Los musulmanes ocuparon el territorio en el siglo XII y construyeron el Castillo de Chío, que les servía también de atalaya sobre el Valle de Albaida. Reconquistadas aquellas tierras por Jaime I de Aragón, de Mallorca y de Valencia, el rey las repobló con 24 cristianos viejos de su propio ejército, ejerciendo señorío sobre ellas Pedro Fernández de Híjar, hijo natural del rey Conquistador. En 1278 Pedro III de Aragón, hijo de Jaime I, elevó estas tierras a la categoría de baronía a favor de la familia Próxita, oriunda de Sicilia, para que levantaran en las mismas su casa-palacio y fueran reconocidos como señores del lugar. Pero aquella reconquista de Jaime I de Aragón a los moros no fue un simple paseo...
Según cuentan las crónicas, en Febrero de 1239 las tropas del rey, compuestas por hombres de Daroca, Teruel y Calatayud, al mando del aragonés Berenguer de Entenza, se encontraban en las proximidades del Castillo de Chío. Ante la inminente la batalla, los cristianos escuchaban misa buscando el apoyo divino. El sacerdote había consagrado las formas con las que dar la comunión a sus capitanes cuando, de improviso, los musulmanes atacaron. Todos corrieron a buscar sus armas mientras el cura, temiendo que las sagradas formas cayeran en manos de los moros, las envolvió en el paño corporal y las escondió junto a unas matas de palmito, bajo unas piedras. Finalizada la batalla con victoria cristiana, los capitanes pidieron al religioso que les diera la comunión para dar gracias a Dios.
Corrió el sacerdote a buscar las hostias al escondite pero, al desplegar el corporal, vio que las sagradas formas estaban teñidas de sangre, más pareciendo carne que el pan bendito que él había escondido. El cura cayó de rodillas turbado. Los capitanes se acercaron solícitos y el sacerdote, sin pronunciar palabra, les mostró las formas teñidas de sangre y pegadas a los corporales.
- ¡Milagro! ¡Milagro! -exclamaron entusiasmados.
Mientras tanto los moros se habían replegado y atacaban de nuevo pero, viéndose apoyados por el Altísimo, los comandantes volvieron a la lucha con mayor entusiasmo si cabe, derrotando completamente a las huestes islámicas. Los moros supervivientes abandonaron el Castillo de Chío a la mañana siguiente.
Antigua Iglesia de San Marcos, hoy de la Trinidad. |
Colegiata de Santa María. |
RAFAEL FABREGAT
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