Ya convencido de que mi último sueño no se produciría, había pulsado la tecla de la conformidad. Tras la dura enfermedad sufrida hace un par de años pensé que nunca más recorrería los bonitos paisajes de Mosqueruela, en busca de los ansiados robellones que tan buenas experiencias dejaron en mi recuerdo. Ni siquiera mi mujer quería acompañarme en una última aventura por aquellos parajes que, aunque llanos y fáciles de transitar, superaban las facultades que uno y otro tenemos en este momento. Porque la salud es buena pero las capacidades ya son escasas por la edad y si uno cae, el otro ya no puede levantarlo.
Total, que ambos ya habíamos renunciado a escribir, ni un solo capítulo más sobre el particular. Sin embargo, nunca se sabe y nunca se puede decir de este agua no beberé...
Esta semana, durante el almuerzo que hacemos la familia en el restaurante Navarrete todos los viernes, nos ofrecieron la oportunidad de llevarnos con ellos a buscar robellones a nuestra querida Mosqueruela. ¿Cómo decir que no?. Naturalmente yo acepté encantado. Mi mujer, que es la única con dudas, también aceptó y el sábado pasaron a buscarnos por casa, a las 8 de la mañana.
Sin embargo la temporada ya está cerrada para ir a ese pueblo turolense puesto que, por su altura y ubicación, las setas no suelen salir más allá de la fecha del Pilar. Los aficionados ya suelen ir a Vistabella de Maestrazgo, que, está a menor altitud y salen 10-15 días más tarde. Total, que casi nada encontramos en el mejor de nuestros destinos, o sea, en el que más satisfacciones nos ha dado a lo largo de los años... Llano como la palma de la mano y robellones en cantidad y calidad, sin que a nadie puedas ver por los alrededores. Una completa panacea, pues los codazos no gustan a nadie.
Claro que no es lugar para ir a finales de Octubre y así se demostró, pues apenas encontramos media docena de ejemplares cada uno. Claro que eso no nos amilanó en absoluto. Sesenta años hace que subí a este pueblo por primera vez y desde entonces jamás bajé de vacío. Pero la mejor arma a mi favor es que, con los años, llegué a conocer excelentes zonas en las cuatro direcciones de la veleta del Santuario de la Virgen de la Estrella, pueblo medieval ya abandonado en 2.023 por sus dos últimos moradores: Martín, de 88 años y Sinforosa, de 89. ¿Que fue de sus 14 gatos?. Nunca lo sabremos... En fin, hacia el Santuario nos dirigimos, aunque no llegamos hasta allí.
Nuestro periplo hacia el sur del término municipal es otro de nuestros destinos micológicos preferidos y no nos decepcionó. Es la ventaja de tener todas las direcciones del viento cubiertas... Bajamos del coche y a los veinte pasos ya llevaba más de 15 setas en la cesta. ¡Bien va el asunto! -me dije.
Pero claro, mis facultades están muy limitadas y no me atreví a profundizar en la montaña. Tampoco a subir o bajar en la búsqueda que, aún siendo de mínima elevación requiere zigzaguear de aquí para allá, como bien saben todos los aficionados.
Me limité a mantener el nivel de partida y no profundizar más allá de 200-300 metros. Llegado a esa meta ya me salí satisfecho con la pequeña cesta de setas en poco más de una hora de una hora. Como ya he dicho anteriormente, estas no son fechas para ir a buscar setas en esta zona. Es demasiado tarde y normalmente suele haber heladas. Pero este año, como no ha hecho frío, consiguieron llenar todos la mitad de las cestas que, desde mi punto de vista, ya era una hazaña. Mucho más de lo esperado. El sueño estaba cumplido.
Además nuestros acompañantes, nuestra hija mayor (Montse) y su marido (David) siempre tienen por costumbre comer en casa y ya eran las doce del mediodía cuando decidimos volver. Mi mujer y yo siempre hemos comido en Mosqueruela o en La Iglesuela ya que, una vez salir de casa, nos gusta ampliar el viaje comiendo los sabrosos manjares del Maestrazgo turolense pero, claro, en esta ocasión hubimos de regresar.
En fin, on día especial para el recuerdo.
Rafael Fabregat Condill
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