Pedro IV Martínez de Luna y Gotor - Benedicto XIII (El Papa Luna)
INTRODUCCION
A lo largo de los siglos, ha habido personajes que han destacado sobre sus coetáneos influyendo en el desarrollo y acontecimientos de la historia. La inmensa mayoría se han ceñido a la zona de su influencia más directa, dígase reino, señorío ó simplemente poblado, afectando solamente a las personas de su entorno ó vasallaje; pero otros lo han hecho de un modo más universal cambiando tendencias y formas de pensamiento que han hecho variar la forma de ver la vida y el mundo, sembrando la semilla que ha de fructificar en una existencia diferente. Esta minoría es la que escribe la Historia en mayúsculas, la que destaca y pervive a través de los tiempos y es en este enclave donde debemos situar a nuestro ilustre personaje Pedro IV Martínez de Luna y Gotor. Segundo hijo de Juan II Martínez de Luna, señor de Illueca y de María Pérez de Gotor y Pérez Zapata, fue persona preeminente en su época, destacando en todo cuanto se propuso.
Aunque por los avatares de la vida, fue Pedro quién pasaría de forma más destacada a la posteridad, el primogénito Juan no quedó a la zaga, estando presente de forma relevante en todos los acontecimientos relacionados con la corona, ostentando los más altos cargos y privilegios:
Señor de las Baronías de Illueca y Gotor, y de la Vilueña y Valtorres…
”...rico hombre de sangre en Aragón y en Castilla, Señor de Alfaro, Maderuelo, Cornago y Juvera por merced del Rey D. Enrique II, cuyos privilegios confirmó”…Fiel servidor, compañero de armas e íntimo del rey, con motivo del ruinoso estado en que quedó Enrique II en la derrota de la Batalla de Nájera, Juan de Luna…
“…buscó de sus algos e joyas e bestias las más que él pudo e entendió que al Rey eran necesarias e dióselas al Rey e a los suyos acompañándole hasta Francia…”
Don Enrique era agradecido por lo que, cuando regresó a Castilla, no dudó en concederle a Juan de Luna sus ganadas mercedes.
“…le nombró Señor de Alfaro, Jubera, Cornago y Cañete e fízole su mayordomo, e a su fijo Don Alvaro copero mayor, e a su fijo mayor Don Juan le nombró Alférez del Infante Don Fernando, que después sería Rey de Aragón…”
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Sin embargo no todo fueron glorias en la familia y unos años después el hijo y sucesor de Juan II de Luna, el nombrado copero mayor por Enrique II, Álvaro Martínez de Luna y Albornoz, según la Crónica de los Reyes de Castilla, vendió todos estos lugares dejando a su hijo sin herencia.
Casado con Doña Teresa de Mendoza y Castilla, que formaba parte de la Casa Real, no tuvo descendencia, por lo que la buscó con Dña. Juana Martínez de Jarama, cuyo verdadero apellido era Urazandi, de origen guipuzcoano, llamada también “La Cañeta” por haber sido la mujer del alcayde de Cañete (Cuenca)
De esta unión nacería en Cañete (1.390) un hijo bastardo que estaba predestinado a ser la figura más relevante de su tiempo: Don Álvaro de Luna, sobrino-nieto de Pedro Martínez de Luna. Pero esta es otra historia…
Muerte de Sancho I de Aragón.
LOS LUNA
Crea el apellido Bocalla Ferrench (+1115) noble caballero aragonés, de origen navarro, hijo de Lope Ferrench y Ximena Gómez.
Descendiente de familias de alta alcurnia, casó Bocalla Ferrench con la Infanta de Aragón Dña. Sancha, hija del Rey Sancho I de Aragón, y hermana de Pedro I, con lo que se convirtió en el más ilustre magnate del Reino aragonés, naciendo de esta unión tres hijos con los que se iniciarían las tres ramas familiares de los Luna: Ferrench, Martín y Lope, siendo su segundo hijo –Martín— (posteriormente Martínez) el que interesa a nuestra historia...
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Acompañando a su suegro, Sancho I Ramírez de Aragón, participó Bocalla en la conquista de la antigua Gallícolis (1.091), posteriormente llamada Luna puesto que, según la leyenda, el asalto del altozano se llevó a cabo durante la noche, posiblemente durante la fase de luna llena, con tal fulgurante resplandor que atemorizó a los defensores que creyeron vislumbrar un fantasmagórico ejército. Agradeciendo la colaboración incondicional de Bocalla, el rey Sancho le nombró señor de Luna, por lo que éste tomó para sí el nombre de la villa y pasó a llamarse Bocalla de Luna, primer señor de Luna.
Al servicio de su suegro, estuvo presente en el cerco de Huesca y también con su cuñado Pedro I en la batalla de Alcoraz.
El 4 de Junio de 1.094, sitiada Huesca, murió Sancho I de Aragón como consecuencia de la herida provocada por una saeta lanzada por los moriscos mientras revisaba las murallas, siendo su hijo Pedro I de Aragón quien continuó el sitio de la ciudad. Tras seis meses de asedio, el emir de Saraqusta Ahmed II Ibn Yusuf al-Mustain organizó un poderoso ejército, formado por tropas musulmanas y contingentes navarros y riojanos, enemigos del rey aragonés.
Según figura en las Crónicas de San Juan de la Peña, Bocalla de Luna, siempre fiel a la corona, luchó contra los musulmanes a las órdenes de su cuñado Pedro I de Aragón en la Batalla de Alcoraz (15-11-1096) dirigiendo personalmente el cuerpo central de las tropas y en retaguardia el propio rey. El día 24 del mismo mes los musulmanes, ya sin posibilidad de recibir otros refuerzos, rindieron la ciudad de Huesca y todas las tierras del Somontano.
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Sería muy extenso enumerar aquí toda la genealogía de los Luna, pero la reseñaremos de forma esquemática ciñéndonos, exclusivamente, a los descendientes que nos llevan hasta Pedro IV Martínez de Luna y Gotor –Benedicto XIII o Papa Luna-, personaje de nuestro interés que cerrará esta relación; sin olvidar que esta misma rama desembocaría unos años más tarde en el más prestigioso de los herederos de tan ilustre apellido: Don Álvaro de Luna...
