8 de noviembre de 2016

2245- EL CINE... DE ANTES.

Los jóvenes que lean esto podrán pensar... ¿El cine de antes?. 'El último Condill' chochea. ¿Qué tenía aquel cine de especial si la mitad de las películas eran flojas y la otra mitad no valían nada...? Pues tenéis razón, pero solo a medias. En la mayor parte de las cintas, los argumentos eran mediocres, la fotografía mala y la calidad del sonido peor. Sin embargo... ¡eran lo mejor del mundo, porque no había nada mejor!. En aquel momento el cine era la mejor diversión familiar posible; un premio a la rutina semanal de la gente trabajadora. Después de seis jornadas interminables (los sábados se trabajaba) los mayores, los domingos por la mañana, todavía iban a trabajar sus escasas tierras. Para ellos el descanso semanal se limitaba a las tardes del domingo y pare usted de contar.

Tras la comida, partida de cartas con los amigos. A las cinco de la tarde se recogía a mujeres y niños y marchaban todos juntos al cine. Los más adinerados incluso compraban rosquilletas, una para cada uno, o quizás un cucurucho de cacahuetes o altramuces. Ya si nos ponemos en plan de tirar la casa por la ventana, en verano, con el cine abarrotado de gente y cuarenta grados a la sombra sin aire acondicionado, se podía comprar incluso una gaseosa de 1/4 de litro para todos. No me negarán que, con este plan, el cine... de antes era una fiesta total. Algo sublime que se esperaba toda la semana como agua de Mayo. Ya no digamos cuando a uno le llegaba la adolescencia y tenía ocasión de 'ir acompañado'.

Me refiero claro está a que una chiquilla te guardara sitio a su lado... ¡Lo más de lo más!. Se estilaba entonces que, cuando una parejita se gustaban, el que primero que llegara al cine guardara la butaca contigua. No se sabe cual de los dos encontraba más satisfacción al saber que, independientemente de lo abarrotada que estuviera la sala (sin numerar) tú tuvieras sitio reservado y (además) al lado de la chica de tus sueños. Claro que todo esto era resultado de una trayectoria gradual, no de algo caído del cielo. Primeramente uno tenía que conseguir dos cosas, la primera que la chica de tus sueños te guardara sitio a su lado y segunda que, yendo con su pandilla de amigas, viniera a sentarse en una de las puntas de la fila que ocupaban. Porque si no, ¿que hacía el gallo en mitad del gallinero?. 

Más adelante, si eso, ya salías por tu cuenta (sin amigas) y podías incluso sentarte en la última fila de la sala, con lo cual... el argumento de la película ya carecía de importancia. Por todo esto y por mucho más, el cine... de antes era, ¡lo más de lo más!. Sí, sí, ya sé que lo he dicho hace un momento, que quizás diréis que me repito más que el ajo, pero estoy seguro de que, en este asunto, tengo más razón que un santo. Y vuelvo a repetir: ¡lo más de lo más!. Porque en aquellos tiempos, que no se parecen en nada a los de ahora, coger a tu chica de la mano... ¡era un regalo!, besarla... ¡alcanzar la gloria! y si podía llegarse a algo más era ir directos al Cielo con San Pedro y llaves incluidas. Todo en la vida se alcanzaba después de mucho trabajo y no poca paciencia.

No como ahora, que van y vuelven y todo lo pierden. Está claro que, también para la juventud actual hay una primera vez para todo, pero todo aquello que es difícil de conseguir tiene un mérito mayor. Alguno se reirá si digo que puede ser gratificante aquello que para conseguirse requiere un gran esfuerzo, a nadie le gusta sufrir, pero creo sinceramente que es así. Todo lo que consigues con facilidad pierde su mérito y así eran en aquellos tiempos las cosas del amor y las del cine. Se diga lo que se diga en una época (década de 1960) en la que no había televisión en las casas, ni coches en las calles, y en las que el cine era el único divertimento semanal y el único lugar del mundo donde podías estar en penumbra con tu novia, el cine... de antes, era ¡lo más de lo más!. Si no tenías niños cerca, ni suegra o cuñadita, claro está.

RAFAEL FABREGAT

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