La de ayer fue una noche apacible, llena de encantos, pero no para todos. Los "turistas", recién instalados en sus acogedores apartamentos, de tres plazas para seis, habían llegado la tarde del día anterior y estaban ansiosos por estrenar el periodo de descanso. Por la mañana habían acudido masivamente a la playa. Horas de sol embadurnados de protector solar y chapuzones en la grandiosidad de un mar en calma, ávido de recibirles en un maternal abrazo. Ellos se dejaron llevar por el frenesí de quien solo ve el mar en esta época del año y cargados de hamacas, parasoles y niños, marcharon a darse la primera zambullida en el Mediterráneo. Ese que nos acuna cada día del año en esta, nuestra bendita Comunidad Valenciana, que "es la tierra de las flores, de la luz y del amor..." ¡y de las dulces naranjas!, que solo se venden baratas y algunas veces sin cobrar.
Mi mujer y yo (y nuestros perritos) instalados todos en nuestra casita de la Venta San Antonio-Estación, más de lo segundo que de lo primero, decidimos salir a cenar a Oropesa del Mar.
Mi mujer y yo (y nuestros perritos) instalados todos en nuestra casita de la Venta San Antonio-Estación, más de lo segundo que de lo primero, decidimos salir a cenar a Oropesa del Mar.
A las nueve de la tarde-noche, todavía con el sol en lo alto pero ya cansados de tanto relax, mi mujer comentó la posibilidad de cambiarnos ya para la cena y ante mi extrañeza por lo temprano de la hora, propuso que paseáramos un rato por el paseo marítimo de Morro de Gos antes de entrar en el Restaurante del Mervi que es donde teníamos la mesa reservada. Sin embargo, lo de que era pronto es un decir ya que, entre "no sé que me pongo y lo que cuesta decorar la fachada" pasaron casi 45 minutos, por lo que cuando aparcamos frente al Hotel Koral ya habían dado las diez. Aún así optamos por seguir el planning e iniciamos el paseo previsto, pasando de largo a la llegada al restaurante elegido.
Aunque en la playa ya quedaba muy poca gente el ambiente era impresionante. Cientos, miles de veraneantes ocupaban todo el paseo, en una avidez contenida de aspirar todos los aromas de lugar tan idílico. Las terrazas, eso sí, muy desiguales en cuanto a público. Las cervecerías abarrotadas, las pizzerías llenas, los restaurantes de calidad baja a medio gas y las marisquerías al 20% de su capacidad. El mundo es desigual y desiguales son las ofertas que en cualquier parte pueden encontrarse. De todas formas siempre hay lugar para el conformismo. En ese mismo paseo abarrotado de posibles clientes tan variopintos, no faltaban tampoco más de un centenar de senegaleses, los popularmente llamados top manta, que ofertaban su mercancía a los transeúntes, saliendo algunas veces corriendo ante la presencia de la Policía Local..
Gafas, bolsos, CDs, pareos, cinturones, bisutería, etc. aparecían y desaparecían como por arte de magia cuando, en la lejanía, vislumbraban la gorra de un policía local. Empezaban las carreras con el fardo de la mercancía a cuestas y en medio minuto ellos y mercancías se esfumaban de la vista de los hipotéticos clientes.
Aunque en la playa ya quedaba muy poca gente el ambiente era impresionante. Cientos, miles de veraneantes ocupaban todo el paseo, en una avidez contenida de aspirar todos los aromas de lugar tan idílico. Las terrazas, eso sí, muy desiguales en cuanto a público. Las cervecerías abarrotadas, las pizzerías llenas, los restaurantes de calidad baja a medio gas y las marisquerías al 20% de su capacidad. El mundo es desigual y desiguales son las ofertas que en cualquier parte pueden encontrarse. De todas formas siempre hay lugar para el conformismo. En ese mismo paseo abarrotado de posibles clientes tan variopintos, no faltaban tampoco más de un centenar de senegaleses, los popularmente llamados top manta, que ofertaban su mercancía a los transeúntes, saliendo algunas veces corriendo ante la presencia de la Policía Local..
Gafas, bolsos, CDs, pareos, cinturones, bisutería, etc. aparecían y desaparecían como por arte de magia cuando, en la lejanía, vislumbraban la gorra de un policía local. Empezaban las carreras con el fardo de la mercancía a cuestas y en medio minuto ellos y mercancías se esfumaban de la vista de los hipotéticos clientes.