Condestable de Castilla; Conde de Santisteban; Conde de Albuquerque; Gran Maestre de Santiago; Primer ministro del Rey D. Juan II; Señor de las casas de Luna y Albornoz; Señor de Cornago, Alfaro, Jubera y Cañete; Ricohombre de Aragón; Copero Mayor del Rey Don Enrique III de Castilla; Duque de Trujillo, además de Señor de varias ciudades, castillos y más de cincuenta villas.
Don Álvaro, era nieto de Juan III Martínez de Luna y por lo tanto sobrino-nieto de Pedro IV de Luna, cardenal y posteriormente Papa Benedicto XIII.
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Como puede verse a continuación, hicieron falta más de quince generaciones y casi trescientos años para que la sangre y el genio de aquel valiente aragonés, Bocalla Ferrench, llegara a las venas de Pedro IV Martínez de Luna.
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Bocalla Ferrench de Luna (+1115).
Martín de Luna (hijo del anterior).
Lope I Martínez de Luna (hijo del anterior).
Pero I Martínez de Luna.
Lope II Martínez de Luna (+1212).
Pero II Martínez de Luna (hijo del anterior).
Sancho Martínez de Luna (hijo del anterior).
Pero III Martínez de Luna –el viejo- (hijo del anterior).
Pedro López de Luna y Atares.
Sancho Martínez de Luna y Luna (hijo de Pedro López de Luna y Almansa de Luna).
Pedro Martínez de Luna y Cornel (hijo de Sancho y tatarabuelo de Benedicto XIII).
Pedro Martínez de Luna y Saluzzo (hijo del anterior y bisabuelo).
Juan I Martínez de Luna (hijo del anterior y abuelo).
Juan II Martínez de Luna (hijo del anterior y padre).
Juan III Martínez de Luna (hijo del anterior y hermano de Pedro IV Martínez de Luna).
Pedro IV Martínez de Luna (1328-1422) Benedicto XIII.
Pueblo de Gotor.
LOS GOTOR
Aunque no hay documentación que lo justifique, parece ser que la villa de Gotor es de origen godo (GOTORUM) que viene a significar “Tierra de godos”.
Se dice también que, en aquellos tiempos, se emplazaban los pueblos en aquellos lugares donde los rayos caían con mayor fuerza y frecuencia. Se creía que, de esta forma, el lugar estaba protegido por THOR, dios de los truenos y que los posibles enemigos temerían atacar el nuevo poblado. La leyenda añade que, en cierta ocasión, el agua del río reflejaba a una encina y las palabras GOTTEN-THOR, por lo que de ellas se derivó el nombre posterior del poblado: Gotor.
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Pedro Vitales afirma que, en 1.221 un tal Blasco de Gotor acompañaba al Rey Jaime I de Aragón en sus conquistas, por lo que contradice las palabras del Padre Mariana que en su “Historia de España” dice que, hacia el año 1.230 una familia adopta el apellido GOTOR por vez primera.
Sea como fuere, en la toma de Mallorca a los musulmanes en 1.250, por el Rey Jaime I de Aragón, éste cogió prisionero a uno de los hijos del Rey moro Said-Ben-Alha-Ken que contaba tres años de edad y le bautizó, poniéndole su nombre (Jaime) o Jacobo de Gotor; el apellido lo añadió el rey al cederle el señorío del mismo nombre. De este pequeño príncipe moro es de quien desciende nuestro ilustre personaje Benedicto XIII.
La relación familiar de esta rama Gotor es pues la siguiente…
Jaime de Gotor. (Hijo del rey moro y tatarabuelo de Benedicto XIII).
Blasco de Gotor y Roldán. (Hijo del anterior y bisabuelo).
Miguel Pérez de Gotor y Alagón. (Hijo del anterior y abuelo).
Jimeno Pérez de Gotor y Pérez de Zapata. (Hijo del anterior y tío) Falleció sin descendencia, por lo que heredó títulos y patrimonio su hermana María.
María Pérez de Gotor y Pérez Zapata. (Hija de Miguel Pérez de Gotor, hermana del anterior, casada con Juan II de Luna y señor de Illueca, fue la madre de Pedro IV Martínez de Luna y Gotor – Benedicto XIII – el Papa Luna).
La familia Gotor, de nacimiento mas reciente, apenas precisó de un centenar de años y cinco generaciones para que la sangre árabe de Jaime de Gotor (el pequeño príncipe moro) se uniera con la aragonesa de los Luna.
Casados Juan II Martínez de Luna y María Pérez de Gotor tuvieron cuatro hijos, aunque solo hemos encontrado referencia de tres de ellos.
-Juan III Martínez de Luna y Gotor (señor de Illueca),
-Pedro IV Martínez de Luna y Gotor (cardenal y Papa) y
-Montesina de Luna (abadesa del convento franciscano de Santa Clara, en Calatayud)
De acuerdo con la tradición, el primogénito (Juan) heredó títulos y propiedades familiares, mientras que el segundo hijo (Pedro) encaminó su vida hacia los estudios y la carrera eclesiástica. La hija siguió las reglas franciscanas como abadesa de Santa Clara.
Castillo de Illueca.
BENEDICTO XIII o PAPA LUNA
Pedro IV Martínez de Luna y Gotor (1328 – 1422)
Al morir Jimeno Pérez de Gotor sin descendencia, su hermana María heredó títulos y propiedades por lo que, casada ésta con Juan II Martínez de Luna, el matrimonio Luna y Gotor se instaló en el castillo-palacio materno de Illueca (Zaragoza) y allí nació en 1.328 el que pasaría a la historia como Benedicto XIII ó el Papa Luna.
Hijo segundo de Juan II Martínez de Luna y de Doña María Pérez de Gotor, señores de Illueca, Gotor y Mariana; su alumbramiento se produjo en una de las salas del Castillo, recientemente construido en el altozano que dominaba el modesto caserío, entonces no más de 60 familias, a orillas del Río Aranda.
Ya desde el momento de nacer, pertenecía a uno de los linajes más rancios de la nobleza aragonesa. Sus antepasados asistieron a la toma de Calahorra al lado de Ramiro I, primer Rey de Aragón, así como a la Batalla de las Navas de Tolosa, donde las tropas cristianas derrotaron a los musulmanes. Hombres de su estirpe murieron en el Sitio de Fraga, junto a Alfonso el Batallador y en los campos de Muret defendiendo inútilmente la vida de Pedro II. Otros varones de su casta fueron protagonistas de las revueltas contra Ramiro II y contra Jaime I de Aragón. Durante los últimos trescientos años, al menos uno de los Luna estuvo presente en cada uno de los acontecimientos más importantes de la Historia de Aragón.
