Pues sí amigos. La gente normal, la que trabaja para ganarse la vida, no puede ir a buscar setas en días laborables puesto que ha de procurar el sustento diario de su familia. Así pues, salvo casos excepcionales, suelo ir en fines de semana o festivos y siempre acompañado de mi mujer e incluso con mis hijas y nietas, amén de mis yernos. Ayer sábado fue uno de esos días de asueto familiar en los bosques del Maestrazgo turolense. Ocho buscadores de 5 a 66 años, bien avezados y armados hasta los dientes que, a las 11:00 de la mañana no habíamos encontrado ni siquiera una docena de robellones (níscalos sanguifluus) entre todos y además agusanados. Yo siempre digo que no soy un buen aficionado a esto de buscar setas, porque cuando no las encuentro me pongo nervioso. Me aburro enseguida. No puedo evitarlo. Otros siguen y siguen, no sé si serán mejores, pero siguen...
Los demás todavía estarían por allí dando vueltas, pues saben que el sitio que habíamos escogido es, con diferencia, el mejor en el que nuestra familia suele buscar. Sitio en el que tenemos recogidas dos cestas cada uno en menos de una hora, pero las setas necesitan agua y no siendo de la zona no podemos saber por donde han pasado las tormentas. Estaba claro que por allí no habían pasado los negros nubarrones cargados de agua, así que con cuatro silbidos y dos gritos reuní al clan familiar y les dije que estábamos perdiendo el tiempo. Lo estábamos perdiendo porque yo no seré un buen aficionado, pero sí una persona que se conoce muchos puntos de búsqueda realmente excepcionales y en todas las direcciones del término municipal de que se trate. Uno de mis yernos dijo entonces una palabra mágica pero difuminada por la neblina mañanera...
- En el bar dijeron que donde más había llovido era en (...) pero, claro, yo no tengo ni idea de donde, ni por donde, tenemos que ir.
- ¡Pues yo sí! -le respondí, con más dudas que seguridades.
No hacía falta saber más. Al norte, al sur, al este, al oeste y en todas las direcciones intermedias, conozco sitios excepcionales y poco conocidos por la gente corriente que hace imposible el regreso a casa con las cestas vacías. Solo hacía falta saber la zona aproximada en la que había llovido en más cantidad o más recientemente.
- Seguídme -les dije. Al pasar por el pueblo paramos a tomar un café. El dueño nos preguntó y le dije la verdad. Nada de nada. Había que probar en otro lugar.
- Es pronto -dijo el dueño del bar. No estaba de acuerdo pero no dije nada. Si hay humedad a finales de agosto ya hay robellones hasta mediados de Septiembre y después sigue el níscalo anaranjado o incluso mezclados, según zonas.
Dejamos allí uno de los coches que era turismo y seguimos solo con los dos todoterreno. El lugar elegido no estaba cerca y todo por pistas de tierra. Tardamos una media hora en llegar y diez minutos más en internarnos en el bosque. Ni un alma. Silencio absoluto. Paré en el lugar que acostumbro a hacerlo porque allí mismo ya puedes empezar a buscar y me dí cuenta entonces que el coche de mi hija mayor no iba detrás nuestro. A los cinco minutos, cuando yo ya me disponía a ir a buscarles, apareció por el camino.
- Nos hemos parado porque hemos visto setas. Deberíamos volver.
- Tranquilos -les dije- Ya iremos después. Miremos primero esta zona en la que estamos.
Eran las 12:30 cuando empezamos a buscar. Apenas salir del camino ya todos empezamos a encontrar níscalos. Aquello era una fiesta.
Tamaño medio y reunidos en familias de 4 a 8 ejemplares, en menos de una hora teníamos las cestas llenas. Eran casi las 13:30 y teníamos reservada mesa en el restaurante para las 14:00 horas pero mi hija mayor y su marido querían que parásemos a la salida del bosque en el lugar que les había llamado la atención a la entrada. Daba igual donde parásemos porque había setas allí donde miraras, pero había que darles satisfacción y subimos a los coches en dirección a la salida, con mi yerno delante. Paró a los cuatrocientos metros de donde estábamos al inicio y empezamos a mirar. Como en el sitio anterior, había setas por doquier y siguió la fiesta hasta casi darnos las dos de la tarde. Con otra media cesta más, por cada uno de nosotros, marchamos a comer cargados a tope de níscalos. Solo en ese bosque quedaron sin recoger toneladas de robellones y de hecho pensamos volver la próxima semana.
Vuelvo a recordar a los profanos en la materia que estos primeros níscalos no son los de color rosado, que todo el mundo está acostumbrado a ver en mercados y fruterías. El robellón es más blancuzco (primera foto) menos bonito y también menos sabroso. En la segunda foto se ven los diferentes tipos. El níscalo anaranjado es, para mí, más tierno y sabroso pero para los que no podemos esperar hasta mediados de Septiembre el basto robellón cumple perfectamente todas nuestras expectativas.
Claro que esta es mi opinión, pues hay cocineros que dicen lo contrario y consideran más sabrosos los marrones. Ayer encontré media docena de níscalos deliciosus (anaranjados) pero es pronto todavía para encontrar esa variedad, al menos en esta zona. Hay que esperar que llueva bastante más en las dos semanas que faltan para la salida masiva de esta variedad y de todas las que suelen acompañarle.
La comida excepcional y altamente gratificante por la reunión familiar que representaba. El único problema se presentaba con la llegada a la casa. Casi dos horas de trabajo para la limpieza y clasificación de las setas recogidas. Bonitas, feas, alguna agusanada en el pie. En fin, la inevitable tragedia que sigue a la fiesta de la búsqueda. Menos mal que algunas las regalamos sin limpiar, porque las setas... una vez llegados a casa, ¿para qué las quieres?.
Un plato aquí, otro allá... tíos, amigos, vecinos... A nosotros nos gustan, pero estamos saturados. Todavía nos quedan en el congelador varias bolsas del año pasado. Nos gusta comerlas, pero nos gusta más buscarlas. Igual mi mujer como yo, buscándolas disfrutamos como niños con zapatos nuevos, pero una vez llegas a casa ¿qué mas da quien se las coma...?
RAFAEL FABREGAT
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