14 de junio de 2010

0094- CABANES, CANYISSOS I CANYISSERS.

Vuelvo a mis andanzas, similares a aquellas que Don Quijote y Sancho Panza protagonizaron por las llanuras manchegas. También yo, como cualquier hijo de vecino, he luchado contra castillos (en el aire) que jamás pude derrotar. Jamás se puede vencer al enemigo, contra el que no estás prevenido ni preparado. ¿Como guarecerse de la lluvia, dejándote en casa el paraguas? Hay gente que solo sabe trabajar y esa es su única arma contra los elementos. Será de tontos, pero yo soy uno de esos.
Así eran la gente humilde de antaño, al menos la que yo tuve cerca.
Su lema era trabajar mucho y gastar poco, únicas armas contra el destino. En este aspecto las cosas no han cambiado tanto, nunca nadie ha regalado nada y ahora tampoco. Las cosas son diferentes sí pero, para abrirse camino en la vida, también la juventud actual tendrá que luchar. Han cambiado las circunstancias, los métodos de lucha y las armas, pero la vida sigue siendo una batalla que no siempre se gana y donde son muchos los que quedan en el camino. La mayor parte vamos dando bandazos que no llevan a parte alguna, solo vivir, que no es poco. Me hago viejo y divago con facilidad. Yo, en el día de hoy, tan solo quería escribir sobre aquellas esforzadas gentes que, con la única pretensión de llevar alguna pequeña ayuda al seno familiar, en los días de lluvia o mal tiempo que no podían ir a trabajar al campo, lejos de marcharse al bar que es lo que hacían la mayoría, se dedicaban al sacrificado oficio de confeccionar cañizos. Un duro y arriesgado trabajo que apenas si permitía ganarse el simple pan de cada día. Alguien pensará que ni duro ni arriesgado pero, en fin, ya se verá más adelante.

Creo que no he estado nunca en el taller que tenía el padre de "Vicentico el de Marí", en el carrer d'Engalía, pero tengo entendido que su producción aproximada era el 15% de las necesidades locales. Supongo que su hijo todavía realizará algún encargo al respecto, no lo sé. Desde luego yo, aunque jamás me ha dado las gracias por ello, toda mi vida le he ido mandando a su casa a todos cuantos me han preguntado por estos artículos que, a lo largo de los 40 años que regenté mi negocio, han sido muchos. Yo soy así, no puedo evitarlo. Aunque jamás me ha dicho una palabra amable, aún hoy, sigo mandándole clientes. ¿A donde voy a mandarlos si no?. Habiendo un fabricante en Cabanes, por muy desagradecido que sea, no voy a decirles que no conozco a nadie que haga ese oficio... Yo no quiero agradecimientos de ningún tipo, pero si el reconocimiento del favor realizado. Por consiguiente cierro el párrafo que reconoce su presencia en la localidad (que ya está bien) y escribo sobre lo mucho vivido en el otro taller, primero en importancia por producción, que no en duración en el tiempo, puesto que cerró al menos 40 años atrás. Actualmente colocar un cañizo en una puerta o ventana es cosa de ricos, gente que puede permitirse pagar por esa pieza, de auténtica artesanía, un mínimo de cuatro veces el valor de una persiana convencional. Pero no siempre ha sido así. Antiguamente todas las puertas y ventanas de las casas estaban protegidas por un cañizo de caña, que evitaba que en día de lluvia se mojara la madera y que, en los días normales pudiera airear perfectamente la vivienda. Porque las casas de entonces necesitaban (pedían a gritos) esa aireación.

Con el corral del "matxo" anexo a la cocina de la casa, amén de los otros muchos animales que en la misma se criaban, el "tufillo" a estiercol estaba presente los 365 días del año y muy especialmente los meses de verano que se multiplicaba por diez. De todas formas tener las puertas abiertas, con la sola protección visual del cañizo, no representaba entonces problema ninguno ante la total ausencia de amigos de lo ajeno. Con la puerta abierta de par en par, o como mucho entornada (amb picaport), uno podía irse a la tienda, a la panadería, e incluso a Castellón. Así eran las cosas entonces... En Cabanes, un 80% de la producción de cañizos se llevaba a cabo en el taller de "Elietes el de Castanyes" y "Pepe el de Léjido", que tenían sociedad al respecto. El 5% restante era confección que se hacía cada cual de forma personal, aunque con resultado bastante desigual. Dicho taller, en sus 3/4 partes era un gran patio descubierto y el resto con ligera cubierta de cañas y teja morisca que protegía los encargos ya realizados y el trabajo en curso, estaba ubicado en la calle del Calvario, muy próximo o lindante con El Ravatxol y en un patio posteriormente ocupado por la primitiva Discoteca Lassel, que actualmente es un bloque de viviendas.

Dedicados a este trabajo en gran escala, empezaban el periplo anual en la primera "lluna vella" de Enero y durante los 14 días que dura ésta, cortaban cuantas cañas podían en los cañares contratados al efecto, trabajo que se repetía en los meses de Febrero, Marzo y Abril. A partir de esa fecha los cañares ya hacen la brotación primaveral y queda imposibilitado el aprovechamiento de las cañas para la confección de cañizo, puesto que se trata solamente de los ejemplares de menor diámetro y la herida de eliminación del brote afea el resultado final. Las cañas, cortadas y atadas en haces de 100 unidades quedan al sol en el propio cañar hasta primeros de Mayo, fecha en la que se supone que han perdido prácticamente toda la humedad y pueden trasladarse al almacén sin peligro de estropearse. Esta recogida debe realizarse previamente a la peligrosa fermentación que se produce en este tipo de materiales al inicio de los primeros calores. Normalmente la fermentación de la caña no suele ocurrir hasta finales de Mayo pero, naturalmente, depende mucho de la climatología y puede variar por tanto 2/4 semanas en más o en menos, según los años.