Sin embargo, el momento en el que Pedro nacía no era el mismo en el que tanto brillaron sus predecesores. Se adivinaban en breve plazo grandes cambios puesto que la sociedad medieval, con casi quinientos años de vida, pedía sin mas dilaciones nuevas formas de existencia que renovasen las arcaicas ideas sociales y económicas, ya desfasadas. Se estaba gestando un mundo más moderno y para ello se necesitaban personas valientes y preparadas para hacerlo realidad.
En este momento de la historia y su encrucijada entre tan diferentes modos de vida, intervino de forma extraordinaria y activa D. Pedro de Luna, a lo largo de sus 94 años de vida. Fue en esta lucha, entre las tradiciones del pasado y las novedades que algunos visionarios propugnaban, donde su inteligencia vino a colaborar para que un mundo mejor empezara a vislumbrarse.
Primero como noble aragonés, después como Cardenal del Sacro Colegio y, posteriormente, como Benedicto XIII, Papa de Aviñón.
Aunque ningún hombre, por sí solo, puede variar el curso de la historia, también es cierto que las acciones de determinadas personalidades pueden extenderse a lo largo del tiempo, muy por encima de la de sus congéneres.
Es pues esa minoría, la capacitada para armonizar un proyecto en torno al cual se congreguen las aspiraciones y voluntades de la sociedad en general y, al margen del juicio con el que cada cual pueda valorar el contenido de su mensaje, los que con posterioridad son considerados personajes históricos.
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En la mayor parte de su larga vida Pedro de Luna se mantuvo siempre unido al máximo centro del poder y su nombre asociado a los de emperadores, papas, reyes, reformadores, pensadores, artistas y descubridores, cuyo importantísimo legado, absolutamente universal en el espacio y en el tiempo, comprobamos todavía.
Con las concepciones propias del período medieval, la figura de Don Pedro Martínez de Luna alcanzó, sin duda, la mayor presencia universal destacando, no sólo entre todos los aragoneses de su tiempo, sino prácticamente en la totalidad de los que vivieron antes y después que él. Fue elegido Papa, es decir, jefe del poder universal por excelencia, algo que ningún otro aragonés ha conseguido y menos de trescientas personas, de todas las nacidas después de Cristo. Pero volvamos de nuevo a los comienzos de esta historia…
Universidad de Montpelier.
De ilustre y rica familia, como era tradición en los hijos no primogénitos, estudió la carrera militar pasando después a la iglesia.
Realizó sus estudios en la afamada universidad de Montpellier, doctorándose en leyes con tan solo veinte años y poco más tarde en decretos, siendo profesor de Derecho Canónico en la misma universidad durante varios cursos, alcanzando notable fama por su valía. Es durante su estancia en Montpellier cuando empieza su carrera eclesiástica al recibir las órdenes menores.
De vuelta a tierras de la Corona de Aragón, ocupó numerosos beneficios eclesiásticos –arcediano de Valencia, canónigo de Vich, de Tarragona y de Huesca, canónigo de Mallorca, etc.- hasta que el 20 de Diciembre de 1.375, el pontífice Gregorio XI, accediendo a la petición de Pedro IV de Aragón el Ceremonioso, que buscaba recuperar influencia en la curia eclesiástica, nombró a Pedro de Luna cardenal diácono, adscribiéndole a la basílica romana de Santa María de Cosmedín (actualmente popular por su “Bocca della verità”). Sin embargo no llegó a ocupar físicamente el cargo, puesto que fué llamado por Gregorio XI.
Partió el nuevo cardenal hacia Aviñón, lugar que Clemente VI había convertido en estado pontificio y donde, desde 1309 reside el papado.
Siempre acompañado del cardenal Luna, a instancias de Santa Catalina de Siena, Gregorio XI decidió en 1.378 regresar a Roma instalando nuevamente la Sede papal en tierras italianas, pero murió poco después y es en esta ciudad donde fue convocado el Cónclave para elegir sucesor, elección tras la que se iniciaría el llamado Cisma de Occidente. En sus enfrentamientos con la Roma católica, los escritores protestantes aprovecharon el cisma y las sangrientas luchas y corrupciones del clero y un siglo mas tarde consiguieron implantar su nueva doctrina. Las críticas mas severas las dirigieron contra Pedro de Luna y con cierta burla aprovecharon su apellido para decir que era un "lunático", adjetivo que quedaría para siempre como una forma de insulto.
Palacio de los Papas. Aviñón.
Aviñón es actualmente una ciudad de casi doscientos mil habitantes, situada junto al Ródano, en el interior de la Provenza francesa.
En la época que nos ocupa era plaza importante por su situación estratégica, pero es con la llegada de los Papas, en el siglo XIV, cuando se transforma en una segunda Roma y adquiere su verdadero esplendor.
Es a partir de entonces cuando la ciudad atrae a prestigiosos artistas, comerciantes, banqueros y religiosos de toda Europa, así como a todo tipo de exiliados que encuentran cobijo entre sus murallas.
Las presiones de Francia hacen que en 1.309, Clemente V la convierta en sede de la cristiandad, al abandonar el enclave tradicional del papado en la ciudad de Roma, con el objeto de escapar de la influencia de las familias Colonna y Osini tradicionalmente “productores” de papas.
Regido por una dinastía de origen galo, Aviñón pertenecía al Reino de Sicilia, que incluía Nápoles y una buena parte de la Provenza. Para los franceses, Aviñón era un lugar mucho mas seguro que la caótica Roma, a la vez que posibilitaba la llegada al poder del clero francés. De hecho, todos los Papas de Aviñón fueron de origen galo y la mayoría de ellos de la propia región de Provenza.
El papado poseía el Condado de Venaissin que rodeaba Aviñón, por lo que en 1348, Juana I de Nápoles vendió a Clemente V la ciudad.
Nueve Papas reinaron en la villa -aunque dos de ellos fueron declarados antipapas- siendo Aviñón el centro de la cristiandad durante más de un siglo.
CLEMENTE V (1305-1314)
JUAN XXII (1316-1334)
BENDICTO XII (1334-1342)
CLEMENTE VI (1342-1352)
INOCENCIO VI (1352-1362)
URBANO V (1362-1370)
GREGORIO XI (1370-1378)
-CLEMENTE VII (1378-1394)
-BENEDICTO XIII (1394-1423) –expulsado de Aviñón en 1403-
Aunque los dos últimos no están reconocidos por la Iglesia como auténticos Papas, que cada cual saque sus propias conclusiones, a la vista de los datos históricos que rodean sus vidas.
