Amistad, palabra pletórica de sensibilidad y remedio infalible para corazones destrozados, es un término que se aplica de forma demasiado general para mi gusto. Todos tenemos amistades que, expresado en términos generales, entendemos como sinónimo de conocidos o compañeros. El futbol, la caza, medios sociales, ver un concierto o una obra de teatro; incluso un viaje o ir a buscar setas, son actividades que solemos compartir algunas veces con los demás. ¿Es eso tener amigos? Para quienes así lo entiendan, todos tenemos amigos. Pero esta clase de amigos tienden a evaporarse cuando no compartes sus aficiones o, por una u otra causa, falla tu asistencia a los eventos de su interés. Más todavía cuando, por uno u otro motivo dejas de tener el más mínimo protagonismo en la sociedad que te rodea; y no digamos si un error te sitúa en el punto de mira de la ciudadanía en general, se pruebe o no tu culpabilidad, en cuyo caso vas directamente a la hoguera sin que ni siquiera la duda sea el aliado de aquellos quienes creías amigos tuyos, alguno de los cuales te puede incluso retirar el saludo creyéndote un leproso cuya sola proximidad puede contagiarle. El verdadero amigo lo da todo por nada, mientras que el que no lo es aplica la máxima del todo por todo, o nada por nada.
Yo aprecio la compañía y el amor que pueda significar que alguien quiera compartir conmigo un solo segundo de su tiempo. Solo tenemos una vida y cada minuto que pasa es irrepetible y por tanto estimable que alguien quiera dedicártelo a tí pero, aún así, desde mi punto de vista no es suficiente para que a estas personas pueda llamárseles amigos, puesto que esa dedicación de tiempo es recíproca.
Para mí, amigo (apoyo y consuelo ante las adversidades) es una palabra tan grande que supera incluso a la de hermano que, sin duda, también lo es. La supera, porque un hermano no se elige, es algo que la naturaleza te da o te niega, pero que no puedes elegir. La prueba de ello son los muchos hermanos que no se hablan, unas veces con motivos para ello y otras por una simple tontería, aunque casi siempre por intereses económicos. Para mí no hay nunca motivos suficientes para que dos hermanos, nacidos y criados en un mismo seno familiar, dejen de hablarse. Han compartido y comparten demasiadas cosas (incluso la propia sangre) para que no puedan encontrarse caminos comunes que hagan que el entendimiento prevalezca de nuevo.
El amigo, como sinónimo de amor que lo es, lo eliges tú y solo puedes calificarlo como tal cuando la otra parte, recíprocamente, acepta compartir contigo el mismo sentimiento de forma generosa y desinteresada. Una verdadera amargura que tal sentimiento no sea más que otra de las utopías de la humanidad.
Una entrada ciertamente melancólica, la de hoy, pero la vida se compone de dramas y de comedias y hoy al parecer tocaba drama. ¿Será porque el tiempo no acompaña?. Lo siento... este escrito es demasiado profundo para finalizarlo con una broma. Se nota demasiado que no he tenido madre ni hermanos y que he vivido momentos tristes, en los que he necesitado a ese amigo que no encontré...
Prometo compensar al lector con otros textos menos profundos.
RAFAEL FABREGAT
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