CONFESIÓN ARRIESGADA.
- Ave María Purísima -dice el joven.
- Sin pecado concebida -responde el cura somnoliento.
- Padre, confieso que le hice el amor a mi novia y a su hermana.
A lo que el cura responde:
- Eres un pecador, hijo, un pecador.
- Es que... -se defiende el joven- Verá padre, ellas estaban solas, yo estaba solo, en la casa no había nadie...
- Esta bién hijo, lo comprendo, pero esas cosas solo se hacen con la novia y después del matrimonio.
- Ya lo sé padre pero... Perdone, quería decirle que hay algo más. Es que... el otro día le hice el amor a mi suegra.
- Pero hombre de Dios... ¿Con tu suegra?. ¡Tu eres un degenerado! -dice el cura fuera de sí.
- Pero padre, es que... Compréndalo, mi suegra estaba sola, yo solo, la casa sola...
El cura está realmente sorprendido.
- Esto es muy difícil de comprender hijo mío, pero en fin...
- Hay más padre, hay más. También le hice el amor a la abuela de mi novia...
- ¿Quééééé? -exclama el cura espantado- ¡Esto es el colmo!.
El joven repite la misma excusa de siempre:
- Es que claro, la abuela estaba sola, yo solo, la casa sola... Pero hay más todavía. El otro llegué a la casa de mi novia y como no había nadie le hice el amor a...
El cura se levanta del confesionario y sale corriendo.
- Pero padre, ¿por qué corre?. ¿Donde va?. ¡Termine de confesarme!
- No hijo no, ni lo sueñes -responde el cura- ¡Yo solo, tu solo, la iglesia sola...!
CUESTIÓN LÓGICA.
Dos monjas salen del convento de buena mañana para vender pasteles en el pueblo cercano, del que les separan dos horas de camino. Con la crisis emplean todo el día en vender las existencias. De regreso caminan contentas con las cestas vacías y la bolsa llena.
- Démonos prisa que está anocheciendo y estamos lejos del convento.
De pronto una de ellas susurra bajito:
- Hermana, ¿se ha dado cuenta que hace más de media hora que un hombre nos sigue?. Casi desde que salimos del pueblo...
- Sí, ya lo he visto pero, ¿qué querrá de nosotras?.
- ¡Ay, pues lo lógico, nos querrá violar!
La más joven, todavía novicia y algo esquelética, está empezando a preocuparse.
- ¡Dios mío! A este ritmo nos alcanzará en 10 minutos. ¿Qué podemos hacer?.
- Pues lo lógico. Alarguemos el paso -dice la mayor.
Caminan más deprisa pero la distancia entre ellos incluso se acorta.
- Hermana -dice la novicia asustada- ese hombre nos alcanzará en dos minutos. ¿Qué le parece que hagamos?
La monja mayor, más serena, recapacita y propone:
- La solución más lógica es que nos separemos. Usted hermana va por esta senda y yo por la otra. A las dos no podrá seguirnos. Y que Dios nos ayude... Nos vemos en el convento.
Así lo hacen y el hombre se decide por seguir a la mayor que tiene un cuerpo más hecho y redondeado, con lo cual la joven novicia llega al convento sin novedad. Un rato después llega la monja jadeando.
- Ay hermana, ¡gracias a Dios que llegó!. ¿Que ha ocurrido?. -pregunta la novicia.
- Pues nada, ¡lo lógico! que me puse a correr y él también.
- ¿Y qué pasó? -pregunta la joven intrigada.
- Pues lo lógico, que me alcanzó -cuenta la monja.
- ¡Dios mío!. ¿Y qué hizo usted?. -pregunta la novicia.
- Pues lo lógico. Me subí los hábitos.
- ¡Qué horror! ¿Y qué hizo el hombre?. -pregunta la novicia espantada.
- Pues lo lógico. Se bajó los pantalones.
- ¡Oh no, Dios mío!. De pronto a la novicia se le ponen unos ojitos picarones.
- ¿Y qué pasó después? -pregunta sonrojada la joven con cierto retintín.
- Pues lo lógico -responde la monja- ¿Acaso no es obvio hermana?. ¡Una monja con el hábito levantado corre el doble que un hombre con los pantalones bajados!.
PATERNIDAD.
Hace ya un tiempo que el cura del pueblo se nota hinchado. Un día, en que las molestias aumentan considerablemente, decide aprovechar su amistad con un compañero del seminario que dejó los hábitos para hacerse médico y marcha para que lo visite. Ya en el hospital le hacen una exploración a fondo y se dan cuenta que tan solo es un problema de gases. Sin embargo el amigo tras sacarle los gases decide gastarle una broma y tras una ligera anestesia le pone un niño huérfano en su cama.
- Esto es lo que tenías en la barriga Carlos -le dice el doctor al cura amigo.
Restablecido pero preocupado por el qué dirán, el cura marcha a su casa y cuenta a los amigos y vecinos que se trata de un sobrino huérfano que ha recogido y tal y tal...
Pasaron los años. El "sobrino" ya era un buen mozo cuando el cura se pone enfermo y ya en el lecho de muerte llama al supuesto sobrino.
- José, antes de morir debo decirte una cosa muy importante. No puedo llevarme a la tumba esta mentira que ha concomido mi vida -le dice al muchacho.
Sin embargo el joven quiere facilitarle las cosas y se adelanta.
- Tranquilo -le dice- no se preocupe. Siempre sospeché que usted era mi padre.
A lo que el cura responde:
- No hijo mío, no soy tu padre. Yo soy tu madre. Tu padre es el obispo.
RAFAEL FABREGAT
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