La vida, lo que necesitamos de verdad, está tirado de precio. Otra cosa es que uno no tenga trabajo y pase estrecheces por esta causa, pero el que tiene un trabajo bien remunerado vive de rositas.
Ya sé que está todo muy mal y los que tienen un buen sueldo pueden contarse con los dedos de una mano, pero esa es otra cuestión. El afilador, que es el tema que nos ocupa, no puede afilarte el cuchillo por menos de 5 euros. ¿Qué culpa tiene él de que en la ferretería uno nuevo solo valga tres?. Con un poco de suerte, en todo el día solo le encargarán una docena de servicios y estará toda la mañana dando vueltas con la moto, ¡al precio que está la gasolina...! Antiguamente esta gente te arreglaba también los paraguas y hasta las máquinas de coser, pero estamos en las mismas...

En los pueblos la llegada del afilador era esperada y celebrada. La musiquilla del "chiflo" anunciaba su presencia y madres y abuelas salían a la calle con aquellas tijeras que ya no cortaban correctamente o con aquel cuchillo que no era capaz de sacar rebanadas de pan de la hogaza. Un pueblo de apenas tres mil habitantes no era cosa de hacerlo en un día ni en dos. Mientras afilaba una herramienta ya había otras dos mujeres esperando en la puerta de su casa a que la vieja bicicleta o la moto del afilador llegara a la altura de su puerta. Algunas veces aquel buen hombre necesitaba toda una semana para dejarse un pequeño pueblo bien atendido.
Primeramente, ya en el siglo XVII, el afilado o amolado era mediante una rueda de piedra o tarazana sobre estructura de madera que funcionaba a pedal. En Sudamérica todavía las hay en uso. Después aquello mejoró notablemente al incorporarse unas pequeñas ruedas al portaequipaje de una bicicleta y cuyo sillín giratorio permitía al afilador su trabajo levantando la rueda trasera por medio de un caballete. Al pedalear, el movimiento de la rueda trasera levantada hacía girar las muelas mediante una pequeña correa.
Más tarde aquel sistema fue incorporado a una motocicleta y las ruedas giraban con la fuerza del motor. Máxima comodidad para el amolador pero con el consiguiente consumo de gasolina. Con la llegada del siglo XXI se hace imposible encontrar ningún afilador en la calle. Es la nueva tendencia del "usar y tirar", un abuso contra la propia naturaleza que algún día se pagará muy caro. En la actualidad estas gentes han cambiado su profesión ambulante por pequeñas tiendas que venden este tipo de utensilios y que ocasionalmente pueden afilar alguna pieza si el cliente se lo pide por ser herramienta de gran estima.
De todas formas, como se ha dicho antes, resulta más caro afilar que comprar una pieza nueva, con lo cual es raro que se les encargue ninguna reparación o afilado ya que, no siendo especialistas, afilan a pulso y no con ángulo de precisión. Se da la circunstancia de que el profesional que trabaja con estas herramientas es justamente el que menos puede encargarles un trabajo de afilado ya que al trabajar a ojo y con piedras de grano grueso destruyen el filo de precisión que éstos necesitan. El afilado de herramientas de precisión solo puede llevarse a cabo con piedras de grano fino y con chorro de agua que impida el calentamiento del acero. Momentáneamente una herramienta mal afilada puede cortar, pero la calidad del corte es más deficiente y la vida útil de esa herramienta disminuye. Nada de todo esto se miraba en los tiempos del afilador callejero.
RAFAEL FABREGAT
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