Yo, que quieren que les diga, soy un enamorado de mi pueblo y, como es lógico y natural, cuando digo "mi pueblo" no me refiero a sus casas, a sus calles o a sus plazas que son pocas, estrechas y faltas de la comodidad de un trazado moderno y boyante. Me refiero pues a su gente, a la buena gente que habita esas casas y transita por sus calles y plazas. Los enamorados, ya se sabe, tenemos la suerte de solo ver el lado bueno de las cosas. Porque no es que la vida me haya tratado bien. Sufrí en mis carnes la injusticia de cuatro facinerosos que aspiraban a alcanzar peldaños de gloria sobre algo que era de mi creación y yo, infeliz muchacho de 17-19 años sin experiencia, caí en sus redes como cae el boquerón en las redes del pescador. Eran los últimos coletazos de una España en blanco y negro.
Aunque ya a mediados de la década de los 60, en los pequeños pueblos como Cabanes seguía existiendo la oscuridad de una posguerra franquista, con delegado local de la Falange Española Tradicionalista y de las JONS, párroco de iglesia oscura y tenebrosa con ideas arcaicas y agradecidas al Régimen, alcalde nombrado a dedo por Gobernación y la Jefatura Provincial del Movimiento y donde los lameculos locales de la autoridad eclesiástica y civil campaban a sus anchas, como auténticos dueños de la situación.
Tampoco el Comandante de Puesto la Guardia Civil y los maestros de la Escuela Primaria escapaban de aquellas lenguas que tan bien sabían hacer su trabajo, acompañando sus acompasados lametones con alguna cesta de fruta y algún trozo de conejo o pollo que diera gusto a un caldo pobremente adobado pues todos, ellos también, iban más justos que sobrados. Pues bueno, a pesar de todo eso, soy un amante incondicional de mi pueblo. Más de cuatro de los que me conozcan podrán pensar que estoy loco, que soy persona falta de memoria, o que no está en sus cabales. No es que lo recuerde todo pues, gracias a Dios, algunas cosas mi cerebro quiso borrarlas de la mente, pero no todas ni muchísimo menos.
Tampoco borré a ciertos personajes, mala gente, que me condenó, sin pruebas y sin tener ningún interés en saber la verdad de las cosas. Recuerdo por tanto más cosas de las que desearía. En cuanto a estar en mis cabales, a lo largo de mi vida creo haber dejado claro quien soy y donde llegan mis capacidades, humanas y profesionales.
Para mí el pueblo de Cabanes y por lo tanto sus gentes son, en general, buena gente. Gente trabajadora, quizás demasiado dócil y fácil de gobernar. De los que se quejan frente a la chimenea que aleja el frío invernal, pero hablan poco en la calle. Por tanto a pesar de lo sufrido en mis propias carnes y sin poder, por mi juventud y políticas franquistas, defenderme como hubiera sido de justicia, sigo pensando que el pueblo de Cabanes, mi pueblo, es un gran pueblo. Repleto de buena gente que, a pesar de las envenenadas lenguas de cuatro miserables sin escrúpulos, supo reaccionar y mostrar una pequeña luz en el camino de mi vida.
Desgraciadamente no fueron los amigos que yo creía tener. ¡Ay los amigos!. Mejor que no los necesites... A pesar de los pesares hubo buena gente que entendió cual había sido el verdadero problema. Gente que conocía bien a los acusadores y no creyó lo que se decía, gente que no saldrá a la calle a defenderte, pero que tampoco despotrica hablando de lo que no sabe. Y ¿qué hacer cuando no hay documentos con los que refutar la calumnia?. Porque en aquellos tiempos de blanco y negro, no era el pecado sino la inocencia lo que debía probarse. En fin, todo pasó y todo se normalizó con los años. Claro que ciertas cosas no se olvidan. Al menos yo no las olvido, pero hay que ser justo.
En Cabanes y en la China más del 98% son buena gente. El problema es que hay un 2% de auténticos indeseables, gente ruin que son los que se ven y los que se oyen. Hablo naturalmente de entonces. La buena gente hace poco ruido. A lo sumo escucha estupefacta los acontecimientos que se le cuentan, valorando pros y contras. Reflexiona, duda. ¿Será verdad lo que se dice?, pero no se pronuncia. La buena gente, la que verdaderamente podría ayudarte, no suele hablar. Ni mal ni bien. Ese era el problema en aquella época oscura pues, como he dicho antes, en tiempos franquistas era la inocencia lo que debía probarse... Tiempos en blanco y negro, donde el Gogomóbil era el rey.
RAFAEL FABREGAT
No hay comentarios:
Publicar un comentario