hacia Vistabella y al poblado de La Estrella, los escombros nos indican hasta donde han llegado las aguas del rió Majo y la imposibilidad de cruzar el río, donde gruesas piedras en uno y otro lado del río nos impiden el paso, a pesar de ir en un 4x4. No hay más remedio. Hay que regresar todo lo andado y volver a Mosqueruela, esta vez cuesta arriba, aunque ya conociendo el terreno.
Quedan para otra ocasión las soñadas chuletas del restaurante de l'Alforí, con allioli casero y patatas de Vistabella. No pasa nada. Lo importante es que regresamos con mucha más seguridad que a la ida y a bastante más velocidad. A las 2 de la tarde ya estábamos en Mosqueruela, un pueblo muy mermado de visitantes cuando la temporada de setas da paso al frío y a la humedad del otoño en alturas que muchas veces superan los 2000 metros sobre el nivel del mar. Sin embargo hoy hace un buen día y la gente ha salido de casa, con ganas de respirar el aire puro de la montaña. Hacia las dos y media de la tarde el restaurante tiene llenos dos tercios de su capacidad. El jamón de Teruel, las carnes del lugar y los buenos vinos de Cariñena hacen de la comida un deleite. Esta sí que será sin duda nuestra última visita del 2015 a Mosqueruela... ¡Y más cargados de lo previsto!.
RAFAEL FABREGAT
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