En 'oficios desaparecidos' toca hoy hacer una breve reseña a los antiguos 'colchoneros', gente profesional y extremadamente necesaria hasta la década de 1960 cuando 'nacieron' los modernos colchones de espuma primero, de muelles después y de todo lo habido y por haber a día de hoy en látex, viscoelásticos y demás modernidades.
Hasta bien entrada la década de 1950 los colchones de la 'gente bien' y de la no tan bien eran de lana, a excepción de los pobres de solemnidad que los tenían de 'camisas de maiz', de paja de rastrojo o de 'borra'. La borra era una especie de pelusa de la cápsula del algodón, mezclada con el resultante de la molienda de viejos trapos de lana y algodón. La maléfica mezcla se apelmazaba con facilidad y el descanso sobre dichos colchones solo era posible después de una dura jornada de 12 horas y escasa comida. En los cuarteles de aquella insustancial milicia obligatoria, estos colchones (repletos de chinches) se utilizaban en el calabozo, como castigo a aquellos que se rebelaban a trabajos que los mandos imponían a supuestos soldados que lo eran por obligación y no por voluntad propia.
Al igual que la matanza del cerdo, la limpieza de la lana para renovar los colchones, o para hacerlos nuevos en el caso de enlace matrimonial, cambio de casa, etc. era trabajo que propiciaba la reunión de amigos y familiares, pues se necesitaba mucha gente si querías acabarlo en un solo día. Previo escaldado y lavado de la lana en el río o la alberca, la lana se depositaba sobre unos cañizos o sobre retamas a fin de favorecer el rápido y correcto secado de la misma. Ya limpia y seca se procedía al vareado, operación de la que dependía la esponjosidad del futuro colchón. Realizada esta operación y ya con la lana limpia, seca y perfectamente ahuecada se procedía a rellenar el colchón, a coserlo y a atarle los cordones que impedirán que la lana se mueva del sitio inicial, produciendo bolsas excesivas o huecos sin material.
Todo lo antedicho parece simple y fácil, pero no lo es tanto. Está claro que ninguna de las operaciones requieren estudio alguno, pero hay que trabajar y hacerlo con gusto y ahínco. El escaldado en grandes calderas para eliminar la suciedad y los posibles parásitos, el posterior lavado en agua abundante que elimine cualquier impureza, el correcto secado, el duro vareado de la lana y la perfecta construcción y cosido del colchón, precisaba de una buena dirección, generalmente prestada por las mujeres mayores de la casa. Niños y ancianos también ayudaban.
Normalmente con la mitad de estas operaciones se llegaba al mediodía, momento en el que se servía una comida familiar para todos los presentes. En Castellón era costumbre preparar la 'gallina en cuclillas', guiso de patatas rústico pero muy sabroso que consistía en una base de patata troceada en olla grande y una gallina vieja entera encima. Se terminaba de cubrir la gallina con más patatas y se le echaba el aliño y el agua hasta cubrirlo todo y en crudo. Tras la cocción pertinente se servían las patatas con un trozo de gallina para cada comensal. Naturalmente la garrafa de vino de 10 litros, estaba sobre la mesa...
Por la tarde, ya bien comidos y con los efluvios del vino, los trabajos duros estaban controlados y solo quedaba la construcción en sí misma del colchón. Esto ya era cosa de 'profesionales', las mujeres más mañosas de la familia y la colaboración de las restantes que no paraban de sacar defectos al trabajo de las primeras. En tal caso las que cosían se mosqueaban y les daban la aguja a las que miraban, marchando a echar un trago de agua fresca del botijo, mientras hombres, ancianos y niños (los menos útiles de la comunidad) echaban un cigarrito o jugaban por la inmediaciones. La cuestión es que los novios, en tan mullido colchón, tenían asegurado el tan deseado descanso. En fin, cuentos para bien dormir, nunca mejor dicho...
RAFAEL FABREGAT
Bonitos recuerdos
ResponderEliminarLa furgoneta del colchonero lanero despertándome en los veranos de los 80...qué buenos recuerdos
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