4 de enero de 2011

0231- EL PERFUME Y EL ROCE DE LA PIEL.

En esta ocasión, el título lo dice todo. Pero quizás no lo que estaban pensando...
Estamos hablando de guarnicioneros y del popular zapatero remendón. De todo había en Cabanes 50 años atrás y en importante cantidad, para un pueblo de 2.400 habitantes. Nada menos que tres zapateros y un importante guarnicionero es lo que teníamos en Cabanes para atender la demanda local de estos productos y servicios.
El taller de zapatería, con oficial de más edad, estaba situado delante mismo del antiguo horno de Etiene Llorens. La casa era el número 18 de la calle Obispo Gavaldá, entonces carrer de La Morera y, aunque independiente, formaba parte de la casa número 11 de la calle de San Mateo. El zapatero, ya muy mayor y del que no recuerdo su nombre, se dedicaba a atender las necesidades del vecindario más próximo a su taller y algunas clientas fijas del horno de Etiene que, siendo de barrios más alejados, aprovechaban sus viajes al horno con el pan, una cazuela de patatas con bacalao o unos boniatos, para acercarle aquellos zapatos a los que había que ponerles medias suelas, tacones, etc.

Otro taller, con amplia cobertura a las necesidades de la población del casco antiguo de Cabanes, estaba situado en el número 7 de la calle del Rosario. Este artesano, forastero pero casado con una joven de la localidad, escaseando el trabajo de zapatero compró una máquina grapadora y dedicó sus últimos años de oficio en Cabanes a la confección de capazos de goma recuperada que fueron de gran aceptación, especialmente para el acarreo de la uva, entonces en plena vigencia local. Pasada esa época boyante, acabó marchando de la población posiblemente por falta de trabajo. Es el único de los tres que todavía disfruta de buena salud y mantiene su casa en perfecto estado a la que acude algunos fines de semana, fiestas locales o vacaciones.

El tercero y más popular era Ernesto "el Sabaté", casado con Carmen "la de Pota", tenía taller y vivienda en el número 12 de la calle de San Vicente. Su taller era una gran entrada que, desde la puerta de la calle hasta la cocina interior, cubría ampliamente todas sus necesidades de estocaje de pieles, trabajos pendientes y acabados.
Su especial carácter hacía que muchos niños acudiéramos a su taller para que nos contara algún chiste (siempre verde) aunque, cuando el trabajo le apretaba, también nos mandaba a paseo. El oficio de zapatero remendón fue poco a poco en declive y aunque sus competidores cerraron, tampoco para él era de ingresos suficientes por lo que, en aquella amplia entrada, abrió negocio de alpargatería que, sobre el papel, regentaba Carmen su mujer. Como todas las cosas de la vida, primeramente les fue bien y el nuevo negocio creció mientras el otro menguaba. Sin embargo la salud de Ernesto no era buena y unos años después tuvo que dejar su profesión, al tiempo que también su mujer liquidaría la alpargatería a marchas forzadas.

Cabanes quedaba sin zapateros, como antes había quedado sin alpargateros, profesión artesanal que habían desarrollado ampliamente en Cabanes varios talleres familiares. Yo recuerdo especialmente el de "Les Petres", en la calle de San Blas y también el de "el tío Seregue, el Boix" que, junto a su esposa e hijo (Diego "el Boix") compaginaban este oficio de "espardenyers" con el de barbero en la Plaza del Generalísimo, hoy número 2 de la calle Guillermo Andreu para ese tramo de plaza.
Quedaban, como establecimientos dedicados a la venta de alpargatas, la tienda de "les Petres" en la calle San Blas y después en el carrer de la Font; "Consuelo la de Pan" en la calle Ramón y Cajal (Planiol) y
Carmen la de Simó (hermana de Ernesto el Sabaté) en la Plaza del Generalísimo (Hostals).

Al final de la década de los 50, con los que hacían alpargatas de cáñamo y esparto, cerraron también "els sarieros".
Esta gente confeccionaba capazos de palma y esparto de todas las formas y medidas, que los trabajos del campo demandaban y del que destacó, en importancia y longevidad del negocio, Elietes "el de Peleto" al que todavía hemos visto en plena actividad, con Ángeles su mujer.
Hacia los años 60, los nuevos materiales les obligaron al abandono de este trabajo artesanal, dedicándose el marido al negocio de la miel y al campo, mientras su mujer se dedicaba a las cosas del hogar.

