Castilla, León, Navarra, Aragón... Todos están representados en el escudo de España. La mayoría de los jubilados actuales, somos la primera generación de la Historia de España que no ha conocido la guerra. Bendito sea el Señor, si existe, por darnos el derecho a morir en paz sin conocer todas las atrocidades que una guerra lleva consigo. Sin embargo esto no cuenta a la hora de sufrir, siempre que uno tenga la cabeza en su sitio y los pies sobre la tierra. Guerras hay muchas y en cualquier momento las bombas pueden caer sobre tu casa, pues la paz global del mundo parece de todo punto imposible. Cuando no es Oriente Próximo es Oriente Lejano y cuando no, es África, Sudamérica o tu propio país. La gente, el mundo, está en permanente ebullición. En España y durante más de 40 años hemos sufrido los ataques de ETA. Ahora es Cataluña.
Ya con los vascos tranquilos, ahora son los políticos catalanes los que esconden sus robos a la ciudadanía y su incapacidad política, para reclamar la independencia de España, desviando la atención de los ciudadanos. Lo extraño, lo que no me puedo creer porque les conozco desde hace más de cuarenta años, es que los catalanes caigan en ese juego de mentiras absurdas y no se den cuenta de que sus peores enemigos los tienen entre sus gobernantes. Pero, ¿cómo en posible -me pregunto- que no vean la burla de la que son objeto?. ¿Acaso no está bien a la vista que sus dirigentes son un atajo de mangantes que solo buscan sacar provecho de la mala gestión de sus antecesores?.
Todo este lío comenzó en día 13 de Noviembre de 2003 con una frase de José Luís R. Zapatero, anterior presidente del Gobierno de España, que ojalá algún día ponga Dios en el sitio que se merece: "Apoyaré la reforma del Estatuto que apruebe el Parlamento Catalán".
La semilla de la guerra estaba sembrada y bien que germinó, como germinan todas las malas yerbas. Con vigor inusitado. La frase, entre fuertes aplausos, abrió las puertas del Palau de la Generalitat a Pascual Maragall y las de la Moncloa al propio Zapatero. El resultado es del dominio público.
Zapatero hundió la economía española y provocó la crisis interna más grave que se ha conocido en Democracia. Gracias a sus palabras las reivindicaciones catalanas no han hecho más que aumentar hasta convertirse en bandera independentista. El pasado año, en entrevista de Risto Mejide, el expresidente reconoció su error: "Me equivoqué, quise decir que apoyaría al Estatut que aprobara Cataluña, siempre que fuera conforme con la Constitución".
Demasiado tarde. La mayor parte del texto aprobado por su partido en el Congreso de Diputados, no tenía cabida dentro de la Carta Magna. El 30 de Septiembre de 2005 el Estatut, a pesar de ser anticonstitucional, reconoció a Cataluña como "nación" y el Tribunal Constitucional tuvo que recortar su cuestionada autofinanciación autonómica.
Sin embargo, cuando llegó el dictamen del tribunal, el Estatut hacía ya cuatro años que estaba en vigor. Otra vez las medidas llegaron tarde y cuando llegaron no hicieron otra cosa que exasperar los ánimos de los independentistas.
En Enero de 2006 se firmó un acuerdo entre el presidente autonómico (Mas) y el nacional (Zapatero) con un texto más limitado pero que reconocía a Cataluña como nación. Por segunda vez la incompetente debilidad del presidente Zapatero sembraba la cizaña entre el gobierno nacional y el autonómico.
Algún día en los libros de Historia el presidente Zapatero (PSOE) quedará grabado en tinta china, tan negra como oscuro ha sido su paso por el Gobierno de esta nación. Hundió su economía y hundió los pilares que la sustentaban, hasta desgajarla.
Nadie duda de su buena voluntad pero, ¿por qué situar en el poder a quien no sirve ni para gobernar su casa?. El hundimiento del partido político que representaba (PSOE) fue mayúsculo, pero el mal ya estaba hecho. ¿Ahora qué?. La independencia de Cataluña no sabemos si se llevará a cabo pero, como mínimo, la división del pueblo catalán es un hecho irreversible que tardará décadas en borrarse de la memoria de sus gentes, pues la opinión de los catalanes está completamente dividida.
De momento los políticos, verdaderos charlatanes, aprovechan la coyuntura favorable para sembrar la cizaña de la discordia y arrimar las ascuas a su sardina. El futuro de España y el de Cataluña está en el aire y todo como consecuencia de "una frase desafortunada..." En manos de la ignorancia de los sufridos votantes y de la lengua viperina de sus políticos. Solo Dios sabe cual será el futuro... ¡de Cataluña y de España!.
RAFAEL FABREGAT
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