Mi vida ha sufrido desengaños, claro está, pero mi mayor orgullo como persona ha sido saber afrontarlos. La vida te coloca a veces en tesituras que jamás habrías podido imaginar. De forma consciente no crees haber hecho nada malo que justifique tales situaciones, pero ahí están. Yo concretamente he sufrido en mis propias carnes dos episodios muy graves, uno familiar y otro de amistad. Amores que no tuvieron correspondencia. Quizás fue culpa mía porque yo, en mi parquedad, nunca aparento la entrega con la que me doy a mis semejantes. Soy persona más bien tímida, de pocas palabras, a no ser que vea gran recepción por parte de quien tengo enfrente y eso suele funcionar al revés, porque son muchos los tímidos que esperan lo mismo.
Han pasado muchos años pero, gracias a Dios, todo ha sido superado.
Con esa idea de que has de ser receptivo, para que los demás lo sean contigo, he intentado 'darme' pero no siempre ha funcionado. Parece ser que la vida quiere suerte y en este terreno me ha sido esquiva. He ofrecido mi casa y mi persona a amigos y familiares, pero no siempre he recibido la correspondencia que buscaba. Porque todo hay que decirlo. En el amor soy egoísta y me doy esperando que también los demás me traten de la misma manera. Otros dirán que la entrega debe ser desinteresada, pero yo no lo veo de ese modo. ¿De qué sirve amar a quien no te ama?. Desengaño tras desengaño, siendo la burla de todo y de todos. No, no me interesa ese tipo de amor y creyendo estar en posesión de la verdad, he cortado ataduras.
Los amigos en letras mayúsculas no existen, o al menos yo no he sabido encontrarlos. Quizás no los merezca. Será por eso. Querer de verdad a un amigo o a un familiar, no tiene el por qué ser una obligación. El amor de los padres a los hijos es algo innato, natural, son carne de tu carne y fruto del amor... pero el amor de los hijos a los padres ya no es lo mismo. La Naturaleza hace que los hijos no recuerden sus primeros años de vida, aquellos en los que la debilidad del ser humano necesita de los cuidados paternos para poder subsistir, crecer y desarrollarse. Hasta ahí todo normalmente aceptado. Lo ya no tan normal es que olvidemos también lo que hacen los padres en la infancia y reciente adolescencia, para que nos desarrollemos como personas y preparemos nuestro futuro.
Todos tenemos recuerdos de nuestra niñez. A partir de los cuatro años de vida muchas imágenes se quedan en el subconsciente. Nos vemos en la escuela, o en la casa con padres y hermanos, con los abuelos, jugando, comiendo, viajando. Siendo frecuente algún pescozón de padres o hermanos, nadie recuerda esos episodios y solo el amor preside estos recuerdos, porque son los mejores y los más frecuentes. Los hermanos, nuestros hijos, mientras están en el domicilio familiar solo desprenden amor y compañerismo. Yo añoro los abuelos que no conocí y los hermanos que no tuve. Por no tener no tuve ni siquiera madre, pero no dejé de hablarme con Dios por ello.
Después los hijos se casan y algunos, como simples animales, olvidan sus orígenes. Lo mucho que han hecho por ellos padres y hermanos, para que tuvieran lo mejor de cuanto han necesitado, los estudios que fueron capaces de asimilar y las mejores comodidades que ha sido posible concederles. Nada de eso es en vano ya que, aunque haya hijos que no sean capaces de agradecerlo, otros muchos (la mayoría) sí que reconocen el sacrificio que se ha hecho por ellos. Todo sobra para quien no sea capaz de verlo. Con los amigos sucede lo mismo. No importa que tú te sacrifiques y cambies tus planes para atender sus caprichos o necesidad. El desagradecido no ve nada y por lo tanto nada te debe. Para esa gente el color de las fresas es algo circunstancial.
RAFAEL FABREGAT
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