El pueblo de Cabanes, como todo el medio rural y fundamentalmente en las zonas consideradas republicanas, sufrió las miserias de la posguerra y tardó casi 20 años en despegar de la más extrema pobreza.
No sería hasta finalizada la década de los 50 cuando empieza la instalación del alcantarillado y cuando comienzan a asfaltarse las primeras calles, hasta entonces todas de tierra.
Sin alcantarillado ni agua corriente, la higiene es mínima y hasta el agua sucia de lavar los cacharros se lanza directamente a la calle. Los pueblos están invadidos por auténticas bandadas de moscas y gorriones que se encargan de eliminar de las calles los restos de comida; escasos granos de arroz o los cuatro fideos que han quedado en el agua de lavar los platos y las cacerolas.
La ropa se lava en los lavaderos municipales y las necesidades fisiológicas se hacen en patios y corrales, así como en las afueras del pueblo o en los bancales de labor. El agua para las necesidades más elementales de la casa tiene que acarrearse obligatoriamente en cántaros que se traen de la fuente con pequeños carritos de mano, que suelen tener capacidad para dos cántaros de unos 20 litros cada uno.
Al igual que los lavaderos municipales, también la fuente es lugar de encuentro y tertulia de las mujeres que deben realizar un par de viajes cada día para aportar a la casa el líquido elemento con lo cual la cola es, durante todo el día, permanente. Sin embargo, próximos ya a 1.960 desde el Ayuntamiento se cita a los vecinos de la calle San Vicente para proponerles el arreglo de su calle. La propuesta es pionera y para los vecinos un reto al que difícilmente pueden negarse. Se acuerda una pequeña ayuda económica municipal para la adquisición de la tubería general que evacuará las aguas residuales, pero los trabajos del cavado de zanjas, conexión particular y nivelación del terreno será a cargo de los vecinos, así como el hormigonado posterior.
La calle San Vicente es pues la primera de Cabanes que ve desaparecer la tierra y el fango, que son sustituidos por bonitas aceras de pavimento prensado y calle de hormigón. Sin embargo el mayor adelanto es el de poder evacuar todas las aguas sucias de la casa, pero para eso aún faltaba darle salida...
Viendo la respuesta positiva del vecindario de la calle San Vicente, el Ayuntamiento necesita que otras calles se adhieran a este proyecto a fin de canalizar todo el alcantarillado hasta las afueras de la población.
Se llama a los vecinos de la Plaza del Generalísimo, Delegado Valera y Calvario en una segunda citación y en una tercera a los de Ramón y Cajal, Plaza de la Farola y Calvo Sotelo (ahora Teatre). Dotadas estas calles del correspondiente alcantarillado y convenientemente asfaltadas, el primer ramal desembocará directamente en el "Ravatxol" que ya lleva las aguas sobrantes de los lavaderos municipales y el segundo se instalará paralelo a la Carretera de Zaragoza, para desembocar posteriormente al mismo río, detrás de la fábrica de ladrillos de "Fernando el Churro".
Ante la escasa circulación de agua de los alcantarillados su caudal es mínimo y altamente concentrado por lo que, al unirse al agua sobrante de los lavaderos municipales, forma grandes charcas putrefactas que hacen el aire irrespirable en las cercanías del "Ravatxol", provocando las quejas de los vecinos cercanos a la riera.
Poco tiempo después llegaría el agua potable a la población y el aumento de caudal de aguas residuales "barría" las inmundicias rebajando considerablemente el olor que ya solo molestaba en los meses más calurosos. Unos años después se construyó también la depuradora que, alejada de la población, trataba las aguas residuales y las devolvía al "Ravatxol" en condiciones aceptables. El Ayuntamiento corrigió las canalizaciones extramuros del alcantarillado, llevando hasta dicha depuradora los ramales principales. Tanto el que baja por la calle Teatro como el que lo hace junto al "ravatxol", se unieron a medio camino en la Carretera Zaragoza desembocando en la depuradora.
La llegada del agua a los domicilios lo cambió todo. En pocos años todas las calles del pueblo fueron levantadas e instalados los oportunos desagües.
Las últimas calles en instalar el alcantarillado se unieron a las canalizaciones principales, dando salida a sus aguas residuales al conectarse unas a otras.
Todas las diferentes calles se vieron finalizadas con el hormigonado posterior de las mismas que, continuando la costumbre inicial, realizaban los propios vecinos en colaboración con el Ayuntamiento y alguna ayuda provincial. Todos los que contamos 60 años o más, hemos visto arreglar nuestra calle y muchos de nosotros hemos trabajado en ello. La gente tomó muy a bien la medida y colaboró en cuanto se les propuso, aportando sus propias herramientas y convirtiendo el trabajo en casi una fiesta. La evolución fué rápida y constante. Unos años después también fue sustituido el alumbrado público, hasta entonces simples bombillas de 40 W colgadas del cordón eléctrico en lo que era un simple farol, cada cincuenta metros o más, que no permitía apenas la visibilidad de las piedras y de los baches, siempre presentes en las anteriores calles de tierra.
El encendido de estas nuevas farolas fue algo espectacular y la frase comentada por todos era siempre la misma...
- És increible, amb aquesta il·luminació no es fà mai de nit...!
Los niños, especialmente en verano, jugábamos en la calle hasta altas horas de la noche sin ninguna gana de acostarnos. En pocos años el pueblo eliminó su esperpéntica imagen de suciedad y abandono por la de un pueblo acorde con los nuevos tiempos. Como se había hecho siempre las mujeres barrían y pasaban la regadera por las calles con un gusto exquisito, pero entonces con mayor motivo por lo agradable del resultado final, dándose cita todas las mañanas para esta labor que embellecía más si cabe al nuevo pueblo. Desaparecieron los malos olores de las casas y de las calles y un nuevo oficio se demandó con rapidez inusitada. Los fontaneros no daban abasto. Todas las casas precisaban ahora de duchas, lavabos y saneamiento, hasta ahora inexistentes.
Se renovaron cocinas y se remozaron unas casas que apenas se habían modificado desde su construcción. Empezaba una nueva época, el despertar de la nueva España era ya inexorable.
Quedaban pendientes las libertades que todos susurraban en el interior de sus casas, junto al fuego del hogar, pero nunca en la calle. Sin embargo ni el bien ni el mal dura para siempre y quince años después, con la muerte del dictador, llegaría también la Democracia tan esperada.
Una nueva forma de dictadura, cuya única diferencia es que el pueblo puede sustituir al dictador cada cuatro años.
Algunos quedaron defraudados, ¿qué esperaban?. Al pobre, como al rico, nadie le regala nada. ¡Hay que ganárselo a pulso!.
RAFAEL FABREGAT
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