Como es de conocimiento general, Benedicto XIII, nuestro Papa Luna, murió casi centenario con la creencia absoluta de que él era el auténtico Papa de la Cristiandad y que solo la política y las ambiciones de poder, también dentro de la propia iglesia, propiciaron su destitución y declaración de herejía.
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El Palacio de los Papas, construido entre 1.334 y 1.363 es el Palacio-fortaleza Gótico más grande del mundo. Salones, capillas, claustros, alcobas privadas de los Papas, etc. constituyen multitud de lugares de interés, todos ellos profusamente decorados con frescos realizados por eminentes pintores de la época.
La vuelta del pontificado a Roma y las luchas entre papas y antipapas, marcaron el comienzo de la decadencia, aunque Aviñón siguió perteneciendo al Vaticano hasta 1.793, momento en el que se unió voluntariamente a la República Francesa.
EL CISMA.
A la muerte de Gregorio XI, aunque algunos cardenales franceses permanecían en Aviñón, se reunió en Roma el Colegio Cardenalicio. Estaba compuesto por 16 miembros, diez de los cuales eran franceses, y divididos en tres facciones (partido limosín, partido francés y partido italiano) por lo que, tras la vuelta de la Sede a tierras romanas, se presagiaba una elección muy difícil.
Era la primavera de 1.378, cuando la Iglesia iniciaría uno de los episodios más dramáticos de su historia. El pueblo romano temía que, en el caso de elegirse un papa francés, éste se llevara nuevamente la sede a Aviñón, perdiéndose los beneficios que tenerla en Roma les reportaba.
Hubo grandes disturbios en Italia que llegaron a complicar más si cabe el desarrollo del cónclave, llegando a temer los cardenales por su integridad.
Una exaltada multitud gritaba amenazante en la calle y parte de la misma asaltó la sala, derribando la puerta del edificio donde se debatía la sagrada elección del sumo pontífice y antes de que ésta hubiera finalizado, intimidando a los cardenales con cortarles la cabeza y con la exigencia de que el elegido tenía que ser italiano, lo que provocó una gran confusión y pánico entre los presentes. Los cardenales, aterrorizados, optaron por realizar una elección que puede calificarse como apresurada y en absoluto unánime ya que faltaban seis de los diez cardenales que permanecían en Aviñón, además de otro que en ese momento ejercía de representante en el Consejo de Sarzana. Se votaba pues por miedo y no con la convicción de la mas mínima legalidad.
En el alboroto algunos participantes creyeron elegido al cardenal Tibaldeschi empezando a preparársele los honores correspondientes, pero el equívoco fue rápidamente deshecho al conocerse después que la designación había recaído en el también italiano Bartolomeo de Prignano, arzobispo de Bari, que fue coronado el 18 de abril como Urbano VI con el beneplácito del pueblo.
La presión había dado los frutos apetecidos, pero la acelerada elección realizada no había sido otra cosa que una solución de urgencia por los graves tumultos que ocurrían en el exterior y especialmente los ocurridos en el interior del cónclave. El resultado fue el Cisma de Occidente, una herida abierta en la Iglesia que tardaría casi cuarenta años en cicatrizar. (1378-1417)
Papa Urbano VI.
El nuevo papa, de modos dictatoriales, levantó prontamente recelos entre sus cardenales, especialmente entre los franceses que, desde el primer momento, no estaban demasiado conformes con el resultado del cónclave y el nombramiento de un papa italiano. El detonante se produjo en el momento en que el papa, intentando poner orden en la Iglesia, reprendió a los obispos presentes, acusándoles de estar incordiando en Roma en lugar de prestar sus servicios al frente de sus respectivas diócesis. Pero Martín de Zalba, obispo de Pamplona, se enfrentó al papa, negando la acusación y alegando que estaba en Roma como refrendario de la elección papal que, a su entender, no había sido realizada correctamente.
Ante la falta de entendimiento con el nuevo papa, se le solicitó a Martín de Zalba que abdicara pero éste se negó, logrando además que varios cardenales, entre los que se encontraba Pedro de Luna, se le unieran a su causa, alegando que la elección de Urbano VI se había hecho bajo presión y no reconociendo por tanto su autoridad. El papa, en clara oposición a los contestatarios, amenazó con ordenar a nuevos cardenales italianos para que su facción obtuviera la mayoría en el colegio cardenalicio...
El enfrentamiento se materializó el 9 de Agosto de 1.378, con la retirada a Anagni (Italia) de trece cardenales, que redactaron una declaración en la que hacían constar que la elección de Urbano VI era nula de derecho, porque fue realizada bajo amenazas.
Pedro de Luna intentó mediar en el conflicto, pero fue convencido de sus postulados uniéndose a los cardenales franceses. En un último intento de reconciliación, Urbano VI envíó como mediadores a los cardenales Orsini, Brossano y Corsini, quienes ofrecieron el perdón del Papa a los cardenales díscolos, siempre que cesaran en su actitud. Contrariamente a lo que se pretendía, los cardenales mediadores se pasaron también al bando contestatario.
En clara oposición a Urbano VI, el 20 de Septiembre de 1.378 los disidentes, amplia mayoría de la curia, eligieron a Roberto de Ginebra, familiar del rey francés, como nuevo papa, quien tomó el nombre de Clemente VII.
Momentáneamente la Iglesia quedó dividida, dejando a los fieles antes dos personas que reclamaban ser el verdadero representante de Dios en la tierra. El Cisma había comenzado.
Papa Clemente VII.
Los franceses optaron inmediatamente por apoyar a Clemente VII, mientras que ingleses, alemanes e italianos siguieron fieles al nuevo papa Urbano VI. La intervención diplomática de Pedro de Luna, consiguió atraer hacia Clemente VII las simpatías del reino cristiano de Castilla, a la que siguieron Juan I de Aragón y Carlos III de Navarra. Como representante del nuevo papa viajó a Francia, Flandes, Lieja, Escocia, Irlanda e Inglaterra, logrando tan solo el favor de Francia y Escocia.
En la obediencia de Clemente VII, el cardenal Luna desempeñó importantes cargos, consiguiendo atraer las simpatías de los reinos cristianos de Castilla, Aragón y Navarra, pero no en el resto de territorios. Después lo hizo en Francia, Inglaterra y Flandes, luchando por conseguir la máxima adhesión. El reino de Nápoles y el sur de Alemania se unirán también a ellos, mientras que Portugal alternaría su favor entre ambos papas en función de su situación política.
