En Malasia, Tailandia e Indonesia lo llaman Garudá y su importancia es de tal magnitud que figura en los escudos nacionales. El induísmo y el budismo lo consideran un semidiós, heraldo de los verdaderos dioses. Iconizado como un águila gigante y dorada, se dice que puede llegar a tapar la luz del sol. Su figura aparece en numerosos templos antiguos del siglo VI.
Rey de todas las aves y enemigo de las serpientes, también los japoneses lo adoran bajo el nombre de Karurá. Al parecer se comía a todos sus enemigos serpientes hasta que un día un príncipe budista le mostró las ventajas de ser vegetariano y Karurá devolvió la vida a todas las serpientes que había comido hasta entonces.
Como es del conocimiento general, según la mitología, el Fénix no era un ave común ni habitaba en cualquier lugar del planeta. Con el aspecto de una dorada águila imperial, se autodestruía cada 500 años cual secreto mensaje de espías en tiempos de guerra y volvía a renacer de sus cenizas como mágico talismán. La leyenda dice que habitaba en una extensa región que abarcaba desde Egipto hasta la India, ocupando todo el Oriente Medio.
También las leyendas cristianas incluyen al Ave Fénix en el Paraíso terrenal, donde anidaba en un grandioso rosal. Tras comer Adán y Eva la manzana y ser expulsados, de la espada del ángel encargado de desterrarles salió una chispa que prendió el nido y a su ocupante. Sin embargo por ser el único animal que no había comido de la manzana se le concedió la inmortalidad. Cada 500 años el ave ponía un huevo que empollaba durante tres días, hecho lo cual el Fénix ardía por completo y del huevo que había bajo las cenizas surgía la misma ave.
Explicando el milagro de la resurrección de la carne, Clemente de Roma, en su XXV epístola a los Corintios, nos dice:
"...el ave Fénix es única en su especie. Vive quinientos años y cuando ha alcanzado su madurez, se hace un ataúd de incienso y especias, muriendo después. Cuando su carne se pudre, una larva se nutre de su humedad y energía. Cuando la larva crece le salen alas y cogiendo con sus patas el ataúd donde quedaron los huesos del progenitor, los lleva de Arabia a un lugar llamado ciudad del Sol, en Egipto, donde deposita los huesos en el altar del Sol. Después inicia el regreso a Arabia al tiempo que los sacerdotes examinan los huesos aportados y el registro de los tiempos, para verificar que la norma divina ha sido cumplida".
No tenía imaginación ni nada, el tal Clemente... Fue el tercer sucesor de San Pedro. Situando el apostolado de San Pedro entre el año de la muerte de Cristo (33) y el 67 que es cuando le sucede Lino I (67-76), sabemos que a este último le sucede Anacleto I (76-88) y que tras él ejerció su obispado Clemente I desde el año 88 al 97.
En cuanto al ave Fénix, ¿qué quieren que les diga, que ustedes no sepan...? ¡Simple fantasía!.
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