Con esto del Covid-19 todo está parado. Bueno, todo no porque los maleantes siguen trabajando como pez en el agua.
Desde un tiempo a esta parte, se puede decir que desde que comenzamos el siglo XXI, en muchas partes del territorio español el robo de cobre está creando verdaderos problemas de suministro eléctrico y telefónico. Eso sin contar el peligro que supone que paneles de la Autopista dejen de funcionar, cortando una comunicación que puede incluso crear peligro para los usuarios de la vía.
Aparte de la problemática anterior está el tema económico que tampoco es baladí.
Cientos, miles de agricultores y Cooperativas de riego, ven como cada día las instalaciones eléctricas de sus pozos se ven asaltadas y robados todos los elementos de cobre que contienen, dejando sin servicio al usuario y provocándole grandes pérdidas económicas. Hay que tener en cuenta que, por cada euro que el atracador consigue, el atracado tiene que gastar diez para restablecer el servicio. Por la reparación en sí y por el retraso en el riego de los campos, que echa a perder parte de la cosecha. Desde un punto de vista financiero el destrozo no compensa pero, en los tiempos que corren, el atracador no mira el mal desproporcionado que tiene que causar para conseguir unos euros, pero ganarse un dinero con el que subsistir es su única meta.
Desde mi punto de vista, el que comete el delito y el que lo provoca, es el que comercia con el fruto del mismo. A ese es a quien habría que apretarle las tuercas y no al pobre desgraciado que, para llevar unos euros a su casa sufriendo lo indecible, lucha cada noche por conseguir unos kilos de cobre, arriesgando su físico y su libertad.
No es que quiera tampoco eliminar de toda culpa al autor real del hecho delictivo pero, con toda franqueza, yo veo a estas personas más como desgraciados que como ladrones. Ellos son culpables sí, pero de las circunstancias. Como en tantas cosas de la vida, aquí el verdadero delincuente no es el desgraciado que roba para comer, sino el que compra el producto del robo. Ese es el que gana dinero de verdad y sin exponerse a nada. Ese no gana uno de diez, sino diez de uno.
Ese y no otro es el culpable del disparate que supone el robo de cobre. Mano dura pues para él, podría ser la solución. Si el comercio del cobre de cableado no existiera, finalizarían los robos del mismo. Sólo la compra de restos, perfectamente justificados en cantidad y origen, tendría que ser permitida. Al mismo tiempo solo la prohibición de compra sin justificante documental y las inspecciones, continuas y sin aviso previo, a las instalaciones de desguaces y chatarreros por parte de las autoridades pertinentes, podrían frenar las compras de este tipo de materiales. El mercado del cobre es goloso porque, aparte de dar sustanciosos beneficios, hasta ahora no ha presentado graves inconvenientes a los que comercian con él. Está claro pues que solo la presión investigadora y la dureza de las leyes, evitarán los desastres que actualmente se sufren.
Los tiempos tampoco ayudan. Aunque en un porcentaje superior al 80% son delitos provocados por grupos de delincuencia organizada, tampoco debe olvidarse a ese 20% que hace de este delito una forma de supervivencia.
No es que vayamos a permitir el delito ni a justificarlo, pero si es cierto que con la crisis esta problemática se agudizó y aunque mucho menos, sigue vigente.
Tanto desde el punto de vista policial como del económico y de seguridad, solo la aplicación de penas duras y hasta el cierre de los negocios de alguno de estos mafiosos compradores, principales causantes del delito en sí, podrán dar solución definitiva al problema. Máxime cuando se sabe feacientemente que, en la casi totalidad de transacciones realizadas, el comprador conoce al delincuente y la ilícita procedencia del material. Mano dura pues al verdadero provocador de los mismos; al que realmente se beneficia del fruto del delito ya que los ladrones, simples miserables, no persiguen otra cosa que ganarse el pan de cada día.
La nocturnidad y alevosía que acompaña estos hurtos es difícil de impedir. Solo la falta de comprador haría que los hurtos terminaran.
Principalmente en polígonos industriales, sin vigilancia nocturna alguna, cientos (miles) de farolas y de semáforos ven interrumpido el servicio, por robo del cableado, con el consiguiente peligro para los usuarios. De la misma forma ocurre con cientos de kilómetros de cable telefónico, cuyo robo puede suponer la imposibilidad de atender con rapidez una urgencia y la consiguiente pérdida de vidas humanas. No digamos del que elimina la información del panel de una autopista y también en el caso de cableado doméstico donde miles de comercios, todos ellos con servicio de frigoríficos y congeladores, ven estropeados los alimentos por falta del suministro eléctrico. Y qué pasa con las tapas de los diferentes registros, cuya eliminación provoca accidentes gravísimos... Como se ha dicho anteriormente, el daño causado no solo supera diez veces el fruto del robo realizado en su reparación posterior, sino que lo peor puede estar en las pérdidas que puede provocar la falta de suministro. El robo de cobre no es solamente una cuestión económica, que también. Cuando se roba cobre se roba algo más que un material que vale un dinero, que costará diez veces más reparar.
Se roba también un servicio que, en algunos casos, puede suponer el desvalijo de material en naves comerciales y acarrerar incluso el coste de vidas humanas por intentar defenderlo.
En cuanto al asunto de las nacionalidades de los infractores, poco importa que los autores sean gitanos, rumanos o de la conchinchina. Mano dura por igual, sea quien sea el autor y de donde provenga.
No se puede entender la supervivencia de una sociedad con unas leyes que permiten que un mismo detenido por esta causa lo sea hasta en veinte ocasiones en menos de dos años... Si en la primera ocasión que le pillaron, lo hubieran encerrado durante dos años, solo habría delinquido una vez, los diecinueve robos restantes son fruto de una legislación permisiva e ineficaz. Es más, a la salida del "trullo" tal vez se lo pensaría mejor y no buscaría reincidir con tanta alegría.
Con estas leyes tan permisivas, no entiendo como todavía haya gente con vocación de ser vigilantes privados o del orden público... ¿Para qué arriesgar tu integridad física, con carreras nocturnas por fincas y descampados, e interminables horas de declaraciones, si ves que el delincuente sale por la puerta libre como el viento y mucho más pronto que tú?.
RAFAEL FABREGAT
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