Fué una etapa difícil para la Iglesia.
Saboya y Escocia apoyaron la postura de Francia; Nápoles y Milán mantuvieron una posición ambigua y los soberanos castellanos, navarros y aragoneses adoptaron una política de espera.
A Urbano VI le apoyaban Inglaterra, norte de Alemania, Hungría, Polonia, Dinamarca, Suecia, Noruega e Italia, excepto el reino de Nápoles.
El Cisma estaba planteado en toda su crudeza, por lo que Clemente VII se dispuso a acabar con su oponente mediante la fuerza, si bien el intento de invadir Roma se saldó con la derrota de sus ejércitos, en la batalla de Carpineto. Poco tiempo después, ante la mala acogida que tuvo en Nápoles, Clemente VII y la curia que era fiel a su causa, decidió su regreso a Aviñón instalando allí nuevamente su sede papal.
Para acabar con la división de la Iglesia se plantearon varias soluciones, por los más prestigiosos teólogos de la Universidad de París y siempre desde la tesis de que la autoridad real de la Iglesia recae sobre el Concilio General de los cardenales y no sobre el Papa.
La primera solución (vía cessionis) propugnaba la renuncia de ambos papas.
La segunda (vía compromissi) proponía la reunión de ambos papas y sus partidarios, para establecer la razón, aceptando previamente el veredicto.
La tercera (vía concilii) convocar un Concilio universal que depusiera a ambos.
A la muerte de Urbano VI, los cardenales fieles al difunto papa escogieron a Piero Tomacelli que, con el nombre de Bonifacio IX, ocuparía el papado romano durante 15 años (1389-1404), siendo uno de los primeros actos del pontificado la excomunión de Clemente VII. Este último contestó rápidamente con la excomunión de Bonifacio IX.
Pedro de Luna intentó una vez más la conciliación proponiendo llevar a cabo la Vía Cessionis (renuncia de ambos papas) pero, lejos de obtener un resultado satisfactorio, le acarreó el distanciamiento de Clemente VII que le retiró a Reus. Sin embargo tuvo que regresar al poco tiempo de haber llegado a su nuevo destino, debido al fallecimiento de Clemente VII.
Papa Benedicto XIII.
El 22 de Septiembre de 1.394 todos los cardenales de Aviñón, veintiuno en total, conscientes de la delicada situación que atravesaba la cristiandad, pero empecinados en la ilegitimidad de Urbano VI, acordaron previamente la vía del escrutinio secreto y eligieron por veinte votos a favor, en contra de los deseos de Francia, al cardenal aragonés Pedro de Luna como sumo pontífice, asignándole el nombre de Benedicto XIII, siendo conocido posteriormente como el Papa Luna. El voto que le faltó era el suyo propio.
“… En la hora tercia del día 26 de Septiembre de 1.394, en votación unánime, los veintiún cardenales presentes en el cónclave de Aviñón, eligen a Don Pedro de Luna, cardenal de Aragón, como sumo pontífice…”
Pero el nuevo Papa, en aquel momento era solo diácono. Rápidamente fue ordenado sacerdote (el 3 de Octubre de 1.394) y consagrado obispo, a fin de poder ser coronado sumo pontífice en la catedral de Aviñón unos días después, el 11 de Octubre.
“…Juro por Dios y la Cruz de Nuestro Señor, luchar con todas mis fuerzas para la unión de la Iglesia. Juro no hacer ni decir cosa que por su naturaleza pueda impedirla ó retardarla. Juro actuar con intachable lealtad y si fuere preciso, abdicaré en pro del bien supremo de la Fe…”
Sin embargo, Benedicto XIII no era tan manejable para Francia como lo había sido su predecesor, por lo que prontamente y con el pretexto de solucionar el Cisma, se le presionó para que renunciara. Se reúnió una vez más la asamblea de eclesiásticos en París, para examinar las tres posibles vías que dieran efectiva respuesta al problema.
Tras las consiguientes deliberaciones este sínodo acordó trasladar, mediante las oportunas embajadas reales enviadas a ambos pontífices, la resolución adoptada que fué la propuesta de abdicación de ambos papas.
Francia fué la principal impulsora de esta solución, a la que se unieron Inglaterra y Castilla, mientras que Aragón siguió obediente a Benedicto XIII, cuyas ideas fueron cambiando y ahora se aferraba a la idea de haber recibido de Dios un poder especial que debía defender a toda costa. Esa negación a su renuncia, pasó a la historia con la frase de “seguir en sus trece”, cuando se mantiene una postura firme.
A la sede de Aviñón llegaron los Duques de Borgoña, Berry y de Orleáns, acompañados de más de cinco mil hombres, para pedirle al papa que cumpliera su promesa de renuncia en favor de la unidad. Tras el fracaso de los duques y ante la firmeza mostrada por Benedicto XIII, sucesivas embajadas de los Reyes de Francia e Inglaterra rogaron nuevamente su abdicación.
La voluntad del Papa se mantuvo inquebrantable, todo fue en vano. "Non posumus" era su única respuesta.
Como represalia, Francia se sustrajo a su obediencia y apoyada por algunos cardenales disidentes, decidió combatir al Papa de Aviñón con las armas.-
En 1.398 el Consejo Real francés obligó a los cardenales de Aviñón a salir de la ciudad, quedando tan solo cinco junto a Benedicto XIII.
Favorecidos por la rebelión popular, promovida por el cardenal Juan de Neuchatel, se produjo el asalto por parte de las tropas de Godofredo de Boucicaut y el asedio a la fortaleza en la que Benedicto XIII se refugiaba.
Aviñón fué cercada y sometida a duras penalidades. Fueron cuatro largos años de asedios, combates, saqueos y muertes. Al final, no viendo otra solución, el Papa consintió en licenciar a sus tropas, comprometiéndose a permanecer en el Castillo de Aviñón, donde en realidad estuvo preso, hasta que en 1.403 fue liberado por las tropas que envió Aragón, al mando de Jaime de Prades.
Con el tiempo la diplomacia y astucia de Benedicto XIII consiguieron el perdón de Francia y el nuevo apoyo a su causa, por lo que no solo Aragón felicitó a Benedicto XIII por su liberación, sino que Castilla, e incluso Francia volvieron a su obediencia.
Papa Benedicto XIII.
