Aparte los numerosos tipos de aceites e inciensos, también la madera será de un tipo u otro según el dinero que uno quiera o pueda gastar. Las más cara y olorosa es la de sándalo, que desprende un olor extraño, mezcla de barbacoa de carne con incienso. Es el nauseabundo olor de la muerte, de los cadáveres que se van quemando uno tras otro, en un turno imparable de 24 horas a la orilla del río. No, no es lugar para gente sensible. Allí no hay delicadeza alguna con los difuntos. Tienen claro que el familiar o el amigo que conocieron ya no está allí, entre el amasijo de carne chamuscada que aviva la pira de los Doms. Se trata de un gran negocio que mueve millones de rupias, no en vano se dice que el Dom Raja es multimillonario. Mas de 200 servicios diarios se llevan a cabo solo en el Rath de Manikarnika.
Normalmente la hoguera la enciende el hijo varón de mayor edad y lo hace por la parte donde está la cabeza del difunto. Después ya son los Doms quienes se encargan de que arda rápida y uniformemente. Para ello se añade paja por los huecos de la pira y se echa grasa o mantequilla clarificada. También el cuerpo se puede lancear para que arda mejor. Eso no es importante para el espíritu que ya tiene garantizada la vida eterna. Los precios son muy variables y para un entierro decente el mínimo son 12 dólares y pudiendo llegar hasta los 71 dólares que cuesta una pira entera de madera de buena calidad. No parece excesivo, pero no todos pueden pagar tanto.
El cadáver se traslada de la casa al lugar de incineración envuelto en un sudario y con una camilla que portan los amigos y familiares masculinos. Se acompaña el camino con cánticos que, según la tradición, llevan al nirvana. Con alrededor de 300 muertes diarias, paseando por el centro de la ciudad es casi imposible no ver alguno de estos cortejos fúnebres camino de las orillas del Ganjes. Las mujeres tienen prohibido asistir porque antiguamente alguna de ellas, sabiendo que tras enviudar eran repudiadas y tenían que vivir en la calle de la caridad, se tiraban a la hoguera. A la llegada de los británicos a la India, para que esto no sucediera, encerraban a las mujeres en la cárcel. Años después se impidió simplemente que acudieran al acto de la cremación y así se sigue haciendo ya de forma tradicional. En las tiendecitas del entorno también se vende un serrín especial para que la hoguera desprenda mejor olor y también prestan sus servicios barberos que rapan la cabeza de los muertos varones. No siendo aconsejado el llanto, las mujeres suelen estar excluidas de este rito.
En cada crematorio, una llama sagrada y eterna es utilizada para facilitar al primogénito el fuego con el que dar inicio al ritual crematorio. Antes de colocar el cuerpo del difunto sobre la pira, el hombre boca arriba y la mujer boca abajo, se sumerge en el Ganges y se frota con manteca por todo su perímetro. Se dice que es un acto religioso, recomendado por los Doms, pero con toda seguridad es para que arda más fácilmente. Si el primogénito que ha encendido la hoguera tiene suerte, la cabeza del difunto estallará con el infernal calor de la hoguera. De no ser así tendrá que esperar a que el fuego aminore lo suficiente para poder sacarla de la hoguera y abrirla con sus propias manos para que, según las creencias hindúes, pueda liberarse el alma y ascender hacia el cielo.
Los niños y las mujeres embarazadas no pueden ser incineradas, motivo por el cual se les coloca un lastre para que no floten y son lanzadas al río, algo poco agradable para los muchos que van allí mismo a bañar sus cuerpos y a hacer abluciones con aguas tan sagradas. Para evitar obstrucciones en el río, unos años atrás soltaron cientos de tortugas carnívoras pero aún así es fácil ver restos flotando ya que todo lo que el fuego no ha consumido es lanzado al río. ¿Infecciones?. Ninguna. Y si la hay... no pasa nada. Las reservas de madera son impresionantes. En fin, costumbres y tradiciones antiguas que, en algunos lugares del mundo, se han perpetuado...
RAFAEL FABREGAT
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