Todos sabemos lo qué es el amor, pero cada cual lo interpreta a su manera. El amor, no haría falta decirlo, es quitarte el pan de tu boca para dárselo al ser que amas por encima incluso de ti mismo pero normalmente, aunque exista, tanto amor es difícil de encontrar porque todos pecamos un tanto de egoístas. Quizás el amor de juventud tenga algo de idílico, pero el tiempo todo lo marchita y la rutina todo lo invade.
Más desprendido suele ser el amor de padres a hijos pero, ¿qué ocurre con el amor de los hijos a sus padres?. Pues que con el tiempo se convierte en simple obligación, no siempre cumplida.
No, no es lo mismo, porque así lo hizo la naturaleza en aras a perpetuarse en el tiempo y en el espacio. Lo queramos o no, pensar en los demás es una pérdida de tiempo que solo puede entenderse cuando el amor está por medio. El amor, cuando es verdadero, todo lo justifica. Se reviste de paciencia y siempre espera a que las cosas cambien y llegue por fin, en los demás, ese sentimiento que se quiere recíproco.
Bendita paciencia que, milagrosamente, algunas veces nos trae el fruto soñado. La mayor parte de las veces es cuestión de diálogo. Resulta curioso que, pasándonos la mayor parte del tiempo hablando por los codos, el mayor problema de la humanidad sea la falta de diálogo, pero así es la vida y el mundo en que vivimos...
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