Son muchos los templos jainistas que hay por toda la India, especialmente en el Estado de Rajastán, pero Adinath no solo es el templo más grande, sino también el más bello. Una inscripción en placa de cobre nos dice que fue construido en 1437 por los seguidores de Maharivá, creador de esta religión allá por el siglo VI de nuestra Era.
En todos estos templos de mármol blanco, destaca una fina decoración labrada en techos y columnas muy difícil de encontrar en ningún otro lugar del mundo. Se dice que los artesanos que plasmaron esta filigrana en la piedra, cobraban en proporción al polvo de mármol que cada día extraían. El trabajo de estos artistas es de tal magnitud que este templo figuró entre los finalistas elegidos en 2011 para dictaminar cuales eran las 7 nuevas maravillas del mundo moderno. El templo tiene cuatro entradas, una por cada lado. Las cuatro conducen a la sala central donde se venera la imagen de Adinath, completamente rodeado por un sin fin de capillas (86) y cientos de columnas finamente labradas que sujetan un rico techo formado por más de 20 domos y 5 cúpulas.
La filigrana esculpida en la roca es de tal pulcritud que más que estar en el interior de un edificio de mármol pareces estar dentro de un inmenso encaje de bolillos. A las innumerables diosas danzantes se suman figuras geométricas, elefantes y todo tipo de adornos esculpidos hasta el mínimo detalle.
Al templo se accede por medio de un magnífica escalera que al retranquearse da acceso a los tres niveles del templo. Sus columnas permiten la entrada de luz natural en todo el interior del templo, proporcionando un juego de luces y sombras de indescriptible belleza. Debido a la pureza del mármol empleado en su construcción, en algunas partes, la luz del sol hace que las columnas cambien del color dorado al azul pálido, según la hora del día.
De acuerdo con la religión, de forma permanente un hombre barre el templo cada día y todos los días del año, a fin de que no haya ningún insecto en el interior. El trabajo solo cesa a la llegada de algún visitante, para poner en la frente de cada uno de ellos una especie de pasta o ungüento al tiempo que reza una breve oración. A cambio recibe un donativo para el mantenimiento del templo y tras este ritual marcha a sus higiénicos quehaceres de limpieza, de todo punto interminables. El Templo de Adinath es visitado sobre todo por el turismo, ya que la religión jainista es, en este momento, minoritaria en la India. Se trata de un conjunto muy armónico de tres plantas, de tal belleza, que el visitante no sabe hacia donde mirar.
Como se ha dicho anteriormente, a ras de suelo sale una amplia escalera que asciende a la primera planta, a partir de la cual se accede a las dos superiores. Salientes con columnas y cúpulas protegen el comienzo de las escaleras superiores, todo labrado con escenas religiosas y motivos florales. Exteriormente el templo ya se adivina magnífico pero es cuando se accede al interior cuando el visitante queda extasiado con el inmenso trabajo realizado y la belleza conseguida por aquellos verdaderos artistas de la escultura pétrea, tras millones de horas de trabajo. Nada menos que 29 salas sostenidas por 1.444 columnas de mármol, todo ello trabajado hasta la extenuación.
Para una hipotética visita, hay que decir que el templo está abierto desde las 10 de la mañana hasta las cinco de la tarde. Naturalmente hay que ir descalzo.
La aislada ubicación de este templo permite, a diferencia de los de Mount Abu, una visita más sosegada que bien merece este monumento consagrado a Adinath, primero de los veinticuatro tirthankaras o santones de la religión jainí.
Maharivá, su constructor, fue el último de ellos y el principal creador de la religión que llegaría hasta nuestros días. Algo bastante llamativo de esta religión es el respeto a toda forma de vida, lo que motiva el barrido diario del templo a fin de evitar que algún visitante pudiera pisar algún insecto que hubiera podido entrar en el recinto.
El templo está coronado por una cúpula central y otras menores en los laterales.
Nada puede perderse en nuestra visita, pues hasta el más mínimo detalle supera con creces a todo lo que puedan haber visto hasta ahora.
Vamos... ¡para no perdérselo!.
RAFAEL FABREGAT
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