¿Qué voy a contaros que no sepamos todos?. Hubo un corto espacio de tiempo, un par de décadas a lo sumo, que para quien tuviera ganas de trabajar todo era posible. No importaba cual era el oficio de cada uno y no necesitabas trabajar el oro o los diamantes para ganarte la vida estupendamente.
Bien engrasada, toda la maquinaria funcionaba a la perfección. Para los comerciantes casi daba igual vender como no vender puesto que los precios, aunque lentamente, iban subiendo y por lo tanto ganabas dinero simplemente teniendo el material almacenado...
Bendita época aquella, en la que se podían pedir préstamos al 18% (TAE 21%) y devolverlos con sus correspondientes intereses en poco más de dos años. Época irrepetible, sin duda.
Nada queda ya de todo aquello, pero una cosa tengo clara: todo está en las manos de aquellos que mueven los hilos del espectáculo de títeres. Porque nosotros, la gente corriente, no somos otra cosa que simples títeres en manos de los políticos de turno. Marionetas que dicen y hacen lo que se les ordena.
Y lo curioso es que, para que digas lo que ellos quieren, ni tan siquiera tienen que pedirlo y mucho menos ordenarlo. Ellos saben que, según como muevan los hilos, tú acabarás diciendo y haciendo lo que ellos quieran. Psicología pura y dura en la que los simples mortales nos movemos como cáscara de nuez en las aguas turbulentas de la vida. Pues bien, ni siquiera así, sabiendo que no somos nada, queremos marcharnos de este mundo traidor.
Nuestra vida no va bien, simplemente porque el mundo no va bien. Pero la culpa no siempre es de los políticos. Se trata simplemente de que la especie humana no está hecha para ser feliz. No sabiendo vivir en libertad es imposible que nada vaya bien. Como es natural no se puede ser feliz viviendo bajo la tiranía de un dictador, pero cuando alcanzamos la libertad nosotros mismos nos convertimos en tiranos. Cuando alcanzamos ese punto de autosuficiencia nos negamos a servir a los demás, olvidando que también de los demás necesitamos parte de aquello que nos hace felices. Llegados a un determinado nivel de autonomía, perdemos el interés de ser útiles a los demás y el bienestar se derrumba, pues todos somos necesarios.
Lo primero que se nos ocurre es culpar a los políticos, e incluso a Dios, pero ellos no tienen la culpa de nuestra arbitrariedad. Ante nuestra incapacidad por ser felices, muchos buscan apoyo en la fe, pero ésta es una luz difusa que solo lleva espejismos de claridad a los cerebros débiles. Lo lamentable es que otras actuaciones no tienen cabida. Desde tiempos inmemoriales la especie humana se apoya en las creencias celestiales solamente para encontrar respuesta a sus limitaciones. La fe no es otra cosa más que la impotencia de encontrar una luz que no existe. Esa es nuestra desgracia, que pretendemos buscar explicaciones a nuestra existencia y no conseguimos hallarlas. Olvidamos que solo somos uno más de los animales que pueblan la Tierra.
Con nuestras limitaciones, con nuestro egoísmo, con nuestros afanes de superioridad sobre los demás y total, ¿para qué?. Como cualquiera de las especies que habitan el planeta, nacemos crecemos, nos multiplicamos y morimos. No hay más. Si fuéramos conscientes de esa realidad viviríamos mejor, porque nos veríamos todos como los auténticos hermanos que sin duda somos. No por ser hijos del mismo padre, pero sí por tener una misma vida y un mismo destino final. Queramos o no esa es la única y auténtica realidad, una realidad que muchos no quieren ver. Aferrados a la vida y siempre buscando el ganar la partida a los demás. Una partida siempre perdida de antemano.
¿Merece la pena tanto egoísmo, muchas veces destrozando la vida de los demás?. No desde mi punto de vista, pero todos no pensamos lo mismo. Somos una misma especie, pero de ideas muy diferentes. Eso es lo que destroza el bienestar común. Nuestro mayor pecado es la soberbia y ella es la culpable de todas las desgracias, propias y ajenas.
- No eres nada, si los demás son como tú -piensan algunos.
Para corregir ese 'problema' se lucha con uñas y dientes intentando superar a tu hermano. Si hay un verdadero culpable de las desgracias de la humanidad, será aquel que introdujo en nuestros genes la soberbia, ese deseo de superioridad. Con ella llegó el desequilibrio del mundo pero, claro, también el progreso. Sin ese gen todavía viviríamos en las cavernas...
RAFAEL FABREGAT
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