La Navidad es luz y amor. Como corresponde, hemos dedicado estos días a la familia y a la gente de buena voluntad. A aquellos a quienes nuestra mísera presencia en el mundo les interesa y a aquellos que, en fechas tan señaladas, nos tienen aunque tan solo sea un instante en su pensamiento. Dicen que lo que no se sabe no existe; no es así, pero no importa. Quedan para tu conciencia, para el conjunto de lo que es tu vida interior, el recuerdo y las palabras no expresadas. Cuando hay amor verdadero poco importa la expresividad. Desde el mismo instante en que no pretendes recibir fruto o pago ninguno por tus acciones e interioridades, poco importa que los demás sepan que tu pensamiento está con ellos. El amor es recíproco y desde el mismo instante en que tú les tienes en tu pensamiento, es porque también ellos te tienen en el suyo. Las palabras son una manera de reafirmar aquello que el silencio no garantiza. El amor no hace falta expresarlo; cuando hay amor, una mirada es suficiente y un silencio también.
Estos días pasados hemos recibido llamadas y tarjetas felicitándonos la Navidad, que hemos agradecido en cuerpo y alma y que desde aquí quiero reiterar nuevamente. Sin embargo, me consta que muchas otras personas, sin felicitarnos, nos han tenido también en su pensamiento y también a ellas quiero agradecerles ese instante de su vida dedicado a nuestro recuerdo. Tendremos múltiples defectos, pero no somos desagradecidos. Que una persona cualquiera te dedique un solo instante de su corta vida, es un gesto que merece nuestro más sincero agradecimiento.
Como ya comenté en entrada anterior, para nosotros, el pregón de las fiestas Navideñas empieza con nuestra visita a Cataluña, "nación" en la que viven la mayor parte de nuestros clientes. Es el cohete que anuncia la proximidad del Sorteo de Navidad (ese que no nos toca jamás) y la Navidad en sí. A partir de ese momento empieza una carrera contra reloj en la que es pieza fundamental la tarjeta de crédito, un invento del comercio y de la banca para que nos gastemos el triple de lo que gastaríamos si pagáramos en efectivo. El descalabro es de tal magnitud que un porcentaje elevadísimo de tarjetas de crédito o débito han sido rechazadas estos días por haber excedido el límite fijado.
¿Se imaginan hasta donde llegamos los mortales, que el propio banco tiene que velar por nuestra salud económica, poniendo límite a las compras compulsivas? Sí, sí... Ya sé que se trata de nuestro dinero y que con él hacemos lo que nos da la real gana, pero... unos días después les estamos agradecidos por habernos frenado un poco. De todas formas es muy fuerte que tenga que ser el propio banco quien nos haga ver que nos estamos pasando. Ellos que son a quienes más conviene nuestro desenfreno. ¡A donde vamos a parar!
Con las lucecitas y la cantinela de la Navidad, parece ser que perdemos el norte. La famosa estrella de Belén, aquella que guió a los Reyes Magos, parece ser que nos ciega al resto de mortales. Como si después no hubiera que pagarlo, nos echamos a la calle, tarjeta en ristre y no paramos hasta que alguien nos dice la famosa frase:
- Perdone señora, pero sale rechazada...
- ¡No puede ser! -es lo que todos responden- ¡Pásela otra vez!- Lo siento señora, sale rechazada -recalca la empleada mosqueada tras el segundo intento.
- ¡Dinero hay! -remacha la clienta- ¡Pruébelo de nuevo!La empleada, ya de morros y con miradas displicentes, mete por tercera vez la tarjeta y teclea de mala manera el importe de la compra...
- Señora... ¡Su tarjeta está excedida! (y remata...) ¿quiere pagar en efectivo?La clienta considera una afrenta que el mísero plástico la deje en el ridículo más espantoso y si puede, saca billetes con los que demostrar su poderío económico.
El asunto del pago mediante tarjeta a llegado a límites inimaginables. Tanto es así que, en cualquier mercadillo donde la ropa se exhibe a montones y prácticamente se vende a ojo de buen cubero, caso de que el gitano de turno te vea dudar por el escaso efectivo que te queda en el monedero, saca el datáfono vía satélite y te oferta el pago mediante tarjeta de crédito. Pero, coño... ¡a donde hemos ido a parar! ¿A qué precio compra esa gente?
En cierta ocasión, de reparto por Valencia y justo a la salida de Sagunto, a mano derecha dirección Castellón, paré en una gasolinera. Solo llevaba 20,00€ para pagarme el bocadillo del almuerzo y casualmente esa fue la cifra que tecleé en el poste correspondiente. Tras servirme y colgar la manguera en su lugar, entré en la tienda de la Estación de Servicio y puse la tarjeta 4B de Banesto en el mostrador. El empleado, o dueño de la gasolinera, me miró con una sonrisa burlona.
- Con esa tarjeta no puedo cobrarle -me dijo.
Pasimonioso y un tanto mosqueado, recogí la 4B y le alargué una ELECTRON de Ruralcaja.
- Con esa tampoco -escuché perplejo.
Sin abrir la boca saqué entonces la VISA.
- Con esa tampoco le puedo cobrar -me dijo- ¿No ha visto en la puerta el distintivo de la tarjeta 6000?
- Pues no me he dado cuenta. ¿Por qué lo dice Ud.? -pregunté.
- Lo digo porque aquí no se cobra con ninguna otra tarjeta más. ¡O la 6000 o efectivo!
- Pues vaya putada... ¡Justo lo que llevo para el almuerzo! ¿Y si no hubiera llevado los 20,00 €? -le pregunté entre enfadado y divertido. - Pues hubiera sacado el aspirador de líquidos y le hubiera extraído el gasoil del depósito. ¡No sería Ud. el primero!
Un año después pasé por allí y esta gasolinera estaba cerrada.
CONTINUARÁ...
EL ÚLTIMO CONDILL
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