Sin embargo unos años después, ante la falta de entendimiento con muchas de las resoluciones que Benedicto XIII adopta y su fuerte carácter, que raras veces admite negociación, los franceses le niegan nuevamente su favor y proponen buscar una solución al Cisma. Se indicaron las tres vías tantas veces estudiadas, que podían finalizarlo: El Compromiso, la Cesión ó el Concilio.
En 1.404 muere Bonifacio IX y la curia romana elige a Cosimo de Migliorati que, con el nombre de Inocencio VII continuó el papado romano durante dos años (1404-1406) siendo a la muerte de éste último, cuando Roma nombra al que sería el último Papa romano del Cisma de Occidente.
El cónclave romano, compuesto por quince cardenales, eligen a Angelo Correr, que toma el nombre de Gregorio XII (1406-1415). Sin embargo, con el propósito de poner fin al Cisma, los cardenales le ponen como condición que, dimitirá de su papado en el caso de que el Papa de Aviñón, Benedicto XIII, presente a su vez la renuncia.
En 1.407, con el fin de poner en práctica la “vía compromissi”, ambos pontífices iniciaron conversaciones en las que se comprometían a encontrarse en la ciudad de Savona. Asentado en su sólida formación jurídica y sus dotes dialécticas, el papa de Aviñón estaba seguro de convencer a su oponente, pero la poca disposición de ambos en solucionar el conflicto y las maquinaciones políticas del Rey de Nápoles y de la familia de Gregorio XII, impidieron el viaje del pontífice romano, que no se presentó.
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A partir de 1.408, la presión de las monarquías cristianas se hizo mayor, forzándole a convocar un Concilio en Perpiñán para recabar apoyos.
En la festividad de todos los Santos del año 1.408, Benedicto XIII convocó un Concilio General en la ciudad de Perpiñán. Patriarcas, arzobispos, obispos, abades y altos dignatarios, se disponían a elaborar unas propuestas que llevaran a la tan anhelada unidad, pero sin impedir la firme defensa del pontificado de Benedicto XIII.
Al mismo tiempo, Gregorio XII había reunido también a sus cardenales y partidarios en el Concilio de Cividale, que no consiguió reafirmarle, sino que acentuó un progresivo aislamiento que finalizó en una indigna huída, que le descalificó a los ojos de muchos de sus seguidores.
La oposición francesa consiguió aislar al papa Luna, que solo contaría a partir de ese momento con el favor de Navarra y Aragón. Es por ello que, en el Concilio de Perpiñán, los participantes con las posturas iniciales, que en principio parecían unánimes, habían descendido por lo que, tras catorce sesiones e importantes incidentes, una comisión trasladó al papa Benedicto XIII las siguientes conclusiones:
...“Carísima eminencia, nos, los cardenales de su obediencia, manifestamos nuestra pública adhesión a vuestra santidad reconociendo vuestros continuos esfuerzos en pro de la reunificación de la cristiandad, rechazando por injustas y falsas las acusaciones de cismático y hereje que sobre vuestra persona han recaído…
Proclamamos y reconocemos en vos, Benedicto XIII al único y verdadero pontífice… si bien suplicamos a vuestra eminencia que muestre su amor a la Iglesia aceptando la renuncia a vuestro trono, en el caso de que el papa romano abdique jurídica y efectivamente a sus derechos. Por último os rogamos humildemente que enviéis embajada a la asamblea eclesiástica que se celebra en Pisa, para arbitrar las soluciones que pongan fin a esta dolorosa situación…”
A primeros de Marzo de 1.409, prospera la propuesta de la Universidad de París, de solucionar el conflicto mediante la “vía concilii”. Seis cardenales, disidentes de ambas obediencias, se reunieron en Livorno y formaron un colegio cardenalicio autónomo. Escribieron a todos los reyes y obispos convocando un Concilio ecuménico, a celebrar en Pisa el 25 de Marzo de 1.409, al que se adhirieron alemanes e ingleses.
Benedicto XIII tiene previsto presentar su renuncia durante el Concilio, para lo que envía legados plenipotenciarios. Sin embargo, el rey francés optó por intervenir de manera directa en el conflicto para lograr la deposición de ambos papas, retrasando la emisión de salvoconductos que impidieron la llegada a tiempo de ambas delegaciones. Así, en la quinceava reunión y con las ausencias de los representantes de Benedicto XIII y de Gregorio XII, se derrocó a ambos papas
“…por herejes y fautores del cisma…”.
En ningún cónclave anterior se hubieron pronunciado condenas tan fulminantes contra ambos pontífices.
“…los hasta ahora llamados Benedicto XIII y Gregorio XII son cismáticos notorios, nutren y fomentan la división de la Iglesia, son públicos herejes, escandalosos e indignos de todo honor a causa de sus crímenes y excesos..."
Este Concilio, con sede en Pisa, resolvió en fallo inapelable su inexorable destitución, deposición y exclusión, prohibiéndoles hablar en adelante como Papas, declarando que el trono de la Iglesia se hallaba vacante…
Concilio de Pisa.
El 26 de Junio de 1.409 se pretende cerrar el Císma con el nombramiento de un nuevo papa, eligiendo a Pietro Philargi, que tomó el nombre de Alejandro V. La elección no resolvía nada, puesto que, a pesar de la gran cantidad de obispos que habían acudido a Pisa, la legitimidad de la convocatoria era dudosa. De hecho, ni siquiera los allí reunidos estaban convencidos de que la autoridad de un Concilio fuera suficiente para deponer a un Papa, ni tampoco la fórmula para llevar a cabo esa decisión.
De todas formas, ésta no fue acatada por los papas depuestos, quienes convocaron sendos concilios en Aquileya y Perpiñán en busca de apoyos.
La Iglesia tenía ahora tres Papas.
Apenas un año después (1.410) la cuestión se complicó todavía más al fallecer el papa Alejandro V y ser elegido Juan XXIII (hombre de armas más que pontífice), que venía manipulando las negociaciones pertinentes desde Pisa. Su reputación era pésima y todos sus actos lo confirmaron. En Italia, donde estaba luchando contra Nápoles y Roma, llegaría la gota que colmaba el vaso. Tomada Roma por Juan XXIII celebró en ella un nuevo concilio, mientras Francia se mantenía destrozada por la contienda entre los Borgoñeses y los Armagnacs, netamente galicanos.