Finalizo la entrada (no se me ha olvidado) con un taller de la máxima categoría local. Más por su buen hacer como profesional guarnicionero que por la cantidad de trabajo, que seguramente también. Todo cuanto la gente del campo necesitaba para enjaezar a sus mulos, salía de sus sabias manos con inusitada profesionalidad.
(Collerons, silles, cintos, corretjots, cabessons, etc.). El tío Perfecto, primeramente con taller en el número 15 de la calle Delegado Valera, o carrer de Castellò y posteriormente en el número 28 de la misma calle, no paró nunca de trabajar mientras su salud se lo permitió. Después siguió un tiempo su hijo Fernando, pero la mecanización del campo arruinó el negocio por estos lares y cerró. Aunque naturalmente les he visto trabajar en el segundo local, que es domicilio actual de su familia, el taller que recuerdo con más nostalgia, por visitarlo con cierta asiduidad todos los niños de entonces, es el de Delegado Valera número 15 (probablemente la actual vivienda de Hortensia "la del Secretari"). Se trataba de un taller profesional con amplio portón de cuatro hojas y puerta de cristales interior que daba acceso a una amplia entrada a la que, por estar más baja que el nivel de la calle, se accedía mediante un escalón. Más adentro, lo que sería anteriormente un gran corral, le hacía de almacén y la casa finalizaba con un patio descubierto y una gran higuera. La vivienda estaba en el piso superior.

Algunos años después de trasladarse el tío Perfecto a su nuevo taller y vivienda, los chicos del barrio todavía íbamos en verano al patio de esa misma casa a muixonà. Seguramente no lo habré escrito bien, pero me refiero a la caza nocturna de gorriones, con honda (fona) o rifle de aire comprimido y una linterna. Situado el patio en la parte trasera de la casa y sin luz ninguna que permitiera la fuga de los pájaros, éstos (hoy lo siento en el alma) caían como moscas, lo cual venía estupendamente para organizar una cena con los amigos. Aunque siempre haya sido furtiva, esta forma de caza era entonces muy común y solía llevarse a cabo en árboles próximos a la localidad, pero también en huertos de naranjos de la Ribera, dirigida entonces a piezas más importantes, como el mirlo o el tordo y siempre en días de viento. Yo jamás he tenido rifle alguno, pero sí lo tenían otros amigos de la pandilla como Enrique "el de Concha" y Pepe "el Maquet", con lo cual era bastante frecuente su práctica.

Eso de ir a cazar pajaritos para poder organizar una cena ha pasado a la historia, pero no para mí que ya soy un carcamal sino para todos, porque... ¿Qué saben de esto los jóvenes de ahora?. Decir poco sería decir demasiado, porque la juventud actual no necesita de esta clase de aventuras para organizar una cena. No es que les sobre el dinero, porque eso a nadie le sobra, pero pueden salir y tomarse algo con sus amigos, que es de lo que se trata. Es probable que incluso alguno, cuando lea esta entrada, nos tachen a los jóvenes de antaño como cavernícolas, e incluso de asesinos. Puedo asegurar que no es así. A esos jóvenes de hoy, quisiera sugerirles que intenten ponerse en nuestro lugar. Que piensen por un momento en lo que pudo ser una juventud sin recursos y sin libertades. En la pobreza de posguerra y pleno auge del franquismo, los que actualmente tenemos 70 años cumplidos, no solo carecíamos de posibles económicos, sino incluso de la libertad de moverse libremente. Todo estaba mal, todo era feo y todo pecado.

Que intenten visualizar la miseria de aquellos tiempos y la necesidad de aquellas generaciones de jóvenes que, en plena adolescencia, carecíamos del mínimo necesario para poder disfrutar de un rato de ocio en el bar con nuestros amigos. Lo justo para la entrada del cine dominical y poco más. Como mucho, dos partidas de futbolín en casa Pepe "el de Tineri" y punto. Los que tenían unos años menos estaban peor ya que, si no tenían padres o un pariente que les metiera gratis en el cine, obligatoriamente habían de echar mano de las soluciones propias de entonces: jugar a pote, desenrollar cañizos, poner botes de agua a las viejas, cazar pájaros, etc., etc. En fin, ¡todo aquello que no costaba dinero...!
Bueno, pido perdón porque lo de hoy eran las pieles, pero una cosa lleva a otra y a otra y a otra más...

RAFAEL FABREGAT

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