Sea como fuere, son muchos los años en que un pequeño retraso en la recogida, debido al tiempo o al exceso de trabajo, hace que se sufra alguna pequeña alergia por contacto que suele suponer una salida de granitos de picor insufrible. Pero en una de esas ocasiones a "Elietes" y a "Légido" les ocurrió algo más, que les tuvo al borde de un fatal desenlace. Frecuentes lluvias en Abril y un sol abrasador desde principios de Mayo hizo fermentar las cañas de forma rápida e inesperada y aunque, apenas pasadas las Fiestas de Mayo (primera semana del mes) se aprestaron a la recogida de la cosecha, las cañas ya estaban con la fermentación en todo su apogeo. El problema se detecta fácilmente ante la presencia de un polvillo blanquecino, especie de moho, que cubre la piel de las cañas. Sin embargo, extremando la precaución de mínimo contacto directo con los haces, cargaron y llevaron en varios viajes del carro la multitud de cañas que tenían cortadas aquel año hasta su almacén de la calle del Calvario, aunque los síntomas no se hicieron esperar. 

A media mañana ya detectaron algunos granitos que hacían presagiar la reacción, pero no fue hasta última hora de la tarde cuando todo el cuerpo se llenó por completo de los dañinos granitos, al tiempo que una entremezcla de dolor y picor atacaba sus partes "más nobles" que se hincharon hasta alcanzar un tamaño considerable, aproximadamente 4 veces el original. Asustados e hinchados como balones (unas partes más que otras) y enloquecidos por el picor, llamaron al médico que les recetó inyecciones anti-estasmínicas y otros medicamentos en boca y en pomadas que les aliviaron notablemente pero, aún así, los síntomas no les abandonaron hasta pasadas 24 horas que, con una fiebre que rozaba los 42º, hacía peligrar incluso su vida. Afortunadamente la fiebre bajó y con ella el hinchazón general y "el particular", quedando como una anécdota que no se volvió a repetir. A partir de aquel año, la cosecha se retiró siempre antes de finalizar el mes de Abril, como tiene que ser... Con material almacenado para todo el año, bien apilado en las paredes perimetrales del patio donde trabajaban, lo más duro estaba hecho. Restaba pelar las cañas a medida que se utilizaban, enderezarlas, cortarlas a la medida de la pieza encargada y confeccionar posteriormente el cañizo. La primera y la última pieza del cañizo era un listón de madera del que salían cordeles de cáñamo, sobre los que se sujetaba cada una de las cañas colocadas mediante hilo del mismo material.

Los niños como yo, amiguitos de los dos hijos que "Elietes" tenía (Rafael y Pepe), jugábamos por entre las pilas de cañas, a menudo utilizadas como cabañas improvisadas hasta que su padre o su socio Pepe, cansados de nuestras travesuras y de estorbarles multitud de veces, nos mandaban a jugar a la calle.
"Elietes el de Castanyes", al parecer con pocas tierras de su propiedad, contaba con algunas vacas cuya leche vendía también entre el vecindario como una forma más de complementar sus necesidades familiares. Vivían en la calle del Teatro, al lado mismo de "Vicentica la de Manzano", una casa grande con un gran patio interior al final del cual una "perxà" daba cobijo a tres o cuatro vacas que él se encargaba de tener gordas y productivas. Por aquel entonces la mayor parte de las casas tenían mulo para las labores agrícolas y consiguientemente algún bancal plantado de alfalfa con destino a estos animales. Como esta planta solo es productiva unos pocos años, de vez en cuando se arrancaba para sembrarla de nuevo. El arranque de este cultivo en decadencia y el trabajo de recoger sus extremadamente largas y gordas raíces, "Elietes" lo realizaba gratis al productor, a cambio de la recogida de este tubérculo, extraordinario alimento para el vacuno.

Quedaba un duro trabajo pendiente y era el de aplastar las duras raíces antes de darlas a los animales, pero de eso se encargaban sus hijos (y los amigos de sus hijos) ya que... 
- Fins que no acabeu no anireu a jugar" -les decía su padre. Dicho esto señalaba unos grandes garrotes que tenía arrimados a la pared de aquel improvisado corral y el gran montón de raíces preparadas al efecto. No se me olvidará nunca el intenso dolor que se producía en manos y brazos cuando al final del trabajo, con las raíces ya machacadas, dabas uno de aquellos fuertes bastonazos sobre un punto con escasa consistencia. El garrote tras el golpe seco, dado ya casi sobre el duro suelo, vibraba y con el tu mano, tus brazos y todo tu cuerpo...
- Hostia...! Que mal m'he fet!. A fer la mà hostia... jo no pique més! -decía yo tirando el bastón. El lenguaje era poco fino, pero era el que hablaban nuestros padres.
- Encara falte un poc, redeu! -decía Rafael, el hijo del "tío Elietes".
- Dons acaba-ho tu! -le decía yo que estaba hasta los mismísimos...
- Vale, vale, ja està bé collons!-decía Rafael pensando en la opinión que le merecería a su padre el trabajo realizado a medias. Y dejando los bastones en su rincón nos íbamos a jugar a indios y a vaqueros. Unos años después Rafael se marchó a vivir a Torreblanca con unos tíos, de donde nunca más volvió, salvo alguna esporádica visita. Allí aprendió el oficio de mecánico y se montó un estupendo Taller (Autorafa); allí se casó y tuvo unos hijos que ya regentan el negocio. La rueda de la vida sigue girando sobre los mismos ejes. Tú apartas, a tí te apartan, a ellos les apartarán...

RAFAEL FABREGAT

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