Benedicto XIII, ante la falta de acuerdos y reconocido por Aragón, Navarra y Castilla, se retiró a Barcelona y posteriormente, el 21 de Julio de 1.411, al castro fortificado de Peñíscola, que unos años antes le había cedido el Gran Maestre de Montesa y en el que vivió hasta el final de sus días. Con esta decisión, el Papa Luna convertía a Peñíscola en una de las tres Sedes Pontificias de la cristiandad.
Allí instaló su sede papal manifestando, a pesar de sus 83 años de edad, una increíble actividad. Ordenó la restauración de los torreones medievales, así como de las diferentes dependencias. Incansable del estudio instaló su importante biblioteca que con más de dos mil libros manuscritos, constituía una de las colecciones privadas más importantes del mundo, entre ellos extraordinarios códices de Plinio, Séneca, Tetrarca, etc.
En su nueva corte se instalaron muebles con su escudo y grandes ornamentos y obras de arte, joyas y relicarios, etc. No obstante, el Papa Luna era austero y apenas utilizaba las tres estancias que ocupaban su despacho, la capilla y su dormitorio.
Su llegada a Peñíscola significó para Benedicto XIII el retiro a sus tierras peninsulares, un regreso al solar patrio que sería definitivo, aunque iba a durar todavía casi tres lustros, durante los cuales organizó todavía la elección de un rey para Aragón en la persona de Fernando I de Trastámara, en una maniobra de alta política que le aseguró el apoyo de la Península unos años más y le permitió, tras una entrevista con el emperador Segismundo, disponer de una última oportunidad de defender sus derechos.
Por su parte, también Gregorio XII se vió obligado a huir a Gaeta y a Rímini por la deserción de los venecianos, aunque tampoco había renunciado a los que creía sus derechos.
Concilio de Constanza.
En aquellos turbulentos años, la Europa cristiana se veía amenazada por la invasión de los Turcos, por lo que el emperador Segismundo, cabeza visible del Sacro Imperio, convencido que solo la unidad de la Iglesia podría ofrecer el equilibrio entre los reinos y su seguridad, el 1 de Noviembre de 1.414 promovió el Concilio de Constanza, con el claro objetivo de solucionar definitivamente el Cisma. Todo se puso a discusión: Los derechos del concilio, los del Papa, los del Emperador y la organización de los escrutinios, reformas de la Iglesia, etc. Su propuesta fué la renuncia de los tres papas y la elección, entre todas las partes, de un nuevo Papa.
Fernando I de Aragón mantuvo la obediencia a Benedicto XIII pero, al ser partícipe directo del Concilio de Constanza se prestó a convencerle y en 1.414 se entrevistó con él en Morella pidiéndole que renunciara a su pontificado. Al no conseguirlo, unos meses después le reiteró su petición en Perpiñán (1.415) y ante su nueva negativa le retiró la obediencia de sus reinos.
Mientras tanto los disidentes, empeñados en conseguir su objetivo, el 6 de Abril de 1.415 proclamaron la superioridad del Concilio sobre el Papa, apoyándose en su alegato de que la autoridad no reposaba sobre los cardenales, sino sobre la “agregatio fidelium”, cuya expresión la constituían las naciones. Se votaron cinco Decretos de reforma, pero las naciones estimaban prioritario solucionar la anomalía de “una Iglesia sin jefe” apresurándose a establecer compromisos.
“…Doctores de la Iglesia… solo la renuncia de los tres pontífices puede resolver el problema que padecemos. Solo una vez declarada la Iglesia en sede vacante será posible la elección de un único Papa para toda la cristiandad…
…No se trata ya de cuestiones de legitimidad, sino de utilidad… Por ello, este Sagrado Sínodo decreta y ordena que, tras su abdicación, ninguno de los tres papas actuales podrá ser reelegido…”
El modo de elección, por naciones y no individualmente y a cargo tanto de laicos como de eclesiásticos, perjudicaba notablemente a Juan XXIII por lo que, siendo el único de los Papas que se hallaba presente, ante las presiones que se le hacían, se enemistó con el emperador Segismundo aunque, en vez de abdicar, optó por huir aquella misma noche disfrazado. No consiguió su objetivo puesto que fue arrestado igualmente, destituido y hecho prisionero el 29 de Mayo de 1.415, soportando la prueba con mucha humildad. Gregorio XII, había mandado leer ante Segismundo el decreto con el que se convocaba el concilio de Constanza, con lo que confirmaba su legitimidad pero, temiendo lo peor, en la catorceava reunión presentó su renuncia.
Solo restaba el último de los protagonistas: Benedicto XIII pero éste, convencido de ser el único legítimo, SIGUIÓ EN SUS TRECE pretendiendo quedar como único Papa, alegando haber sido elegido antes del Cisma.
…”Aseguráis que soy un Papa dudoso y yo acepto vuestra opinión. Sin embargo, debo deciros que antes de ser Papa fuí Cardenal indiscutible de la Santa Iglesia de Dios, ya que fuí investido antes del Cisma. Soy por tanto el único Cardenal vivo, anterior al Cisma. El resto han muerto…
Si como aseguráis, todos los Papas elegidos después del Cisma son dudosos, también lo son todos los cardenales que han sido nombrados por ellos.
En consecuencia, soy el único Cardenal auténtico… sin mancha de principio.
Como exclusivamente los Cardenales son los que nombran ó eligen Papa… yo solo, soy el que puede designar ó elegir un Papa auténtico.
Si entendéis que no soy Papa legítimo, no podéis negar, al menos, que soy el único Cardenal auténtico. Y como tal, puedo aceptar la “vía cesión” que tanto os entusiasma y nombrarme, por segunda vez, a mí mismo.
Y si vosotros no queréis que el Papa sea yo, al menos no podéis impedirme que sea yo el único que pueda nombrar a un nuevo Papa”…
Sus dotes de estratega y argumentos eran indiscutibles, pero la razón no siempre es determinante y en este caso la suerte estaba echada de antemano. Los intereses primaban sobre quien esgrimía la legitimidad como única arma a su alcance, ahora insuficiente.
Segismundo viajó a Perpiñán para reunirse con él, pero no pudo vencer su intransigencia, lo que determinó a Castilla, Navarra y (menos claramente a Aragón) a abandonarle y a comparecer ante el Concilio, con lo cual estuvieron representadas en el mismo seis autoridades: La italiana, la francesa, la alemana, la inglesa, la Navarra y la castellana.