Apenas desaparecían los policías en la distancia, los morenos volvían a exponer su mercadería, agolpándose de inmediato la multitud por la diversidad y los bajos precios. Así hasta tres veces, pero a la cuarta fue la vencida. Organizado de antemano por los mandos, la policía se presentó desde ambas direcciones y los atenazó en el centro del paseo. Algunos consiguieron escapar hacia la playa, donde la oscuridad les dio el necesario cobijo, pero su intento fue baldío. Varios números les persiguieron y les dieron caza junto a la orilla del mar.
La multitud, yo el primero, abucheó a los policías por su insolidaridad con las necesidades de estas gentes. Los guardias nos miraron con actitud chulesca pero los mirones éramos muchos y por lo tanto callaron y siguieron a lo suyo. Todo el material fue decomisado y a los manteros les tomaron sus datos en una actuación que no hizo más que justificar la presión que reciben de los comerciantes que pagan sus impuestos religiosamente y que son los verdaderos afectados por esta competencia desleal. Sin embargo robarles la mercancía no es la solución al problema, ni un acto de justicia. Muchos de los mirones increpamos a la policía porque, por mucha razón que haya para perseguir a los vendedores ilegales, la mercancía es suya y la policía no debería robársela. Los coches policiales marcharon repletos hacia comisaria con el material requisado y los senegaleses deambulaban cabizbajos hasta que aparecieron "camellos" que les entregaron nueva mercancía y vuelta a empezar.
Los transeúntes nos miramos alucinados. Aquellos indefensos muchachos, que arriesgaron su vida para llegar a nuestro país con las peligrosas pateras y que tanta lástima nos dieron por la actuación policial, no son tan débiles como pensamos sino que hay toda una mafia alrededor del negocio callejero. Perplejos por lo acontecido y jurándonos no defender más a tan organizado grupo de mercaderes desleales, nos encaminamos hacia el restaurante y nos pedimos una mariscada. Allá cada cual con su vida. Comiéndola recordamos que hasta el segundo año después de casados no compramos ni siquiera gaseosas...(!) El mundo es muy complejo y cada cual debe jugar sus cartas. Ni ellos piensan en los demás, ni los demás debemos pensar en otra cosa que en nosotros mismos... y en nuestros problemas. Que también los tenemos... ¡Y muchos!.
RAFAEL FABREGAT
La multitud, yo el primero, abucheó a los policías por su insolidaridad con las necesidades de estas gentes. Los guardias nos miraron con actitud chulesca pero los mirones éramos muchos y por lo tanto callaron y siguieron a lo suyo. Todo el material fue decomisado y a los manteros les tomaron sus datos en una actuación que no hizo más que justificar la presión que reciben de los comerciantes que pagan sus impuestos religiosamente y que son los verdaderos afectados por esta competencia desleal. Sin embargo robarles la mercancía no es la solución al problema, ni un acto de justicia. Muchos de los mirones increpamos a la policía porque, por mucha razón que haya para perseguir a los vendedores ilegales, la mercancía es suya y la policía no debería robársela. Los coches policiales marcharon repletos hacia comisaria con el material requisado y los senegaleses deambulaban cabizbajos hasta que aparecieron "camellos" que les entregaron nueva mercancía y vuelta a empezar.
Los transeúntes nos miramos alucinados. Aquellos indefensos muchachos, que arriesgaron su vida para llegar a nuestro país con las peligrosas pateras y que tanta lástima nos dieron por la actuación policial, no son tan débiles como pensamos sino que hay toda una mafia alrededor del negocio callejero. Perplejos por lo acontecido y jurándonos no defender más a tan organizado grupo de mercaderes desleales, nos encaminamos hacia el restaurante y nos pedimos una mariscada. Allá cada cual con su vida. Comiéndola recordamos que hasta el segundo año después de casados no compramos ni siquiera gaseosas...(!) El mundo es muy complejo y cada cual debe jugar sus cartas. Ni ellos piensan en los demás, ni los demás debemos pensar en otra cosa que en nosotros mismos... y en nuestros problemas. Que también los tenemos... ¡Y muchos!.
RAFAEL FABREGAT
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