Se trata de 1.268 colinas, todas ellas de similar tamaño, que sobresalen de entre el majestuoso verde tropical de sus bosques de palmeras y que cubren una zona aproximada de 50 Km2. Curiosamente en ellas no crece la vegetación propia de un país de clima tropical marítimo, como es lo habitual en Filipinas, sino que están cubiertas de una tupida alfombra de hierba verde intenso que, en su espectacularidad, resulta casi chillón.
Claro que esto solo sucede durante la estación húmeda que va desde Junio a Noviembre. Con la llegada de Diciembre y hasta el mes de Febrero y Marzo los vientos secos se unen a las altas temperaturas propias del país y resecan la tierna hierba de las colinas que se tornan marrones como el chocolate. Desde luego es una peculiaridad de la naturaleza, que sin duda debe ganar en belleza viéndola in situ, como lo demuestran los miles de turistas que llegan cada año para disfrutar del fenómeno. Tanto es así que la región ha sido declarada Monumento Geológico Nacional, estando propuesta para ser Patrimonio de la Humanidad.
Chocolate Hills o las colinas de chocolate son un fenómeno turístico de primer orden en Filipinas. Se trata al parecer de depósitos de piedra caliza, antiguamente bajo el mar, que emergieron por el movimiento de las placas tectónicas. Sin embargo la leyenda cuenta que se trata de las lágrimas secas del gigante Arogo cuando lloró por la muerte de su amada. Sea cual sea su origen, este paraje natural muestra estos bellos conos forrados de hierba multicolor de aproximadamente 120 metros de altura y otras muchas cosas más que bien merecen la visita de esta isla paradisíaca. Las terrazas de arroz y las viviendas de bambú son también un atractivo local a no dejar en el tintero.
RAFAEL FABREGAT
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