Los principales impulsores del Concilio de Constanza estaban empeñados en la materialización de la reforma y para conseguirlo, ese mismo día 6 de Abril de 1.415 proclamaron la superioridad del Concilio sobre el Papa.
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En verano del mismo año, en Perpiñán y mediante un discurso de más de siete horas de duración, el anciano pontífice (87 años) expuso su tesis ante el Emperador Segismundo, Fernando de Aragón y un numeroso público. Su perspicacia y los muchos años de meditación y estudio y su inusitada longevidad, le llevaban a aceptar la renuncia, si eran anuladas las condenas lanzadas contra él en el pasado y siempre que el nuevo y futuro Papa fuera aceptado por todos y "elegido según la rigurosa aplicación del Decreto Canónico". ¡Ahí era donde radicaba la fuerza de su argumento! pues solo él, canónicamente, estaba en derecho de elegir un Papa. ,Sin embargo su inteligente planteamiento no pasó desapercibido para los presentes, por lo que la contienda dialéctica estaba perdida de antemano. Quedó como una manifestación más, de la grandeza y sabiduría del hombre que la defendía.
Fernando I de Aragón.
El 21 de Noviembre de ese mismo año 1.415, Fernando I de Aragón, dirigió un requerimiento a Benedicto XIII para que abdicase, pero éste replicó contumazmente:
...”Me qui te feci missiti in desertum!..." (¡A mí, que te hice ser lo que eres, me arrojaste al desierto!)
Se dice que Fernando I de Aragón, considerando irreverentes sus negativas, puso sitio sobre Peñíscola para que no le llegaran al Papa Luna noticias ni provisiones, pero el papa ordenó taladrar la roca por la parte que daba al mar diseñando una escalera y una abertura disimulada por la que, burlando a las tropas reales, le hacían llegar alimentos que garantizaron su supervivencia, lo que demuestra que el pueblo estaba con él.
Nada hizo cambiar a Benedicto XIII que siguió negándose a abdicar, porque sinceramente creía ser el legítimo Papa, siendo justamente esa legitimidad la que le obligaba a luchar con todas sus fuerzas para defender no solo su cargo, sino los cometidos parejos al mismo que le fueron transmitidos con su nombramiento. Así pues, su postura no era egoísta sino que estaba movida por la fé de su razón.
Ante la imposibilidad de conseguir la renuncia voluntaria de Benedicto XIII y ya transcurridos mas de tres años desde el inicio de las sesiones del Concilio de Constanza, las presiones de las naciones europeas forzaron una sentencia definitiva contra el Papa Luna. Bajo el sofocante calor del verano de Constanza se escuchó…
“…este Santo Sínodo, como legítimo representante de la Iglesia Universal, establece y proclama que Pedro de Luna, llamado Benedicto XIII, ha sido y es un perjuro, causa de escándalo, obstructor de la paz y la unidad de la Iglesia y contumaz hereje… por lo que, en consecuencia, se le prohíbe actuar y comportarse como Sumo Pontífice…”
Con esta sentencia, consensuada por todos los presentes, Benedicto XIII quedaría definitivamente depuesto.
El 11 de Noviembre de 1.417 el cardenal Oddonne Colonna fue elegido como nuevo y legítimo Papa, tomando el nombre de Martín V con lo que, para la Iglesia, se daba por concluido el Cisma de Occidente, pero no para Pedro de Luna. Ante todas las comisiones que llegaron a Peñíscola pidiéndole que abdicara, ofreciéndole incluso su readmisión en la Iglesia y una renta anual de 50.000 florines, su respuesta fue siempre la misma: “Non possumus” (No podemos)En 1.418, ante la imposibilidad de conseguir que renunciara voluntariamente, Martín V envió a España un legado con la misión de eliminar al Papa Luna como fuese.
Al respecto escribe Zurita:
…“fue cosa pública y divulgada por los devotos de Pedro de Luna que estando el legado en Zaragoza, procuró que se le diese a Benedicto XIII veneno con el que muriese y aunque se le dio, todavía vivió algunos años y el Legado murió antes”…
El hecho está documentado en cartas de Juan Claver y del arzobispo de Creta a Climent el 7 de Octubre de 1.418 teniendo, además, el propio testimonio de Benedicto XIII en su bula “acerbis infesta” de 13 de Noviembre del mismo año:
“duobus tandem prodituribus de familia nostra… nos cibo veneni incurabilis sauciarunt”…
El envenenamiento, fué llevado a cabo por Domingo Dalava y Paladio Calvet, suministrándole arsénico introducido en el “citronat”, dulce medieval al que el pontífice era muy aficionado. Reunidos sus médicos personales, ante los síntomas de envenenamiento que presentaba, decidieron provocarle el vómito y prescribirle una tisana que actuara como beneficioso digestivo que devolviera al Papa su vitalidad. Se cree que la fórmula magistral pudo ser prescrita por su médico de cámara Jerónimo de Santa Fe, judío converso, que estaba bajo su protección. Tras varios días de dolores y vómitos sin fin, milagrosamente, el preparado dio los frutos apetecidos reponiéndole de las graves secuelas producidas por el fracasado envenenamiento.
Conocido como la “Tisana del Papa Luna” este preparado se popularizó de tal modo que, durante siglos y con el nombre científico de “De pulvere Papae Benedicti”, se siguió prescribiendo como infalible remedio de numerosas dolencias.
Los culpables fueron prendidos y Calvet ajusticiado en la playa de Peñíscola, por los propios fieles seguidores del Papa. El juez Fernando Bonet, nombrado por el arzobispo Climent, ordenó detener como implicados al canónigo de Teruel Pedro de Jafsa, a Raimundo de la Rulla y a Raimundo del Bayo. En la Catedral de Barcelona se conserva carta del Alcayde del castillo de Linares dirigida al arzobispo Climent, que dice:
…”somos prestos e aparellados dar los dos guardas per vos mandadas para custodia y guarda que son en castiello de aqueste lugar”… “que me fechs saber e me mandays … que el arcediano no pueda faular con los otros presos que y son en el dito castiello que yo iffaga facer un forado en la canbra do el arcediano está por qual el dito arcediano pueda lancar la orina e stircol de la purgación de su cuerpo”…
El legado de Martín V, refugiado en Barcelona, logró huir muriendo dos años después.
ATENCIÓN:
El emocionante final de esta historia sigue en este enlace:
http://rafaelcondill.blogspot.com.es/2014/01/0001-historia-y-leyendas-del-papa-luna.html
(Post nº 0002 de este Blog)